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Domingo, 20 de mayo de 2007

CHILE > EL MUSEO MAGGIORINO BORGATELLO DE PUNTA ARENAS

Sobre yámanas y alacalufes

En Punta Arenas existe un museo etnográfico y de ciencias naturales con una completa muestra de los pueblos originarios de la Patagonia: canoas yámanas, arpones kaweshkar y quillangos de legendarios caciques tehuelches. Además, los famosos fragmentos de piel de la Cueva del Milodon y la trágica historia de la “fiebre del oro”.

 Por Julián Varsavsky

Resulta curioso pensar que el sueño de un místico italiano del siglo XIX pueda haber tenido repercusiones muy concretas en el extremo más inhóspito del continente americano. El místico en cuestión fue el cura Don Bosco, quien en 1859 soñó con “una región salvaje y totalmente desconocida, que era una inmensa llanura, toda inculta, en la que no se divisaban montes ni colinas, pero en sus confines, lejanísimos, se perfilaban escabrosas montañas”, habitaban “turbas de hombres casi desnudos, de una estatura extraordinaria, de aspecto feroz, cabellos ríspidos y largos, de tez bronceada y negruzca, y cubiertos sólo con amplias capas hechas con pieles de animales, que les caían de los hombros”. Seguramente ese sueño fue inspirado por la lectura de los diarios de viaje de los grandes exploradores de la Patagonia, ya que ubicó el lugar imaginado en las tierras más australes de América del Sur. En el relato de su sueño, Don Bosco también proyectó sus temores: “Cuando los misioneros se acercaron, para predicar la religión de Jesucristo, los bárbaros, apenas los vieron, con furor diabólico, con un placer infernal, les saltaron encima, los mataron y con inhumana saña los descuartizaron, los cortaron en pedazos y elevaron los trozos en la punta de las lanzas”.

A pesar de semejante designio, los primeros misioneros salesianos se aventuraron en tierras patagónicas al poco tiempo de conocida esa visión y en 1883 el Vaticano creó el Vicariato Apostólico de la Patagonia Septentrional. Al igual que políticos, científicos y militares de la época, el objetivo de los salesianos era transformar la naturaleza “salvaje” del indio, con la prédica del Evangelio. La primera prefectura salesiana tuvo su sede en la zona de Punta Arenas, en una reducción de trabajo instalada en la isla Dawson, donde habitaban los alacalufes. Sin embargo, en pocos años, los salesianos terminaron asistiendo a la agonía de los pueblos originarios de la Patagonia.

EXTERMINIO INDIGENA Los onas fueron exterminados en gran medida por los buscadores de oro que llegaron a la Patagonia en 1869 atraídos por una “fiebre” que, por supuesto, prometía más de lo que ofrecía. Se instalaron incluso maquinarias de procesamiento, pero la cantidad de oro no fue suficiente para tanta gente, quienes se terminaron matando entre sí por la codicia. El resultado trágico de todo esto fue el exterminio de los onas, a quienes los buscadores de oro mataban y les raptaban a las mujeres. A la cabeza de esa fiebre estuvo un rumano llamado Julio Popper, de quien en el museo se exhiben fotos e incluso las monedas de oro que hizo acuñar con su nombre. Popper, a quien llamaban “El rey del páramo”, tuvo su ejército privado en una zona sin Estado y sin ley. Y se hizo famoso tanto por su intrepidez como por estar a la cabeza del genocidio ona, a quienes “cazaba” y se fotografiaba orgulloso con sus “piezas cobradas”.

Más tarde, al apaciguarse la “fiebre”, los blancos comenzaron a cercar los campos donde los aborígenes cazaban guanacos para criar ovejas. Entonces, los onas se dedicaron a cazar ovejas y los estancieros, a cazar onas. Ofrecían incluso una recompensa por cada par de orejas onas. De esa forma, la población de esta etnia, calculada en dos mil integrantes, se extinguió para siempre.

