Domingo, 18 de agosto de 2002 | Hoy
SALTA EL PUEBLO DE CACHI
A 2280 metros de altura y a 157 al oeste de Salta, Cachi espera al turista
con buena comida, confort, una enorme carga de historia, paisajes
excepcionales y una oferta de paseos y turismo aventura.
Por Julian Varsavsky
Hay quienes sostienen que
la verdadera meta de un viaje es el camino. Y el asombroso trayecto por los
Valles Calchaquíes hasta el pueblo de Cachi parece certificar este punto
de vista. Vamos a través de las sinuosidades y los puentes angostos de
la ruta 33, recorriendo valles agrícolas con caseríos dispersos
entre la inmensidad del paisaje. A medida que ascendemos por la cuesta del Obispo,
aparecen profundas quebradas que enmarcan iglesias solitarias. Los oídos
se tapan irremediablemente y entre los viajeros se reparten hojas de coca como
si fuesen chicle, para evitar el apunamiento. Los 3600 metros de altura marcan
el cenit de la ascensión, en la Piedra del Molino, donde un manto de
niebla esfuma los cerros. Un camino de cornisas permite ver las nubes desde
arriba, precipicio abajo. Y a partir de ahora comenzamos a descender hacia el
sur entre guanacos y cóndores que se divisan en vuelo como un punto casi
inmóvil flotando en las alturas.
El camino hasta Cachi está pavimentado en un 70 por ciento, y entre sus
particularidades está la recta de Tin Tin, que en el pasado fue un trazo
perfecto de 18 kilómetros construido por los incas para desplazarse por
la zona. La recta de Tin Tin atraviesa gran parte del Parque Nacional Los Cardones,
famoso por sus esbeltos cactus que resisten la estoica sequedad del clima. En
caminata desde la vera del camino se visitan algunos restos arqueológicos
y cuevas que resguardan pinturas rupestres. Desde la carretera se divisa la
precordillera y la cumbre del Nevado de Cachi, que con sus 6720 metros es la
segunda más alta del país luego del Aconcagua.
El pueblo Al llegar a Cachi, ubicado a 2280 metros de altura, se descubre un pueblo polvoriento que a la hora de la siesta parece deshabitado. La blancura de las casas brilla al sol, y no hay ruido de autos, sólo el taconeo de los caballos en el adoquinado y el canto de los gallos. Los niños asoman tímidamente la cabeza por la puerta de sus casas. Las veredas están elevadas unos 40 centímetros o más sobre el adoquinado, y las casas son de piedra y adobe, con techo de madera. Antiguos caserones de la época colonial destilan un aura de majestuosa decadencia, y en algunos casos tienen las paredes del frente sostenidas con troncos para que no se desplomen sobre la vereda. Los habitantes de Cachi son alrededor de 5500, y el lugar de reunión social es la plaza, rodeada por un bajo muro de piedra sobre piedra al estilo incaico (pirca). En una esquina de la plaza se juntan los campesinos a ofrecer el fruto de sus huertas: duraznos, pimientos y diversas verduras.
La historia El origen
de Cachi se remonta al período prehispánico, cuando la zona albergaba
comunidades diaguitas. En el lenguaje kakana, Cachi significaba “sal”
porque los indígenas pensaban que la nieve que cubría los cerros
era sal. La fundación española fue en 1655. Los jesuitas crearon
varias misiones por todo el valle, y en el reparto de encomiendas de 1673, Cachi
fue asignado a doña Margarita de Chávez. Así surgió
la Finca Hacienda de Cachi, en la cual se aprovecharon los antiguos sistemas
de riego construidos por los indígenas. Esta finca fue el eje poblacional
de Cachi por mucho tiempo, hasta que en 1796 se la entregan al Convento de los
Mercedarios, quienes levantan la capilla que ha llegado hasta nuestros días.
Las paredes de la iglesia de Cachi son de adobe y están asentadas sobre
un cimiento de piedra de río. El techo es de madera de cardón,
y presenta una proporcionada espadaña con tres campanas que coronan una
fachada neoclásica agregada a fines del siglo XIX.
El lugar que concentra el mayor peso histórico del pueblo es el Museo
Arqueológico, uno de los más completos del norte argentino. Una
elegante casona colonial con un frente de galerías con arcadas resguarda
registros arqueológicos que abarcan 10.000 años de historia en
el valle, remontándose hasta la cultura Santa María. Entre las
piezas más valiosas hay pequeños monolitos finamente tallados
con figuras zoomorfas, esqueletos con las vestimentas que llevaban los diaguitas
al ser enterrados en posición fetal, hornacinas llenas de choclos secos
encontrados en los ajuares funerarios, puntas de flecha, morteros y una infinidad
de vestigios que alcanzan el número de 5000 piezas arqueológicas.
El cementerio del pueblo, ubicado en los altos de una pequeña meseta,
concentra la extraña esencia de todo Cachi, con su sencillez extrema
rodeada de la vastedad inconmensurable de los valles. Al caminar entre sus tumbas,
rondan por la mente dos únicas palabras: historia y silencio
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