Domingo, 25 de marzo de 2007 | Hoy
SANTA CRUZ > EL CAMINO DEL MONTE ZEBALLOS
En el extremo noroeste de Santa Cruz, el pueblo de Los Antiguos es el punto de partida para transitar el Camino del Monte Zeballos, un fragmento de la Ruta 41 cuyas extrañas formaciones basálticas parecen los restos de una gran muralla. El destino final es el pueblo Lago Posadas, para visitar la estancia Suyai y otra curiosa formación.
Por Julián Varsavsky
En 1541, dos náufragos de la fracasada expedición a la Patagonia del obispo de Placensia llegaron a la ciudad chilena de Concepción asegurando haber estado en una ciudad indígena en plena Cordillera de los Andes, donde se vivía entre riquezas infinitas y se conocía el secreto de la juventud eterna. Este “Eldorado” patagónico –llamado La Ciudad de los Césares o Trapalanda– causó sensación entre muchos aventureros de la época, que realizaron varias expediciones en su búsqueda desde Buenos Aires. Una de ellas fue la de Hernandarias, quien en 1604 se internó en vano seis meses en esas inhóspitas tierras. A lo largo de los siglos hubo varios exploradores más cegados por la codicia que hicieron otros intentos. El últimos de esos ilusos fue un tal Doctor Wolf, quien en 1923 desperdigó la noticia de haber hallado una muralla de 150 metros de lago por 12 de alto, que certificaría la vieja teoría. Los diarios de América entera se hicieron eco de la novedad, convencidos de que de una buena vez había aparecido la Ciudad de los Césares.
Pero el hallazgo era en verdad una formación de origen natural llamada por los geólogos “dique basáltico”. La confusión, de todas formas, era bastante entendible, ya que a simple vista resulta casi imposible creer que su origen pueda ser otro que humano.
Un observador superficial podría pensar que la Patagonia también tuvo su “Gran Muralla”, a la vera del Camino del Monte Zeballos, entre las localidades de Los Antiguos y Lago Posadas. En el kilómetro 77 de la Ruta Nacional 41 se levantan a los lejos dos paredes muy largas que suben en paralelo por el filo de la montaña, casi hasta la cima. Fragmentadas por la erosión, igual que la muralla que “cercaba” el imperio chino, ésta también tiene torres bastante simétricas que al observarlas desde el camino inducen a detener el auto y subir a pie por las áridas laderas. El impulso es dilucidar cómo surgió esa muralla en un lugar tan insólito, y a los 15 minutos de caminata ya se divisa el negro de sus “ladrillos” de basalto, que parecen encajados con la exactitud de una pared edificada por el hombre. Hace 65 millones de años, cuando surgía la cordillera y la Patagonia era un infierno de volcanes en erupción, se formaron los “diques basálticos”. Su emplazamiento actual es el de una grieta que ya no existe por la cual brotaba lava a borbotones. En cierto momento la lava dejó de salir y la que se endureció sobre las dos paredes de la grieta se resquebrajó por el cambio brusco de temperatura, tomando la forma de una pared de ladrillos. En los miles de años siguientes la erosión fue horadando las laderas para dejar al descubierto aquellas dos resistentes paredes de basalto. De alguna manera este “dique” es una cicatriz invertida de aquella grieta, que fue el molde de unas paredes que tienen una similaridad asombrosa con la Muralla China. Basta con mirar dos fotos y comparar.
HACIA LO ALTO El Camino del Monte Zeballos es el más alto de la provincia, partiendo a los 200 metros sobre el nivel del mar –con los caracoleos del río Jeinimani al fondo de un valle– hasta llegar a los 1500 en el punto más alto del camino. Al comienzo se atraviesa la pura estepa con su escasa vegetación, y cincuenta kilómetros más adelante aparece un bosque de 900 hectáreas con muchos ñires y algunas lengas. El lugar es ideal para hacer un picnic agreste junto a un manantial en medio del bosque.
A veces los viajeros eligen algún antiguo sendero abierto por leñadores para abandonar el auto y caminar un rato. La ruta asciende de a poco y la vegetación se hace más profusa por la mayor humedad. Pero al llegar a El Portezuelo –el punto más alto, a 1500 metros– la vegetación desaparece otra vez por la falta de oxígeno. Así como al principio se transitaba un desierto de estepa, ahora predomina un desierto de alta montaña (en El Portezuelo está el principal dique basáltico). A partir de allí comienza el descenso a la cuenca vecina y a la vera del camino aparecen lagunas color turquesa habitadas por patos y cisnes de cuello negro. También se bordean viejas estancias, muchas de ellas abandonadas por la crisis de la exportación de lana en la década del noventa.
El relieve de los vastos panoramas que rodean el camino se originó en el Período Terciario, cuando culmina la elevación de la Cordillera de los Andes. Durante el Período Cuaternario las erupciones volcánicas se acrecentaron dando origen a los basaltos “neogénicos”, que recubren las mesetas con grandes mantos negros.
Entre las rarezas a la vera del camino están los neneos, un arbusto con forma semiesférica y raíz espiralada. Los neneos crecen uno al lado del otro y parecen paraguas con el mango completo clavado en la tierra. Pero lo curioso de esta especie es que cuando hay demasiada humedad en el suelo, la raíz espiralada se estira y la “sombrilla” se eleva unos centímetros del suelo para que no se pudra la planta.
