Domingo, 19 de agosto de 2007 | Hoy
MARRUECOS > LA CIUDAD DE TáNGER
Fragmento de un texto del escritor Abdelà Taïa sobre la ciudad del norte de Marruecos más cosmopolita, con una costa abierta al Atlántico y al Mediterráneo, llena de contrastes y de injusticias, destino soñado por escritores y artistas atraídos por su luz y sus gentes. El cielo de Paul Bowles, la plaza de Juan Goytisolo y los claroscuros de Tánger en el cuadro “Paisaje cerca de Malabata”, de Francis Bacon.
Por Abdelà Taïa *
(...) Todo aquel que busca el alma insolente de Tánger puede aún encontrarla en sus calles y callejuelas, en sus rincones sombríos. Las huellas literarias de los grandes nombres que durante mucho o poco tiempo han residido en esta ciudad que se asoma al mar no se han borrado del todo. Para muchos, Tánger sigue siendo una ciudad fuera de la geografía, suspendida entre la tierra y el mar. Una novela libertina. Un poema escandaloso, místico. Una prisión sin barrotes a la que van a parar los decepcionados, los traidores, los desgraciados. La última frontera. El último sueño. El quif supremo, el genio del Rif. Un peñón desde donde tirarse al mar y permanecer allí para siempre. El destino de los ángeles.
La lista de visitantes ilustres es larga, demasiado larga. A menudo se habla de ellos, de sus aventuras, y desde el punto de vista árabe, bereber, marroquí, se olvida la huella de Tánger. El Tánger de los rechazados, de los condenados, de los que buscan salir, escapar de Marruecos, es hoy el foco de la actualidad en la ciudad. A Tánger se la ha encerrado, se la ha sometido. Durante mucho tiempo, sólo se ha visto su lado in. Y este aspecto es forzosamente injusto, ilusorio.
Soy de Salé, una ciudad que se encuentra a orillas del río Bou Regreg, frente a la capital, Rabat. De familia tradicional y pobre. En mi casa, nunca se viajaba, nunca nos alejábamos de nuestro infierno y nuestro paraíso cotidianos. Pero un día de 1985 sucedió un milagro. En verano, mi hermano mayor nos llevó a mi hermano pequeño y a mí dos semanas de vacaciones a Tánger. Por primera vez en mi vida abandonaba mi mundo. En aquel tiempo, esta ciudad representaba lo desconocido. No sabía nada, por así decirlo, de su historia, de sus mitos, de su peculiar situación en Marruecos. Tánger se me presentó, apenas me atrevo a decirlo hoy, como si no fuera una ciudad marroquí. Nada en ella me era familiar. Nada me pertenecía, pero todo me seducía, me cautivaba. Era un extranjero en una ciudad extranjera. Un adolescente lleno de sueños eróticos en un mundo en el que la literatura parecía haber encontrado un lugar para reinventarse, para cambiar las palabras, el espíritu, entrar en el caos original, amar nuevamente como en la época de los hombres primitivos. No sabía nada, pero, en lo más recóndito de mí, capté todo, comprendí todo, respiré todo, y, sin saberlo, la literatura y la escritura entraron en un pequeño rincón de mi mente, de mi corazón, para vivirla y para crecer con ella. Y para obligarme después a pasar a la acción, a transformarse con los libros.
Al final de ese breve y decisivo viaje, mi hermano mayor me regaló una novela en francés. El pan desnudo, de Mohamed Choukri. Por segunda vez, y sin saberlo, me introducía en la senda de los libros y me convertía en escritor.
Había descubierto El pan desnudo en Tánger en agosto, unos días después de mi cumpleaños. Lo había leído por primera vez en árabe, cuando tenía 10 años, a escondidas, pero lo había olvidado. Aquí, en este lugar de Marruecos, lo redescubrí en otra lengua; no la mía, sino una lengua casi enemiga, la lengua de los ricos de Marruecos, el francés. No me gustaba esa lengua, pero gracias a ella entré nuevamente en el universo de Choukri y por segunda vez me reencontré con un niño de la calle, de pies desnudos; con el niño rifeño hambriento. Un niño que asiste, al principio de ese relato, a una escena alucinante: el padre que mata al hermano pequeño de Choukri estrangulándole. Violencia extrema. Violencia y sexo. Sexo y violencia. El escritor describía Marruecos sin contemplaciones, sin deseos de seducir, de pretender que guste. Contaba la realidad. Su realidad. Su autobiografía. En Marruecos, la mayoría de las personas recurre a la ficción, a la opinión general, para protegerse, para dar una buena imagen de sí mismos acorde con los dictados de la sociedad. Choukri, no. El decía “yo” con descaro; un “yo” desnudo, miserable, escandaloso y en árabe. Un “yo” que no quieren oír, un “yo” sometido al silencio durante mucho tiempo. Un “yo” que ha podido salir de la pobreza, reencontrarse en la cárcel con las palabras, con la escritura, y que, en vez de renegar del pasado, ha dedicado su esfuerzo a revelarlo a un Marruecos hipócrita en una lengua sagrada, la del Corán.