EL MUSEO DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS Los misioneros también se dedicaron a hacer exploraciones y a recolectar material etnográfico que acumularon en el Museo Maggiorino Borgatello de Punta Arenas, creado en 1893, además de enviarlo a los museos europeos que les encargaban esta clase de trabajos pseudoarqueológicos. En el museo está documentado el proceso de colonización de la Patagonia sur chilena (que coincide mucho con el de Tierra del Fuego en Argentina). Entre los materiales más valiosos se puede ver una completa muestra fotográfica que incluye, por ejemplo, a integrantes del pueblo ona o selk’nam cubiertos con pieles de guanaco. En las fotos se los observa posando con sus mujeres orgullosamente gordas, “síntoma” de que su marido era un buen cazador. También hay collares de plumas y de caracolitos con que se adornaban.

La parte más importante del museo es la arqueológica, con una de las muestras más completas que existen de los indígenas del sur de la Patagonia. En primer lugar llama la atención la vitrina de los pueblos kaweshkar y yámana, grupos canoeros de la zona de Cabo de Hornos a quienes se ve en las fotos con el cuerpo protegido con piel de lobo marino. La exhibición incluye arpones, puntas de flecha y canoas originales hechas con la corteza de un árbol. En estas canoas prendían fogatas, colocando unos armazones de ramas cubiertas de barro. Cada grupo familiar tenía su canoa, donde viajaban y cazaban todos juntos, e incluso pasaban gran parte de su vida en las aguas de los canales fueguinos. Una de estas canoas fue comprada por el padre Borgatello en 1903 a unos onas que llegaron a Punta Arenas buscando un niño que les habían robado unos cazadores de lobos.

En el sector de los tehuelches –que vivían más al norte y a ambos lados de la cordillera– hay boleadoras, lanzas y un quillango de piel de guanaco que perteneció al cacique Mulato, el último tehuelche que hubo en Chile, a quien le robaron sus tierras y murió en 1912.

En el tercer piso del museo hay una canoa de los alacalufes y también los restos de una extraña raza de perros flacos y alargados, domesticados por los aborígenes, de los cuales se cree habrían sido traídos por los primeros “descubridores” y que se extinguieron junto con los onas.

De los selk’nam, por su parte, se exhiben puntas de flecha talladas con vidrio de botella, canoítas y arcos pequeños para enseñarles a los niños a navegar y cazar, una red de caza hecha con tendones de guanaco y una trampa para cazar roedores armada con nervios y barbas de ballena.

En el recorrido por el museo también se ven objetos curiosos como los instrumentos astronómicos de un observatorio que los salesianos instalaron en la Patagonia en 1887. En la parte de ciencias naturales hay toda clase de especies animales embalsamadas, como por ejemplo, el pingüino emperador, de 1,20 metro de alto. Entre las rarezas hay un mapa de la Patagonia hecho a mano de 5 metros de largo y, por último, una vitrina dedicada al padre Alberto de Agostini, fotógrafo, cartógrafo, andinista y gran explorador que recorrió la Patagonia a comienzos del siglo XX. Allí se exponen sus piquetas de escalada, las botas con grampones para la nieve y muchos de los objetos que lo acompañaron en su aventura patagónica.

La piel del Milodón

Una de las piezas más importantes del Museo Borgatello es la piel que se encontró en la famosa Cueva del Milodon en 1895, cuando los dueños de una estancia a 24 kilómetros de Puerto Natales se internaron en una gran cueva al pie de una montaña. Allí descubrieron un trozo de piel muy extraño que se llevaron a su campo y dejaron colgado de un árbol. Al año siguiente, una expedición dirigida por el capitán Eberhard pasó por esa estancia y, al ver la extraña piel, sospecharon que podía pertenecer a alguna especie prehistórica. Como buenos exploradores, fueron a la cueva y encontraron nuevos trozos de esa piel y varios huesos. Al confirmar que pertenecían a una especie desconocida hasta el momento, la denominaron “milodon”, una clase de perezoso gigante que se extinguió hace unos 10 mil años. La piel estaba en un increíble estado de conservación gracias al suelo de cenizas y sedimentos de la caverna. Actualmente, la piel del Milodon se encuentra en el Museo Británico de Londres.

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Una canoa yámana. En estas embarcaciones navegaban por las aguas australes.
 
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