37 años. Santiagueña. Hace 12 años vive en Cipolletti, en el Alto Valle de Río Negro. Asesora política.
Hace cuatro años, mi marido murió en un accidente. Ni loca me iba a casar con un hombre que no me reconociera. Cuando enviudé, lo que teníamos pasó a manos de sus familiares, pero lo material no me importó; yo siempre tuve mis cosas. Soy asesora de la diputada Susana Diéguez en derechos humanos, educación y género, y activista de Attta. Milito en la Mesa Nacional por la Igualdad. Hago el enlace federal para que a las provincias bajen políticas que beneficien la diversidad sexual. Una de mis tareas es que mis compañeras sepan cómo y dónde reclamar sus derechos. Los avances no se replican muchas veces en las provincias, sobre todo si no pertenecen al FpV. Hay gobernadores transfóbicos y es necesario que lleguemos a esas provincias para emponderar a las compañeras. Hace 8 años caíamos presas por códigos contravencionales cuya derogación pudimos lograr desde la Falgt. Recién con Néstor y Cristina caminamos por la calle en libertad, antes nos enjaulaban con presos comunes que habían cometido delitos; pero tener una identidad de género no es delito. Nosotras no figurábamos en folletos de ningún Ministerio de Salud y la falta de políticas públicas era una de nuestras principales causas de muerte. Recién desde la reunión de María Rachid con Néstor empezamos a figurar. Es loco pensar cómo vivíamos antes de la ley: si alguien faltaba a una reunión era porque había muerto, estaba presa o acostada en la mesa de un comedor, construyendo su cuerpo con aceites industriales. Estábamos tan acostumbradas al maltrato que lo tomábamos como normal. En Tucumán, la primera provincia a la que fui a vivir como Ornella, en 1995, viví las peores torturas. Nos teníamos que proteger de la policía, de los ladrones, de los asesinos que mataban a nuestras compañeras sin que nos dieran ninguna respuesta, porque no existía ninguna ley de femicidio que nos contemplara como ahora. Cuando la Presidenta me entregó el DNI traté de no quebrarme, pero desde ese día mi vida cambió. Pía murió dos meses antes que se sancionara la ley y no pudo vivir esto; a ella también le habría cambiado la vida. Hoy somos ciudadanas de primera. Que me llamen para dar a los futuros policías charlas sobre derechos humanos es importante. Votar con mi construcción de género es algo que me dio la ley. Igualmente falta la reglamentación del artículo 11. La inserción en un trabajo digno. Los cambios que trajo la ley no sólo afectaron mi vida sino la de mis vecinos, mi papá, mi mamá: dejé de ser la vergüenza de la familia para convertirme en un familiar más. Hace unos días una nena me explicaba la ley de identidad y parecía una chica transexual por lo bien que lo hacía. Eso es genial. Soy una mujer trans orgullosa. Antes no manejábamos el tema en términos como hoy en día: Attta, por ejemplo, tenía una sola T, la de travesti. En mi caso, primero fui travesti. Cuando conocí a Pía me hizo analizar lo que había perdido siendo Ornella y entendí que soy una persona de derecho. Haber vivido una marginalidad terrible, haber sido picaneada, te lleva a querer cambiar eso a través de la militancia. Hoy salgo del gueto de la diversidad para trabajar también por los migrantes, los afro, los pueblos originarios. Una vez que estás emponderada, no te dejás atropellar más.
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