PERU > LA CIUDAD DE IQUITOS
Un viaje a Iquitos, donde todavía se puede percibir en extravagantes mansiones de estilo europeo el destello del pasado esplendor de la fiebre del caucho. Puerta de entrada al gigantesco Amazonas, la ciudad sirve de base para navegar por el mundo acuático del mítico río. Y también para adentrarse en la exuberante jungla tropical y vivir la aventura de nadar entre pirañas.
› Por Mariana Lafont
Durante largo tiempo, la Amazonia peruana fue un mundo aparte, ya que no mantenía comunicación alguna con Lima y un viaje podía demandar meses, sin contar que la aventura implicaba atravesar ríos y montañas con los más precarios medios. Iquitos, al igual que el resto de la región, padecía una aguda insularidad –que persiste hasta nuestros días–, ya que la única manera de llegar a esta singular ciudad era (y sigue siendo) por barco o avión.
Iquitos está ubicada en el departamento de Loreto, sobre la margen izquierda del caudaloso río Amazonas y 1900 km al nordeste de Lima. El gigantesco Amazonas nace al este de la Cordillera de los Andes y se extiende a lo largo del pulmón más grande del planeta: la selva amazónica. Varios fueron los nombres dados a este coloso de las aguas hasta que, en 1542, Francisco de Orellana lo bautizó “río de las Amazonas” tras un enfrentamiento con una tribu local en la que combatían intrépidas guerreras semejantes a las míticas amazonas.
INTENSA IQUITOS No bien se pone un pie en Iquitos, un gran abrazo de calor y humedad se apodera del cuerpo y parece inmovilizarlo hasta que, lentamente, el organismo se acostumbra al gran cambio de temperatura. En el corto trayecto entre el aeropuerto internacional y la ciudad ya empieza a brotar, mire por donde se mire, el intenso verde del trópico. Una vez en la ciudad sorprende –y por momentos agobia– el aluvión de unas simpáticas y llamativas motocicletas de tres ruedas con techo llamadas “mototaxis”. Según la opinión de los limeños, se trata de “un invento de la selva” que se ha expandido rápidamente por todo el Perú como medio de transporte para distancias cortas. Si bien es una opción sumamente popular y económica, cierto es que al tomar una mototaxi la adrenalina comienza a subir mientras el conductor sortea, a gran velocidad, todos los vehículos que encuentra a su paso como si estuviera en un rally. Descripto de esta manera parece una locura subirse a este medio de transporte; sin embargo, vale la pena armarse de coraje y vivir la divertida y excitante experiencia.
Por su fisonomía y estilo, la agitada Iquitos –donde el barullo y el movimiento son una constante– podría ser una ciudad tropical común y corriente. Sin embargo, lo que la distingue de otras urbes del trópico son las bellísimas edificaciones que, cual retoños, brotan entre la masa de simples construcciones y comercios. Como finas pinceladas, tales edificaciones asoman de manera elegante y delicada en diversos puntos de la ciudad. Pero semejante mixtura arquitectónica no es casual sino más bien la consecuencia lógica de aquel lejano y breve esplendor que vivió Iquitos con la fiebre del caucho que así como súbitamente floreció, velozmente se marchitó.
EL CAUCHO FORJO LA CIUDAD Iquitos fue fundada por una misión jesuita en 1750. Era una tranquila y pequeña aldea poblada por indios Iquitos hasta que en la primera mitad del siglo XX experimentó un repentino crecimiento debido al auge del comercio del caucho. A partir de ese momento se produjo un estrepitoso proceso de colonización que así como generó mucha riqueza también provocó grandes transformaciones culturales y sociales. Aunque los indios centroamericanos habían descubierto la manera de aprovechar las propiedades naturales del caucho, fue en la selva amazónica donde la extracción del oro blanco del árbol del caucho o seringueira tomó impulso y se transformó en una actividad productiva y rentable. El auge en Perú comenzó en 1885 y duró hasta 1907, año en que comenzó a declinar la actividad dada la fuerte competencia impuesta por las colonias inglesas y holandesas que habían logrado adaptar exitosamente el cultivo en Asia.
Durante los años de repentina bonanza, los devenidos nuevos ricos solían derrochar sus grandes e inesperadas fortunas construyendo fastuosas mansiones de estilo europeo, cuyos materiales también eran traídos del Viejo Continente.
La otra cara de la fiebre del caucho estuvo teñida de sangre y plagada de abusos justificados con el único fin de fundar nuevos poblados para “civilizar” a los “salvajes”. A su vez, la falta de una presencia estatal sólida en tan inhóspito y lejano territorio produjo una explosión de riqueza difícil de controlar que se encauzó, finalmente, en manos de unos pocos particulares. Sin embargo, también se considera que el cauchero peruano no devino únicamente empresario del látex sino que supo ocupar un rol fundamental en la defensa de la soberanía y el territorio.
