› Por Claudio Zeiger
En su última incursión televisiva, Guido Süller confirmó sus dos grandes virtudes cultivadas en estos años mediáticos: velocidad y ductilidad. Para pasar de un estado a otro, de la depresión a la euforia, de la risa al llanto y por qué no de la heterosexualidad a la homosexualidad (o mejor dicho: viceversa).
Al fin y al cabo, Guido niño eterno aunque su hermana Silvia no se haya cansado de subrayar que está por cumplir cincuenta años (¡y el pescado sin vender!, se entiende: no tiene pareja, no formó una familia), nunca se definió. Dirán que no es necesario. Puede ser. Pero él, a diferencia de otros mediáticos gays y travestis, hace que su diferencia sea la indiferenciación. No se encasilló. Es gay, es mediático, es azafato y/o comandante de a bordo, arquitecto, tuvo una novia y ahora estuvo a punto de ser padre... Desde luego esta versatilidad es reprobada por el circo mediático y motivo de pulla. Nadie creyó que pudiera ser padre no porque se trataría de una astucia guionada, una más, sino porque ¡qué va a ser padre ese puto!, ¡si nunca tocó a una mujer!
Como sea, Guido renació de las cenizas. Volvió con un muchacho parecido a él (o es tan buen hipnotizador que nos hizo creer que se parecen, como esos chicos que crean la ilusión óptica de que se parecen al padre y a la madre al mismo tiempo) y lo que ese chico vendría a comprobar es que en su primera juventud, a fuerza de locro y sangría, Guido tuvo unas noches locas con una mujer. Se sometió a la prueba de ADN en el programa de Chiche (se supone que como ahora está en canal 13 y Mitre sus dictámenes son más respetables) y sostuvo la ilusión de ser padre durante unos diez días. Rió, lloró, se emocionó, fue y vino (sólo Nazarena supera a Guido en la exposición de su inestabilidad emocional); al fin, la funesta nueva: Tomás no es hijo de Guido a pesar del asombroso parecido (o no tanto).
He aquí la trama, bastante endeble, por cierto, como apurada. No lograron Guido, Tomás y Chiche sembrar siquiera la sombra de una duda, porque a pesar de las reiteradas aclaraciones del conductor acerca de que hay miles de padres gays, la lascivia transmitida por “padre” e “hijo” distaba mucho de darle seriedad al tema. No se trata de mandarlo a Guido a leer El lenguaje perdido de las grúas de Leavitt, pero no fue serio ni aun en la hipótesis de estar frente a una pura ilusión. Mientras tanto, las malas lenguas, seguras del resultado final, advirtieron que no es correcto el incesto y otras prácticas perversas que los gays se sabe suelen practicar en sus ratos libres...
Una buena y una mala: Guido podrá ser un desastroso luchador por la causa de las minorías sexuales, pero es uno de los mejores actores del ambiente. Lo perdimos, por ahora, en su nuevo papel. Sería un brillante padre gay. Sobreprotector, empalagoso y toquetón, con la frase de Perlongher a flor de labios (“llevate el saquito, nene”), un gran “papá del corazón”, como se dice ahora para definir esa relación intermedia entre el viejo dúo tío sobrino y una donde la falta de vínculo biológico es reemplazada por la campechana y socrática transmisión de experiencia de mayor a menor.
Sea como fuere, el mensaje final es que a Guido le cuesta ser aceptado. ¿No tiene suficientes ingredientes como para ser un aceptable gay integrado? ¿O está condenado a quedar por siempre atrapado en los límites de la fauna mediática? ¿Tendrá que presentar una pareja dignamente maricona y defender la pena de muerte en la próxima aparición televisiva? Es cierto, la “marca” Süller no acompaña. Pero a Silvia, mal que mal, se la bancan. ¿Deberá dejar de ser tan dúctil, tan inestable?
Intentó traer un hijo al mundo y ser uno más de los miles de padres gays que pululan por esta vida. Ni así pudo ser normal. ¿Y si adopta? Ya saben lo que van a decir: que adopte a un bebé, no a uno de veinte años.
Guido, por ahora, no tiene mucha escapatoria. Salvo, un día, probar con ser un gay absolutamente normal. Quizá no lo llamen de la televisión pero pueda estar un poco más tranquilo. Y quién te dice, hasta tenga un hijo.
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