BRASIL > EN RíO DE JANEIRO
Toda la nostalgia y la efervescencia moderna del universo carioca bulle en sus barrios “reciclados”. Un recorrido por Lapa, eje de la nueva vida nocturna en la calle, y Santa Teresa, un antiguo reducto aristocrático donde hoy viven artistas y bohemios que crearon su propio Montmartre. Los lugares para escuchar y bailar samba de salón y una visita a La Rocinha, la famosa favela.
› Por Julián Varsavsky
En las amplias avenidas cariocas de estilo parisino, con toque tropical y las 37 playas al borde mismo de la ciudad, se combinan los elementos estructurales que hacen verídica –e incluso poco exagerada– la frase de “A cidade maravilhosa”. Lo extraño es que mientras los años pasan –muchos, desde aquella gloriosa “Garota de Ipanema”– y también quedan en el olvido los recurrentes picos de violencia, Río sigue siendo una ciudad que hierve en todos los sentidos, que muta dándose el lujo, por ejemplo, de reunir a casi dos millones de personas en la playa de Copacabana para escuchar la voz todavía enérgica de Mick Jagger. Pero semejante muestra de masividad es normal para una ciudad que repite casi calcado ese mismo rito cada fin de año durante la fiesta del Réveillon, sin necesidad de una estrella de rock.
Río sigue siendo más que nunca una ciudad callejera, donde lo importante sucede en el espacio público. Y esto no tiene que ver solamente con el “sentir carioca” sino con que la ciudad parece diseñada para la efusión pública, con amplias costaneras y 132 kilómetros de ciclovías, desde Centro hasta Barra. Todo el frente oriental de la ciudad termina directamente en la playa, casi un modelo urbano perfecto para el culto exacerbado del cuerpo de los cariocas, amigos de exhibir sus curvas y músculos fibrosos.
SANTA TERESA De las muchas caras de Río de Janeiro, el barrio de Santa Teresa es la más pintoresca. Se llega en bonde, un tranvía de 1896 que sale del centro de la ciudad y en 15 minutos trepa por la ladera de un morro hasta la placita Largo das Neves. Allí se descubre una especie de San Isidro carioca venido a menos –con grandes caserones y palacetes centenarios en majestuosa decadencia– con algo del espíritu de San Telmo, por sus aires bohemios e incontables barcitos y restaurantes.
En el siglo XVII, Santa Teresa fue uno de los primeros asentamientos portugueses, quienes encontraron allí un alivio al calor tropical. El nombre proviene del convento carmelito de Santa Teresa, levantado en 1750. Hacia el siglo XIX fue el barrio por excelencia de la clase alta. En esa época se construyeron edificios con un diseño arquitectónico que superpone los estilos gótico, neorromántico, colonial portugués, neoclásico y hasta el art déco. En el barrio también hay una decena de suntuosos castillos que se levantan junto a las estrechas y empinadas calles adoquinadas, donde un auto mal estacionado puede obstruir el paso del bonde.
En la década del ’60 del siglo XX, la inevitable decadencia invadió Santa Teresa y el tiro de gracia se lo dio una gran lluvia que derrumbó árboles y estropeó muchas de las antiguas casas. La clase alta –que incluía a ex presidentes y poderosos industriales– tomó otros caminos y muchas mansiones fueron abandonadas. Pero con la desvalorización del barrio, esos palacetes, inútiles para algunos, fueron la realización de un sueño para otros, quienes a bajo costo se instalaron en el morro, entre aves tropicales, monitos y aire puro. En un principio fueron los hippies los que se apoderaron del barrio. Y en los ’80 comenzó a instalarse toda clase de artistas plásticos en casonas recicladas donde también montaron su atelier. Hacia los ’90, Santa Teresa se consolidó como el barrio artístico de Río, atrayendo también a escritores, músicos, fotógrafos y actores. Actualmente hay unos 200 atelieres que justifican la comparación con el barrio Montmartre de París.
Con el cambio de milenio llegó el turismo al barrio, y ahora prolifera toda clase de bares y restaurantes con música ao vivo. Finalmente se organizó una asociación de bed and breakfast con medio centenar de casonas donde se alojan viajeros que buscan una alternativa al Río tradicional, más relajada y bohemia, y cerca del centro. Una de esas casas de familia es también una escuela de circo que ofrece clases a sus huéspedes. Otra es el Castello do Mestre Valentín –una réplica de un castillo alemán del siglo XIX–, donde los visitantes se alojan en amplias habitaciones con vista a un gran jardín. Y muchas tienen en el sótano un atelier.
Santa –como prefieren llamarlo los cariocas– es un barrio de moda y en auge ascendente. Por doquier brotan nuevos centros culturales, escuelas de capoeira y de bailes tradicionales, galerías de arte, barcitos de los que emanan acordes de bossa nova y solos de jazz, muy cerca de esplendorosos castillos y oscuras iglesias del siglo XIX. Los tambores africanos también suenan como un latido en Santa Teresa y a veces se ven desfilar por las calles los blocos de carnaval ensayando su fiesta anual, considerado el mejor carnaval callejero de toda la ciudad. En la calle Murtinho Nobre está el Museo Chácara do Céu, donde se exhibe una pequeña colección de obras de Picasso, Dalí, Renoir, Matisse, Portinari y Cavalcanti.
