Vie 10.10.2014
soy

Nos siguen pegando

› Por Gustavo Streger

El primer golpe vino por la espalda. Después se precipitaron todos juntos, como una ráfaga: patadas, piñas, escupidas. Mientras la combi no paraba su marcha, Nahuel cayó y entre siete personas lo azotaron en el piso. El conductor detuvo el vehículo, un pasajero espantado por la escena abrió la puerta y la masa de cuerpos se desparramó en la vereda. “Te dijimos que te íbamos a matar por puto”, vociferó una chica mientras arrojaba una piedra sobre la cabeza de Nahuel Albornoz. Cuando quiso subir a buscar sus cosas, el chofer de la combi ilegal –una de las muchas que recorren diariamente el conurbano– le pegó una patada en la cara y partió a toda marcha.

Una señal de alerta se vivió este año a pesar de los sólidos avances legislativos en materia de derechos para el colectivo LGBT. Una serie de agresiones pudo terminar en tragedia: primero la de Ariel Olivera en Parque Lezama durante los primeros días de junio, luego la de Nahuel Albornoz en La Matanza, la violación y agresiones contra Zulma Lobato y la feroz golpiza contra una lesbiana de Santiago del Estero. Los factores comunes fueron la saña, la violencia salvaje y en grupo, las amenazas de muerte y la dificultad para realizar una denuncia. Nahuel convivió durante semanas con derrames en sus ojos, cicatrices y dolores en el brazo. Para él, las cosas nunca fueron fáciles: abusos por parte de un vecino que debió callar de pequeño, violencia en el hogar en una humilde casa de Virrey del Pino, la muerte prematura del padre cuando tenía 15 años y el abandono de la madre a los 17. Pero todo eso lo fortaleció. El ostracismo familiar le permitió vivir su sexualidad con mayor libertad; la lejanía se tradujo en pantalones ajustados, pelo más largo, uñas pintadas, modales más femeninos. Menos culpa.

Sin embargo, la realidad volvió a golpear de forma bien concreta. Aun ensangrentado, fue transportado por una patrulla policial hasta el Hospital “Simplemente Evita”, donde lo dejaron en la puerta y no lo ingresaron porque “iban a perseguir a la combi”, según recuerda que le dijeron. Ni siquiera labraron un acta que dejara constancia del traslado. En la clínica lo atendieron, pero no hicieron preguntas sobre los motivos de los golpes. Al momento de hacer la denuncia, Nahuel tuvo que esperar más de media hora, aunque la comisaría estaba vacía. Afirmó que lo habían atacado “por homofobia”. “Ah, ¿sos gay?”, interrogó un oficial. Ante la respuesta positiva, siguió tomando datos y caratuló la denuncia como “robo y lesiones”, a pesar de que el móvil era el odio. Esta particular forma de redacción se repite en las denuncias realizadas en distintas comisarías.

Ariel Olivera fue golpeado por dos hombres hasta el desmayo. En las estocadas finales creyó que se moría. Cuando bajó del colectivo en Parque Lezama a las 4.30 no entendió por qué comenzaron a golpearlo, mientras gritaban “tenés que morir por puto”. Ocurrió 20 días antes del episodio de Nahuel. Cuando Ariel fue a realizar la denuncia, pasó lo mismo: la caratularon como lesiones y robo, a pesar de que él mismo se encargó de aclarar que no le habían quitado nada. En la seccional 24ª de La Boca no lo trataron bien. Más tarde publicó en su Facebook las fotos de su cara: el ojo derecho con un morado intenso, la nariz inclinada hacia la izquierda y sangre seca arriba del labio. El caso llegó a los canales de noticias. Después de la satisfacción inicial por su propia valentía, sobrevino el miedo a que los agresores pudieran volver a terminar lo que habían iniciado. A cuatro meses del hecho, sigue con pesadillas. Es una deuda pendiente que se implementen protocolos de actuación para estos casos en las fuerzas públicas para evitar revictimizar a los denunciantes, quienes muchas veces se resignan y prefieren no acudir a las comisarías. Así fue el caso de una joven lesbiana santiagueña a quien le deformaron el rostro a ladrillazos hace pocas semanas. No se animó a difundir su nombre por temor a que golpeen a su mamá ciega o a los hijitos de su pareja. Las amenazas siguen. Ahora decidió dejar de ver a su pareja para evitar la virulencia de quienes la discriminan. Los casos de Nahuel y Ariel fueron difundidos inicialmente a través de sus cuentas de Facebook, y comenzaron a propagarse. Ambos jóvenes decidieron poner la cara, su nombre y apellido, a pesar de los miedos a una posible venganza. El camino siguió por los medios de comunicación hasta llegar al Inadi. Su titular, Pedro Mouratian, dialogó con Soy y se mostró preocupado, aunque negó la existencia de un rebrote de violencia contra la comunidad LGBT. Igualmente subrayó que “son hechos lamentables por los que hay que estar alerta como sociedad”, y destacó que “las batallas culturales son muy duras y extensas, pero no hay que desanimarse”. Nahuel confiesa que ya no sale a la calle con la misma confianza porque lo volvieron a amenazar, pero no va a dar marcha atrás: “No me voy a dejar pisotear y seguiré hasta el fondo. Tengo el valor y no voy a permitir que me vuelva a suceder esto a mí o a otro pibe. El amor no tiene bases y condiciones. Respeto a quien no está de acuerdo, pero no acepto que nos quieran obligar a cambiar de opinión a los golpes”.

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