NOTA DE TAPA
Ballenas, pingüinos, guanacos, maras, elefantes marinos, aves: la extensa y casi virgen región patagónica es uno de los mejores destinos del mundo para el avistaje de fauna, con miles de kilómetros de costa atlántica. Desde la comarca Carmen de Patagones-Río Negro, puerta de entrada a la Patagonia, un itinerario con paradas en Las Grutas, Puerto Madryn, Península Valdés, Punta Tombo, Camarones, Puerto Deseado, el PN Monte León y Tierra del Fuego.
› Por Graciela Cutuli
Si se pudiera, a la manera del fantástico viaje de Nils Holgersson, subirse a un ave y sobrevolar aferrados a sus alas el extenso territorio de la Patagonia costera, se podría lograr una maravillosa vista de un paraíso faunístico como quedan pocos en el mundo. Unos 4000 kilómetros de costa se extienden desde el sur de la provincia de Buenos Aires, donde el paisaje ya toma características patagónicas, hasta Tierra del Fuego: y esos miles de kilómetros de costas recortadas, acantilados y playas, siempre barridas por el viento y bordeadas por un mar de profundo azul, son el refugio de especies en peligro de extinción, o muy difíciles de ver. Se puede planificar un recorrido minucioso, de norte a sur, teniendo en cuenta que no es lo mismo viajar en cualquier temporada, sino que hay que tener en cuenta tanto los rigores del clima como el ritmo de las migraciones. Lo mejor es, una vez armado el itinerario, contactar en cada lugar a los guías especializados, que conocen los secretos de cada rincón y la forma ideal de aproximarse a cada especie, para garantizar su protección y la de su ambiente.
Carmen de Patagones y Río Negro, ciudades situadas a ambas márgenes del río Negro, pero cada una en una provincia distinta, conforman una única comarca turística. Es la puerta de entrada a la Patagonia y un lugar a recorrer por su interés histórico –en particular del lado bonaerense– y natural. La RP 1 (o “ruta de los acantilados”), que bordea la costa desde Viedma, une la capital rionegrina con San Antonio Este, y en el camino sorprende con parajes inéditos por su belleza y soledad. Un poco más allá de El Cóndor, donde se recomienda la parada para emprender la travesía de los siguientes kilómetros, hay que bajar en El Espigón, donde los acantilados patagónicos forman caprichosas siluetas moldeadas por el agua y el viento. No muy lejos se encuentra la reserva de Punta Bermeja, donde se observa el primer apostadero de lobos marinos de un pelo en la Patagonia: el lugar es ideal, con balcones ubicados sobre los altos miradores naturales, y permite divisar también el paso de las ballenas francas, toninas overas y orcas.
Un poco más allá, pasando las hermosas playas de Bahía Creek, la Caleta de los Loros –una zona de playas arenosas con médanos y canales por donde ingresa el mar–, les debe el nombre a los loros barranqueros que pueden verse (¡y sin duda oírse!) con frecuencia, al amparo de las altas paredes de roca de los balnearios de este tramo de la costa. Más adelante en la ruta, en Punta Mejillón también hay una pequeña colonia de lobos marinos. Hay que tener en cuenta que toda la región es solitaria, con escasos puntos donde aprovisionarse, de modo que el viaje debe planificarse teniendo en cuenta posibles imprevistos y también los tramos no asfaltados de la ruta costera.
Verdadera perla rionegrina, que en los últimos años está siendo descubierta por el turismo más allá de las fronteras de la Patagonia, Las Grutas es uno de los grandes centros de la región costera, entre Viedma y Puerto Madryn. Es “el lugar” para la vida de playa, con sus aires mediterráneos, las cuevas excavadas por el mar en los acantilados y los famosos piletones donde se acumula el agua salada durante la bajamar. Pero Las Grutas también forma parte de la Reserva Natural Bahía de San Antonio, que se extiende desde San Antonio Este hasta El Sótano, protegiendo unos 45 kilómetros de playas paradisíacas, blancas y turquesas por el contraste de las arenas de conchilla y el color del mar.