Al descender con el bondinho hacia el centro de la ciudad, aparece en la pared de una ladera de Santa Teresa el mismísimo Diego Maradona, artísticamente pintado en aerosol con una camiseta mitad verde amarela y mitad azul y blanca.
ARCOS DA LAPA Casi a los pies de Santa Teresa, Lapa es el otro gran barrio carioca revitalizado en los últimos años, después de un período de marginalidad. De origen colonial, hoy se ha convertido en uno de los ejes de la diversión y la vida nocturna de la ciudad.
Con el barrio renovado en muchos aspectos, ahora el punto de reunión son las calles que rodean los Arcos da Lapa –un acueducto “romano” del siglo XVIII–, donde varias calles se vuelven peatonales para que circulen 10 mil personas por noche. En medio de un bullicio absoluto proliferan los puestitos de comidas al paso y caipirinhas. Desperdigados entre la multitud se forman grupos de samba da mesa que tocan por placer y no por dinero, integrados por un cavaquinho (minúscula guitarrita), un pandeiro, tambores como el tan tan, el surdo y el tamborín, y acaso una lata de gaseosa golpeada con un tenedor. La multitud forma una rueda y bailarines espontáneos con destreza electrificada se van turnando para dar su show individual en plena calle Joaquín Silva.
En las calles de Lapa, las músicas se superponen, brotando de los bares y discotecas donde se escucha axé, forró, bossa nova, jazz, funk brasileño (de las favelas) y hasta salsa cubana, entre edificios coloniales descascarados.
Uno de los lugares que muchos cariocas recomiendan como el mejor para escuchar y bailar samba tradicional (no la del carnaval) con sofisticadas orquestas es el Club dos Democráticos, una especie de gran club de barrio instalado en un antiguo edificio. En Democráticos se baila en pareja el samba de la década del ’30 al ’70 interpretada con los instrumentos de una samba da roda más un set de vientos y una voz al frente. Este género se conoce como chorinho. Otra de estas gafieiras (antiguos salones de baile) es el “Río Scenarium, Pavilhao de Cultura, Bar e Restaurante con Musica ao Vivo”. Está en una casona de tres pisos del siglo XIX con un lujoso mobiliario y objetos antiguos que reproducen el ambiente del Río glamoroso de la década del ’30. Ir bien vestido es parte del juego y se recomienda llegar temprano o reservar mesa para no quedarse afuera o de pie. Las mesas y el escenario de los músicos están alrededor de una lustrosa pista de baile, donde dos bandas tocan todos los días, alternando géneros como el “samba de raiz”, algún bossa nova con algo de jazz, y clásicos de Jobim, Chico Buarque, Paulinho da Viola y Adoniram Barbosa.
LA ESCADARIA DE SELARON Uno de los lugares más curiosos de Lapa es una escalinata famosa cuya colorida foto se ha publicado en medios de todo el mundo. Ubicada justo detrás del histórico teatro Cecilia Meireles, la “Escadaria de Selarón” es una obra en constante realización de un artista chileno llamado Selarón, que desde hace 17 años viene colocando en los peldaños alrededor de 3 mil azulejos que recolecta de diferentes maneras o decora él mismo. Algunos los compra –como uno de Bagdad que tendría 500 años, por el que dice haber pagado 2 mil dólares–, y gran parte se los envían algunos de los centenares de turistas que pasan por día. Es imposible mirar todos los azulejos, pero en un “peldaño argentino” hay imágenes de la Virgen de Luján, La Boca, Caminito y El Obelisco. En total hay azulejos de 92 países que cubren 215 escalones y también las paredes del costado. Hay clubes de fútbol de todo el mundo, y uno muy extraño escrito en arameo (regalo de un parisino libanés). También hay piezas de Palestina y Afganistán. Pareciera que la obsesión de Selarón es agrandar lo más posible esta colección –que ya se extiende a otro sector del barrio–, y si por él fuese cubriría la ciudad entera con azulejos. Por eso hace una especie de “llamado al mundo”, para que le manden azulejos de todo tipo, motivo y color. El contacto con Selarón se puede hacer por Internet en www.selaron.net
CARIOCA Río de Janeiro es una ciudad nostálgica, glamorosa, efervescente, viva y popular. Y por esencia extravagante. Una tarde cualquiera uno se puede cruzar por la calle con una señora saliendo a hacer las compras con un loro al hombro, un hombre en un mototriciclo negro vistiendo túnica negra, turbante negro, anteojos negros y música árabe a todo volumen; o un joven en una plaza juntando del suelo hormigas voladoras en una bolsa.
Los cariocas son muy sociables; necesitan estar mucho tiempo en la calle, comer en mesas al aire libre, hacer deportes en la playa. En el barrio de Flamengo, frente a la playa de Botafogo, hay un complejo privado de canchitas de fútbol donde se juegan varios partidos en simultáneo, las 24 horas del día (comprobado por este cronista). Y todas las semanas, desde el miércoles en adelante, la ciudad está de fiesta permanente como en un eterno carnaval. Por eso cuando llueve sufren de saudades, ese término intraducible con exactitud que, en este caso, equivale a “nostalgias”... del sol.
“En Río a uno lo recibe Dios”, decía un carioca de los más fanáticos, para agregar, plagiando en parte a los argentinos, “Deus nao é só brasileiro, é carioca mesmo”. Y si uno no le cree, él responde señalando hacia lo alto la prueba científica con el dedo índice: “Alí o cara em cima do Corcovado”.
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