Gran parte del Camino del Monte Zeballos atraviesa lo que fue el interior del cráter de un volcán gigante, del que desapareció toda una mitad. Uno de los imponentes picos de ese cráter es el Monte Zeballos, cuyos 2748 metros se divisan desde gran parte del camino. Las torres del dique basáltico, por su parte, fueron las fumarolas por las que brotaba el magma incandescente, cuyo conducto se rellenó con basalto al apagarse el volcán, repitiendo el proceso que se dio en las grietas.
El espectacular camino –uno de los más asombrosos del país– mide 170 kilómetros no asfaltados, que no son de ripio sino de greda en buen estado. Con un auto común se puede hacer el recorrido cuidadosamente y los días de lluvia se recomienda regresar hacia atrás, aun con una camioneta 4x4.
LAGO POSADAS El Camino del Monte Zeballos culmina cerca del pueblo llamado oficialmente Hipólito Yrigoyen, aunque todo el mundo lo reconoce como Lago Posadas. Su origen se remonta a la década del veinte, cuando el pueblo actual fue surgiendo de a poco alrededor del casco de una estancia y su pulpería. No tiene por lo tanto una fecha de fundación concreta, aunque en 1959 se impuso el nombre del presidente que mandó a Héctor Varela y sus soldados a reprimir las huelgas de la Patagonia rebelde. Pero tanto antes como después de 1959, al pueblo se lo ha conocido como Lago Posadas e incluso los pobladores están intentando que se convierta en el nombre oficial.
La estancia Lago Posadas, que derivó en pueblo, perteneció al estanciero González Pedroso, quien donó a la provincia un edificio que funcionaba como dormitorio de peones para instalar una escuela hogar. Como otros pueblos de la Patagonia, éste se fue organizando alrededor de la escuela. Más adelante llegó un enfermero, luego la policía, y así fue creciendo Lago Posadas en una zona alejada de todo y con inviernos durísimos.
Aún hoy todas las calles del pueblo son de tierra y los habitantes no superan la cifra de doscientos. El atractivo principal de la zona son los paisajes montañosos que rodean los lagos Posadas y Pueyrredón, separados por un istmo de tierra muy angosto en cuyo extremo hay un pequeño arroyo que une ambos lagos.
La primera estación del paseo por los lagos es frente al Arco del Lago Posadas, donde una roca enorme y solitaria sobresale en el agua con un túnel arqueado en el centro. Esta es una de las rarezas geológicas más extrañas de la Patagonia, difíciles de explicar con el mero sentido común, y que los kayakistas de la zona atraviesan navegando los días de poco viento.
El istmo que divide los dos lagos se atraviesa en vehículo para hacer la excursión más interesante de la zona, hasta la estancia Suyai, que se puede visitar aun cuando el viajero no se vaya a alojar (lo más común es ir a almorzar). Al cruzar el pequeño puente sobre el arroyo que une los lagos, la transparencia de las aguas permite ver con nitidez desde ocho metros de altura las enormes truchas escondidas tras las rocas, esperando el alimento que trae la corriente.
Los días de viento, que son mayoría, las olas del lago Pueyrredón rompen casi en la orilla del camino por el istmo, igual que las de un mar picado. Y si uno se baja del auto a tomar una foto del lado del viento, se necesita un esfuerzo enorme para abrir la puerta. Desde el istmo se ve también la diferencia de colores entre los dos lagos: turquesa el Posadas y azul intenso el Pueyrredón.
Del otro lado del istmo, a orillas del lago Pueyrredón, hay dos cabañas solitarias con una vista increíble que son parte del camping El Tío. Y más adelante se llega a la estancia Suyai, a orillas del mismo lago, dedicada exclusivamente al turismo.
El origen de la estancia Suyai se remonta a la década del veinte, cuando pertenecía a Casa Folch, dueña de un barco que atravesaba el lago desde Chile trayendo lana que luego se llevaba en carreta hasta San Julián para venderla en el puerto. En la década del cincuenta el barco se hundió en el lago.
Además de producir lana, la estancia tenía una pulpería y almacén de ramos generales muy importante para la zona, y que aún hoy se puede visitar para ver su largo mostrador de madera y los estantes cubriendo las paredes hasta el techo.
La estancia Suyai estuvo abandonada hasta 1996 –con sus 2500 hectáreas ociosas–, cuando fue vendida y abierta al turismo. Actualmente tiene dos confortables cabañas y tres dormitorio más con baño privado. Además hay un camping con baños y agua caliente y electricidad, y un refugio para ocho personas. Los viajeros suelen quedarse hasta una semana y se dedican a pescar, salir en cuatriciclo, a caballo o a pie, o simplemente descansar.
La localidad de Los Antiguos es famosa por la calidad de sus cerezas de exportación, que son el eje de la economía local. Casi dentro del pueblo hay una serie de chacras de producción de cerezas que se visitan para conocer los pasos de su cultivo. Una de las más famosas es El Paraíso, creada en 1951 por un belga llamado Claudio Amand de Mendieta, quien recibe personalmente a los visitantes y les muestra algunos secretos de sus cerezas. El Paraíso fue en 1975 pionera en el cultivo de cerezas, que hoy se exportan a Inglaterra, Francia y China. Los cuadros de las plantaciones están protegidos por paredes de álamos que reducen a menos de la mitad los vientos de 100 kilómetros por hora. El cultivo se hace a mano y el riego, con microaspersores de cañería subterránea. Gracias a la relativamente baja altitud del pueblo (180 m.s.n.m.) y a la alta cantidad de horas por día de exposición al sol, se dan las condiciones ideales para que los frutos tengan mucha azúcar en su pulpa. Por eso se las considera entre las mejores del mundo. En total se cultivan unas veinte variedades de cerezas en Los Antiguos, y las más famosas se llaman sweet heart, lapins, bing y corazón de paloma.
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