(...) Si tuviera que hablar de uno solo de los visitantes de Tánger sería sin duda de Paul Bowles. Descubrí su obra a través del cine, en la adaptación que hizo en 1990 Bernardo Bertolucci de su novela El cielo protector (John Malkovich y Debra Winger interpretaban a una pareja neoyorquina que llega a Tánger y descubre Marruecos poco a poco, hasta diluirse en él, volverse locos y morir). Más tarde, la lectura del libro supuso para mí un momento muy intenso. Fue Gertrude Stein quien animó a Bowles, un músico estadounidense que vivió durante veinte años en París, a conocer Tánger. En Memorias de un nómada, su autobiografía, publicada en 1972, describe lo que sintió la primera vez que llegó a la ciudad, en 1931: “Si digo que Tánger me atrapó como si fuera una ciudad de ensueño, hay que interpretar la expresión en su sentido literal. Su orografía llena de escenas típicamente oníricas: calles cubiertas como si fueran pasillos y, a cada lado, las puertas de las casas abiertas; terrazas escondidas que miran al mar, calles que parecen escaleras, callejones sombríos sin salida, pequeñas plazas edificadas sobre pendientes..., se podría decir que es el decorado de un teatro diseñado sin tener en cuenta las leyes de la perspectiva, con calles que salen en todas direcciones”. Este laberinto le hizo abandonar poco a poco la música para dedicarse cada vez más a la literatura. Este país de gente llena de vida, como a él le gustaba decir, será definitivamente el suyo a partir de los años cuarenta.
(...) Cuando Juan Goytisolo llegó a esta ciudad en los años setenta, lo que quería era aprender árabe. Pero enseguida comprendió que no era el lugar ideal porque aquí casi todo el mundo habla español. Para conseguir su proyecto tuvo que ir más al sur, a Marraquech concretamente, donde vive desde los ochenta (y habla árabe). Sin embargo, Tánger le impresionó tanto que situó allí su célebre novela Don Julián, que trata sobre el lento recorrido por las calles de la ciudad de un personaje anónimo a quien se identifica con don Julián, el conde español que en el siglo VIII traicionó a su país y lo entregó a las tropas árabes.
Antes de continuar con este deambular literario y tangerino me gustaría detenerme un instante y recordar algo extraordinario que hizo Juan Goytisolo a mediados de los noventa. Las autoridades de Marraquech tenían la intención de transformar la famosa plaza Yemaa el Fna, el corazón de Marruecos y de la cultura popular, en un supermercado y en un aparcamiento. Afortunadamente, Goytisolo, atónito ante la locura del proyecto, escribió un extenso artículo en la revista francesa Le Monde Diplomatique en el que resaltaba la enorme importancia que tiene para los marroquíes este mágico y único lugar del mundo. Con este motivo también creó una asociación para salvar la plaza. La movilización atrajo la atención de la Unesco, que se apresuró a declarar patrimonio de la humanidad la famosa plaza. Este gesto, que muestra el apego de Juan Goytisolo por las señas de identidad, es prácticamente desconocido en Marruecos, pero conocido por los escritores y los enamorados de la literatura que vienen con regularidad a Tánger a respirar su peculiar aire y encontrarse en el formidable y bonito Hafa, el único café literario del reino.
Hafa (acantilado, en árabe), un nombre sobre el que podrían construirse miles de sueños, como hizo Marcel Proust. Acordarse de todos los que han pasado por allí, desempolvarlo, reinventarlo, prestar atención a todas esas personas que viven en este lugar; los jóvenes de Marruecos, que no tienen futuro, que sueñan y matan el tiempo mirando a España, candidatos a la inmigración clandestina que están a punto de convertirse en los auténticos héroes de la literatura y del cine marroquí.
Hay otros nombres en Tánger que llaman la atención y que merecen un recuerdo en esta banalización galopante. El elegante hotel El Minzah, que a pesar de todo, conserva el espíritu de antaño. Les Colonnes, la mítica librería de la ciudad, que vive un nuevo e intenso período de esplendor gracias a su director, Simon-Pierre Hamelin, que acaba de crear la revista literaria Nejma, cuya ambición es “escribir, que se escriban palabras en la tierra, en Tánger (...); oír, que se escuchen las voces perdidas en los vientos de estos dos mares, las tenazas de una leyenda que deja sin aliento, realidad turbulenta y seductora”. El Zoco Chico, el Gran Teatro Cervantes, el hotel Ville de France, la sublime iglesia de San Andrés (construida en 1905) y su cementerio, el cine Mauritania, que el fotógrafo Yto Barrada acaba de reformar para convertirlo en filmoteca.
(...) Volver a Tánger y escribir un nuevo capítulo de su historia que hable sobre los barrios de gente sencilla, pobre y olvidada; sobre los rígidos islamistas que controlan la forma de pensar; sobre los señores de la droga que están por todas partes. Un gran capítulo, audaz, auténtico, que de buen grado titularía “Tánger, atrapado por la realidad”.
Volver a Tánger e imaginar que se parece a ese cuadro premonitorio de Francis Bacon, Paisaje cerca de Malabata (Tánger, 1963). Negra. Extraña. Amenazada por borrascas que parecen fantasmas. Iluminada por relámpagos. Un crisol del que saldrá un nuevo mundo, lejos, muy lejos del tópico orientalista y de la imagen pictórica.
Traducción de Virginia Solans
* El País Semanal.
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