Dom 24.06.2007
turismo

ESPAÑA > EL NUEVO MUSEO DE EL PRADO DE MADRID

Luz, piedra y estuco

En octubre culminarán las obras de ampliación del célebre Museo de El Prado de Madrid. Un templo de luz, piedra y estuco del siglo XXI para albergar una de las colecciones de pintura antigua más importante del mundo. Un recorrido por los tres niveles mientras se ultiman los detalles antes de su próxima apertura.

› Por Angeles Garcia *

Es Moneo en estado puro. La esencia del trabajo del arquitecto. La piedra, el bronce y el estuco son los materiales básicos de sus mejores trabajos y son los pilares sobre los que Rafael Moneo (Tudela, 1937) ha realizado la espectacular ampliación del Museo de El Prado que se abrirá a finales de octubre después de seis años de trabajos. Son 22.000 metros cuadrados con los que El Prado se convierte en el gran museo del siglo XXI. Un templo de lujo para la mejor colección de pintura antigua del mundo. A las 1300 obras maestras que ahora conforman la colección permanente se sumará más de un 30 por ciento. El costo final ha sido de 135 millones de euros.

El cubo del arquitecto

La reforma realizada por Moneo es sencilla y práctica y, sobre todo, muy respetuosa con el entorno. Desde su construcción, encargada por Carlos III al arquitecto Juan de Villanueva, el museo ha tenido varias ampliaciones. La única posibilidad de crecimiento real estaba en el edificio más próximo: la iglesia de los Jerónimos. Un edificio de nueva planta, construido con ladrillo y granito, se alinea con la fachada de la iglesia de los Jerónimos y de la Real Academia Española. El cubo de Moneo enlaza con el antiguo edificio a través de un túnel bajo tierra construido a 32 metros de profundidad. En el exterior, el visitante contempla parterres de boj que recuerdan los jardines del siglo XVIII y que se funden visualmente con el vecino Jardín Botánico. Un juego de verdes que rompe con la dureza del ladrillo y de la piedra. La fachada del cubo se abre a través de las deslumbrantes puertas que la escultora Cristina Iglesias ha creado a modo de tapiz vegetal. Las puertas de bronce patinado están formadas por dos hojas fijas y cuatro móviles. Sus bajorrelieves recuerdan un telón que es en sí una espectacular pieza escultórica.

Concebida de una manera lineal, la obra se distribuye en tres niveles en torno del lucernario, un espectacular tragaluz que es el protagonista absoluto en torno del cual gira la nueva vida del museo. Desde ahí se distribuye la luz natural que ilumina las salas. Las tres plantas o niveles que rodean esta entrada de luz son espacios rectangulares de diferentes medidas. Las formas geométricas son una constante en los elementos internos y externos del edificio.

En el claustro renacentista de los Jerónimos se exhibirán las mejores esculturas del museo.

Desde la entrada

El primer nivel concentra las actividades públicas del museo. La entrada lleva el nombre de toda el área: Jerónimos. Traspasado el umbral, deslumbrantes puertas de bronce y paredes de piedra de Colmenar y estuco rojo pompeyano reciben al visitante. La entrada, la cafetería y el auditorio, de 400 plazas, son los servicios básicos de esta planta, en la que la colección de esculturas conocida como las Musas, donada por Cristina de Suecia a Felipe IV, adornan el recibidor. Al fondo, en forma de laberinto negro, se ha instalado el restaurante, quizá el espacio más pobre de la ampliación. Sus 250 plazas tienen un aspecto apelmazado y claramente insuficiente.

Dos escaleras mecánicas sirven para subir y bajar por estas tres alturas. A su lado se encuentran amplios ascensores y el montacargas, orgullo de quienes tienen que trabajar para el desplazamiento de las obras. Tiene capacidad para aguantar 900 toneladas de peso. Aseguran que es el más grande de Europa. Lo que aquí no verá el visitante son los almacenes creados para las obras con unos modernísimos sistemas antiincendios y de climatización.

Fino estuco

Después se encuentran las nuevas salas dedicadas a las exposiciones temporales. Tres espacios de 400 metros y una menor de 95 metros. Tienen el suelo de madera de roble y paredes de estuco que han sido realizadas por un especialista ciego que controlaba la superficie al tacto de su cara y manos. Se llama Oriol García (Barcelona, 1959). Dirige un taller que creó su bisabuelo en 1870. Asegura que su enfermedad nada tiene que ver con el uso de la cal. El estucado realizado en la ampliación de El Prado (sala de las Musas y exterior del auditorio) ha llevado a su taller unas 3500-4000 horas de trabajo.

La coronación de toda la obra está en el tercer nivel, ocupado por el restaurado claustro renacentista de los Jerónimos. Su luz natural realzará la colección de escultura de los Leoni. Y entre sala y sala pública, El Prado estrena talleres de restauración, archivo, centro de investigación y de artes decorativas.

(...)

Sala de las Musas. El estuco rojo de Pompeya es obra de un artesano ciego.

Obra a puertas abiertas

Con casi todo a punto, el presidente del patronato está pletórico. “Es la obra que el museo necesitaba. Está entre los cinco mejores del mundo. Es un museo histórico con una colección de altísima calidad. No necesita más. Durante mucho tiempo ha sufrido la mirada imperial de todos esos que pensaban que para qué más visitantes. Pero hemos logrado hacer una obra complicada sin cerrar el museo.”

Ahora queda terminar el Casón del Buen Retiro. Será el centro intelectual del museo, junto a la Escuela de Conservadores. Allí estará también El Prado docente. El espacio del liberado Museo del Ejército también se incluirá en el conjunto. Y a partir de octubre se empezará a trabajar con la colección permanente, el proyecto que más ilusiona al director, Miguel Zugaza.

Mientras, el museo realiza jornadas de puertas abiertas para que los visitantes contemplen la ampliación. Las jornadas, de acceso gratuito, empezaron el pasado 28 de abril y se celebran todos los sábados y domingos hasta el 1º de julio. En las salas de exposiciones temporales, el público podrá contemplar una instalación especial de fotografías de Thomas Struth. La exhibición de estas imágenes, tomadas por el artista alemán en el Ermitage, la Galleria dell’Academia de Florencia y el Museo de El Prado, es un homenaje al público.

* El País Semanal

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