› Por Daniel Santoro
El cuerpo de Perón tiene unas caderas demasiado anchas, por lo que visualmente su sexualidad se atenúa, ese cuerpo no constituye un emblema adecuado para representar al viril conductor de los trabajadores. Nos queda imaginarlo como lo hace el poeta Carlos Godoy en su Escolástica peronista ilustrada, donde dice: “Perón tenía una pija enorme, que mostraba con insistencia a sus compañeros en los baños del liceo”.
El monumento al descamisado viene a subsanar esta carencia visual de virilidad, se optó entonces por colocar los rasgos del general Perón a la cabeza del monumento, mientras el cuerpo, de una sexualidad desbordante, que manifiestamente no es el de Perón, se ve musculoso y se erotiza aún más con la camisa abierta y sus puños priápicos. Motivo suficiente para que en el ’55 fuera prolijamente dinamitado en el marco de la represión general.
En línea con aquel descamisado olvidado, Carpani revive un nuevo cuerpo obrero que será en los ’70 el símbolo del sujeto histórico emancipador. Sin embargo, creo que su entusiasmo lo lleva a producir una inducción con el paisaje, haciéndole crecer esos músculos como rocas y montañas. Finalmente, esos obreros vistos hoy serían la envidia de Tom de Finlandia, y esos descomunales puños harían las delicias de Robert Mapplethorpe.
Hoy, si toda esa masa muscular no se consolida a tiempo en los gimnasios, bajará hasta rellenar los abdómenes de los adocenados “cuerpos delegados” de los gordos de la CGT.
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