SANTA CRUZ > EL ALERO CHARCAMATA
El Alero Charcamata es un sitio arqueológico con “negativos” de manos similares a las de la famosa Cueva. También se ven estampadas en la piedra otras pinturas de unos 8700 años de antigüedad que representan animales, símbolos geométricos, curvas, espirales y serpentinas. Una excursión que combina trekking y 4x4 por el Cañadón Río Pinturas y la desolada estepa patagónica.
› Por Julián Varsavsky
Desde la estancia Cueva de las Manos –ex Los Toldos– se organizan fascinantes excursiones hasta dos de los sitios arqueológicos más antiguos y significativos del país: La Cueva de las Manos y el Alero Charcamata. El trekking hacia la Cueva atraviesa todo el cañadón del río Pinturas, con un nivel de exigencia medio que se justifica para poder apreciar mejor la imponencia de los paisajes. Dentro de la Cueva, el recorrido se hace en grupo, exclusivamente acompañados por un guía, caminando por las pasarelas de madera. Estas medidas, así como las rejas que separan al visitante de las pinturas, son necesarias para preservar este tesoro arqueológico declarado Patrimonio de la Humanidad.
Quienes no sean huéspedes de la estancia y quieran hacer el trekking autoguiado pueden llegar con vehículo propio hasta el punto en el que comienza el circuito, pasando por la estancia para pagar la entrada. Para conocer el Alero Charcamata, en cambio, se debe ir con una camioneta –propia o de la estancia– y un guía para no perderse en medio del campo.
La excursión al Alero Charcamata dura todo el día y se parte en la mañana para recorrer una huella de 35 kilómetros hasta el Cañadón Charcamata. El paisaje va cambiando constantemente, alternando estepa con serranías, valles y cañadones, algunos muy chicos y encerrados. En el camino se vadea cinco veces el río Pinturas. El último tramo de 2 kilómetros se debe hacer a pie, lo cual permite ver guanacos por docenas, ñandúes e incluso algunos zorros grises. También aparecen aves como flamencos, patos, cóndores, avutardas y pajaritos pico de plata. El trekking es sencillo, sobre un terreno llano, y se pasa por una extraña piedra cuyo propio nombre describe su forma: el obelisco.
El Alero Charcamata –una especie de hendidura en la parte baja de una pared rocosa– se formó al final de las glaciaciones por acción del agua derretida de los glaciares, que fue socavando las montañas. En total mide 81 metros de largo y 24 de alto. Además tiene 45 metros de profundidad, o sea que es casi una caverna (se cree que en invierno los indígenas buscaban estos lugares, acaso siguiendo a las manadas de guanacos que también buscaban estos refugios).
Las pinturas más antiguas de este alero se despliegan a lo largo de 60 metros y tienen 8700 años de antigüedad. También se han identificado otras con menor antigüedad: alrededor de 1100 años. La escena más singular es la de la caza de un puma, considerada una “figurita” muy difícil por los arqueólogos, ya que hay muy pocos a nivel mundial. Por doquier se ven símbolos geométricos, curvas, espirales, serpentinas y círculos que representarían la luna llena. También hay en las paredes numerosos negativos de manos –apoyaban la mano y pintaban el contorno–, dos guanacas en pleno parto mirando hacia atrás a las crías, tal como en la vida real, y ñandúes. Los tintes son blancos, rojos, amarillos, verdes y violáceos, y se obtenían con óxido de hierro, cobre, manganeso y yeso en algunos casos, mezclados probablemente con sangre, orina o saliva.
El sitio fue descubierto en 1972 por el topógrafo Carlos Gradín –el mismo que hizo los estudios arqueológicos de las cercanas Cuevas de las Manos–, aunque fueron unos baqueanos quienes lo llevaron hasta el lugar. El alero es más grande que la Cueva pero tiene menos pinturas. La antigüedad se determinó con el método Carbono 14, no sobre las paredes de piedra sino en los restos orgánicos encontrados en los estratos del suelo, donde había fogones con huesos quemados y restos de pintura que serían contemporáneos entre sí.
La principal hipótesis sobre el significado de las pinturas es que las manos estuvieron ligadas a un ritual de curación. El topógrafo Gradín basa esta explicación en un testimonio de George Musters –el explorador inglés que recorrió la Patagonia con una caravana tehuelche en 1869–, quien observó cómo al hijo enfermo de un cacique le pintaban una mano y se la apoyaban en la parte trasera de un animal –al que luego sacrificaban– para transferirle la enfermedad. Esa imagen también está en la Cueva de las Manos.
La visita continúa por otras dos cuevas –una de ellas con una cascada interior–, donde la sensación de virginidad y aventura traslada al viajero al Holoceno temprano, el ambiente originario y auténtico de los primeros pobladores de la Patagonia.
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