› Por Pablo Gasol
Por estos días, cuando el Sr. Jorge Lanata se creyó con derecho a dictaminar que la Sra. Florencia de la V no es mujer, ni madre, mucha gente sacó a pasear su transfobia, confundida por muchos con homofobia (ya que lo que estaba en tela de juicio era la identidad de género de Florencia, no su orientación sexual). Otra vez se hicieron oír todos esos argumentos que parecían haber quedado en el pasado. Cuando leo o escucho con qué énfasis algunas personas cisexuales (en concordancia con el género que le asignaron al nacer) invierten horas de su vida y se enervan al intentar argumentar por qué para ellos las personas transexuales somos una mentira, o mejor dicho no personas. Resulta ser que somos un delirio en nuestra cabeza, aunque ya hace rato se haya despatologizado. Parece que todos tenemos derecho a meter la mano entre las piernas del otro para ver qué tiene. Eso también es una violación. “Te sentís, pero no sos”, como si uno no fuera, entre otras cosas, lo que siente. Ahora resulta ser que todos los seres humanos somos penes y vaginas caminantes. No podés ser tal cosa, si tenés tal otra. Todo el mundo juzga, todo el mundo dictamina. “Como mujer, me ofende que se considere mujer”, llegué a leer en algún comentario por Internet, como si darle un DNI que la identifique como ella, y la sociedad la identifica, fuera a sacarle algo al otro. Que yo sepa a nadie le modificó la identidad, por ejemplo, que hoy mi nombre de pila sea Pablo. ¿Por qué se sienten tan afectadas algunas personas cuando otras personas deciden salirse del casillero impuesto? En la era de las redes sociales, todos somos voyeurs y opinólogos, pendientes en ver la vida del otro y mostrar la nuestra. ¿Para qué? Hay algo que evidentemente se está pudriendo en nosotros como sociedad, donde herir o pasar por encima del otro tiene total sentido con tal de ganar popularidad. En la era del bullying, ciberbullying y todos los prefijos que quieran colocarle, quizá la libertad cause mucha envidia en algunas personas, y la envidia no genera más que violencia. Y si algo del otro, que en realidad no nos afecta en absoluto, nos molesta, es que evidentemente estamos juzgando a esa persona, en lugar de preguntarnos por qué nos molesta algo que no tiene que ver estrictamente con nosotros. Juzgamos al otro para no juzgarnos a nosotros mismos, cuando nos molesta tanto algo que hace otra persona con su vida y no interfiere en absoluto con la nuestra como para querer destruirla, hay algo que está fallando en nosotros. Hoy somos las personas transexuales, mañana son los extranjeros naturalizados habitantes del país. Me pregunto si para estas personas alguien, por ejemplo de Bolivia, que decide optar por la nacionalidad argentina, y radicarse a vivir en este país, será considerado un compatriota. Somos hijos de los barcos, somos un mundo globalizado, mirándonos enfermizamente unos a los otros constantemente. La Ley de Identidad de Género vino a solucionar algunas cuestiones burocráticas importantísimas, que no son más que derechos humanos básicos, pero una ley no educa. No es Florencia, no soy yo: somos todas las personas que conformamos esta sociedad. La sociedad es una, la nuestra, la de todos. ¿Por qué utilizar un medio de comunicación para desacreditar la existencia de una persona? Porque negar la identidad de una persona es negarla, es desaparecerla. ¿Puede alguien más que los propios hijos de Florencia afirmar o negar que ella sea madre? Me parece que siempre terminamos hablando de lo mismo. Las noticias siempre hablan de alguien más fuerte atacando al más débil. A esta altura, que tan avanzados nos consideramos como sociedad, podríamos ir variando un poco la trama.
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