LA “CASA DE HIERRO” Mientras el caucho seguía dando sus frutos, en todo Iquitos surgían extravagantes construcciones. Una de ellas es el ex Hotel Palace, de estilo art nouveau y decorado con hierro forjado de Hamburgo, mármoles de Carrara y mosaicos sevillanos. Otro de los edificios más llamativos y emblemáticos es la llamada “Casa de Hierro” de Eiffel, el mismo ingeniero y arquitecto francés que diseñó la torre símbolo de París. La bautizaron “Casa de Hierro” debido a la perfección con la que todas sus puertas, ventanas, columnas y paredes fueron engarzadas formando un armónico y singular conjunto arquitectónico. La estructura es de dos pisos con balcones en ambas fachadas y su techo de forma piramidal a cuatro aguas se sustenta sobre columnas de hierro forjado. Al ver la casa, la imagen de la torre parisina viene inevitablemente a la mente y la pregunta es: ¿cómo llegó una construcción de Eiffel a la Amazonia peruana? Varias son las versiones sobre la historia de esta peculiar edificación, pero la más popular cuenta que el ingeniero construyó la casa para una exposición en París a la cual concurrió un millonario cauchero que se empecinó con ella. Una vez adquirida mandó desarmarla y embarcar cada una de las partes desde París hasta Sudamérica. Si bien el destino original era otro, por problemas con el transporte la casa se terminó construyendo en Iquitos donde hoy se la puede ver. Fue la primera casa prefabricada –y diseñada por el famoso arquitecto– que arribó al Perú.
HIPERVIDA EN LA SELVA Luego de recorrer la historia y la arquitectura de Iquitos, cualquier viajero que ansíe conocer la exuberante vida de la selva amazónica debe alejarse de la ciudad. Para ello hay muchas agencias que ofrecen diversos tipos de servicio con hospedaje en lodges ubicados en plena selva y a los que se accede luego de algunas horas de navegación. Si bien muchos viajeros prefieren moverse por sus propios medios, en lugares de estas características quizá sea conveniente hacer una excepción y contactarse con gente especializada y que conozca bien la región. La exótica fauna que allí habita y la gran abundancia de enfermedades podrían deparar más de una sorpresa. Pero la experiencia de conocer la selva bien vale el esfuerzo de tomar las precauciones necesarias, sobre todo vacunarse contra la fiebre amarilla antes de viajar.
Una visita a la jungla es fascinante porque allí es posible contemplar y apreciar las sorprendentes dimensiones de la vida animal y vegetal. Más de uno habrá experimentado la sensación de haberse encogido al internarse en semejante inmensidad. Basta ver el porte de una hormiga para no querer imaginar el tamaño que tendrán los mosquitos, y mientras se piensa esto seguramente ya hayan picado sin piedad y sin inmutarse ante el repelente puesto, en vano, sobre la piel. Más excitante aún es realizar una caminata –con guía, por supuesto– y conocer la selvática espesura en su máxima expresión. Paso a paso, el guía enseña todos los secretos que se esconden entre las diferentes tonalidades de verde y la infinita cantidad de detalles que los seres urbanos no somos capaces de percibir. La sensación de ser observado acompaña todo el recorrido y, por momentos, ronda la paranoia al punto tal de preguntarse por qué uno paga por estar en situaciones de ese tipo. Sin embargo, lo ideal es no dejarse llevar por los pensamientos y sí por los sentidos para comenzar a apreciar todo lo que la selva tiene para ofrecer.
Otra actividad imperdible es el paseo en canoa por los incontables ríos que se entrecruzan como en un laberinto y desde donde se pueden ver caimanes, monos y aves multicolores sobrevolando sin cesar. Si a ello se le suma una exótica pesca de pirañas –con una simple rama como caña, un poco de tanza y diminutos trozos de carne cruda– se verá cómo los pequeños y dientudos pececillos comienzan a brotar, uno a uno del agua. Más amigables sean quizá los siempre sociables delfines que en esta zona tienen la particularidad de ser rosados, por tratarse de una especie de agua dulce, cuyo hábitat son los ríos y lagunas de la cuenca alta del Amazonas. Pero, mire por donde se mire o haga lo que se haga, en Iquitos seguramente se encontrará con una interesante mezcla de historia, arquitectura y el exotismo y la adrenalina típicos de la jungla.
Más allá de mitos y películas, las pirañas no son tan malas como se cree. Estos dientudos ejemplares, que habitan las riberas de los ríos de Sudamérica y el imaginario colectivo del resto del mundo, son más temidas que temibles. Si bien es cierto que ocasionalmente atacan a grandes animales heridos, ya que las atrae el olor de la sangre, la mayor parte del tiempo se alimentan de peces y carroña. Y aunque los investigadores sugieren que las pirañas se congregan en grandes grupos por protección y no como una estrategia de caza, los cardúmenes de pirañas pueden ser peligrosos. Este pez tiene los dientes afilados como una hoja de afeitar y puede devorar cualquier cosa si tiene escasez de comida. Si va a zambullirse en el Amazonas es fundamental consultar con un guía cuál es el lugar apropiado y, obviamente, no tener ninguna herida en el cuerpo que pueda atraerlas. En definitiva, con un poco de valor y precauciones, es posible nadar entre pirañas.
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