Domingo, 15 de abril de 2007 | Hoy
CORRIENTES > DE PESCA POR LA PROVINCIA
Ituzaingó, Itá Ibaté, Paso de la Patria, Goya y los esteros del Iberá son algunos de los destinos de pesca que tiene Corrientes a lo largo de su costa sobre el río Paraná. Millares de pescadores, incluso extranjeros, llegan a la provincia atraídos por los dorados y surubíes de gran tamaño que pueblan sus aguas.
Por Julián Varsavsky
La pesca de dorados y surubíes en Corrientes es un deporte relajado, apacible por esencia... hasta que un simple tirón en la línea de nylon revoluciona la paciente espera en la embarcación. El pescador entra como en shock –y contagia a sus compañeros– y por unos instantes desaparece el mundo que lo rodea. Todos los sentidos se centran en tomar con las manos una pieza hasta ahora invisible que combate a “brazo partido” en la otra punta de la línea. Sin embargo, hay que sacarla del agua sin lastimarla para devolverla indemne y rápido a su hábitat natural.
Si el que pica es un dorado hay que ir atrayéndolo hasta el bote poco a poco, manteniendo la tensión de la línea para no cederle la iniciativa. Si se tira muy fuerte con la caña la línea se rompe y está todo perdido. Pero si el pez se resiste con todas sus fuerzas la estrategia es doblegarlo por cansancio. Y como el dorado es un pez astuto, no hay que descuidarse cuando parezca vencido: es un mero ardid. En un instante puede saltar a los sacudones y caer torpemente al agua con un “plaf” que excita los ánimos de los pescadores. La imagen de ese fugaz brillo dorado permite estimar su tamaño y planear mejor la estrategia. Al acercarlo, se puede ver con nitidez una aleta de oro cortando el río inmóvil. Cuando finalmente está realmente exhausto, se lo atrae a la embarcación, se quita el anzuelo y cuidadosamente se lo devuelve al agua.
La zona más preciada de la provincia de Corrientes es la del Alto río Paraná, que abarca desde Paso de la Patria hasta Ituzaingó, donde el porte de los dorados y los surubíes en especial alcanza pesos excepcionales.
Las aguas del río Corriente –por donde desagotan los Esteros del Iberá–, son el hábitat de los mejores dorados del país. La temporada comienza en primavera, y en los meses de verano las piezas pueden alcanzar portes que superan los 20 kilos (sólo en el río Paraná). En Iberá los dorados habitan en los 1,3 millón de hectáreas de bañados, lagunas, ríos y arroyos de la reserva, donde llegan a pesar hasta 12 kilogramos.
La transparencia y la baja profundidad de las aguas de los esteros permite ver a los peces claramente, como en un acuario natural. Son diferentes a los del Paraná, ya que tienen una pigmentación amarilla muy marcada, con un tono verde oscuro en el lomo. Mientras que los del Paraná tienen un color amarillo sulfuroso bastante claro.
En el área de los esteros hay varios lodges de pesca y estancias que sirven de base para la pesca embarcada, principalmente con la técnica de fly fishing. El pique de dorados en los esteros es constante, con un promedio de entre 3 y 6 kilos, aunque excepcionalmente se pueden capturar piezas más grandes. En una jornada puede picar una veintena de ejemplares con facilidad, aunque también salen palometas, sábalos, surubíes, dientudos y pacúes, mientras infinidad de aves y yacarés merodean cerca de la embarcación.
Una de las estancias que sirven de base para la pesca embarcada en Iberá es El Dorado, a 65 kilómetros de la ciudad de Mercedes. Por un canal cercano al casco de la estancia se llega al cauce sereno del río Corriente, donde se ven pasar bajo la lancha unos haces de luz dorados que parecen flechas submarinas.
En el centro norte de la provincia de Corrientes, la localidad de Itá Ibaté se ha convertido en una suerte de Meca para los amantes de la pesca deportiva. Junto a una barranca de tierra roja, las aguas del río Paraná son pródigas en ejemplares gigantes de dorados y surubíes. Uno de los complejos de pesca más visitados es Barrancas de Brenn, que ofrece camping, hotel, alquiler de lanchas y guías de pesca. El complejo está semitapado por la vegetación, sobre una barranca que parece un gran balcón natural desde el cual se capta toda la anchura del Paraná. La jornada de pesca comienza a las 8 de la mañana y un aura ritual rodea los preparativos. La primera recomendación es salir con un guía del lugar versado en los secretos del río. Esto es fundamental para garantizar una buena pesca. El guía conoce dónde están las rocas en las que se esconden determinadas especies, la velocidad que debe llevar la lancha para que el señuelo llame la atención de los peces, y la profundidad exacta por la que nadan. La pesca está muy lejos de ser puro azar y los expertos están constantemente interpretando signos y planificando estrategias con las que ponen en juego su pericia.
Toda esta zona del Paraná es privilegiada en cuanto a la magnitud de las piezas que el “Dios de la pesca” prodiga a los pescadores. En el comedor de Barrancas de Brenn se exhibe la foto de un pescador posando con un monstruoso surubí de casi 2 metros de largo y 89 kilos de peso. La pieza es el record de toda la zona, y fue pescada en octubre del 2001. En el caso de los dorados, el record es uno de 27 kilos, capturado en octubre del 2000.
En todo lugar de pesca la noche es el momento de la charla y el relato de las hazañas. Entre ellas, la de un vecino de Misiones que sacó 43 bogas en un solo día; otro que sacó un pacú de casi 13 kilos, y hubo quien una vez dio con un cardumen y sacó 50 surubíes en una tarde (con devolución al agua). “Los pescadores somos mentirosos –afirma uno de los lugareños– pero en este caso es verdad; tengo testigos... una vez saqué un dorado de 16 kilos con 800 gramos.” Los expertos correntinos dicen que todo depende de la época, el talento del pescador y también de la suerte. Como la tuvo aquel hombre en viaje de negocios que aprovechó una tarde libre para embarcarse un rato y sacó un surubí de 32 kilos.
Exageraciones al margen, queda claro que Itá Ibaté es un lugar de excelente pesca durante todo el año. Un día se puede sacar una pieza más grande y más pesada que el cuerpo mismo del pescador, y otro día pueden picar apenas algunos ejemplares pequeños. Lo cierto es que, kilos más kilos menos, la gracia está simplemente en disfrutar del placer de la pesca; de esa extraña ansiedad por saber qué es lo que va a surgir desde el fondo de las aguas.
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