Para las aves, en particular los chorlos playeros, estas costas son fundamentales como refugio y descanso en su ruta entre Tierra del Fuego y el Polo Norte: estas especies se alimentan de pequeños moluscos, cangrejos y otras especies en los humedales costeros, ideales entonces para avistar las aves en las etapas de su largo recorrido. Y no hay que olvidar que por las aguas del Golfo San Matías transitan también las ballenas francas australes, que aunque son la gran estrella del turismo un poco más al sur, en torno de Puerto Madryn, también están empezando a ser protagonistas en este tramo de costa, con una renovada oferta de avistajes.
Hay que recorrer 260 kilómetros desde Las Grutas para llegar a Puerto Madryn, capital nacional del buceo e hito patagónico insoslayable para quienes viajan buscando avistar fauna, ya que representa uno de los principales puntos de acceso, junto con Trelew, a la Península Valdés. Las famosas ballenas francas, que se verán en Madryn desde todos los ángulos, en todas las representaciones, de todos los tamaños y de todos los colores, se pueden avistar desde la mismísima playa, en El Doradillo, apenas unos kilómetros saliendo de la ciudad. Aunque siempre vale la pena llevar un par de prismáticos, a simple vista se las ve saltar y hacer piruetas, jugando con sus crías en el agua: el espectáculo sin duda da ganas de verlas más de cerca... y para eso hay que irse hasta la Península Valdés (previa parada en la pequeña reserva de lobos marinos que se encuentra en Punta Loma, camino a Cerro Avanzado).
La península, desde el pequeño poblado de Puerto Pirámides, es el punto de partida de las excursiones embarcadas que, en travesías de una hora como mínimo, se acercan hasta pocos metros de las ballenas. En las mismas aguas conviven delfines y toninas overas, que a veces escoltan los catamaranes en una danza natural digna de verse.
Al regresar a tierra, hay que seguir las rutas de la Península Valdés que llevan hacia otros importantes centros de avistaje de fauna: Punta Delgada, con su apostadero de imponentes elefantes marinos, Punta Norte, donde hay lobos y elefantes, y Caleta Valdés. En el camino, se puede tener la suerte de cruzarse con alguna mara, la huidiza liebre patagónica que tiene su territorio amenazado por la expansiva liebre europea, choiques y guanacos. Y, tanto al entrar como al salir de la península, hay que detenerse en el centro de interpretación y observar desde la costa la Isla de los Pájaros, una reserva de aves donde anidan numerosas especies marítimas, algunas de las cuales también se pueden ver con facilidad en las costas de Puerto Pirámides: gaviotas, gaviotines, ostreros, cormoranes y biguás.
Siguiendo hacia el sur, a unos 150 kilómetros de Puerto Madryn, espera otra extraordinaria reserva: es Punta Tombo, sede de una impresionante colonia de pingüinos magallánicos, que todos los años de octubre a marzo forman pareja, anidan, nacen y se reproducen en este lugar. Fieles a ultranza, vuelven cada año con la misma pareja al mismo nido, y es posible tenerlos a escasos centímetros, con su andar gracioso y su silueta estilizada, desplazándose por la costa pedregosa hasta lanzarse grácilmente al mar.
Sin embargo, Punta Tombo no es el único lugar de la costa chubutense donde observar pingüinos: aún más al sur, Camarones –ubicado entre Trelew y Comodoro Rivadavia– es un extraordinario lugar de la costa chubutense que está empezando a cobrar relevancia en el calendario turístico. La localidad es bien conocida para los amantes de la pesca de altura, que llegan hasta aquí en el mes de febrero para la Fiesta Nacional del Salmón, pero sobre todo para los entusiastas del safari fotográfico y el avistaje de animales que recorren la Ruta 3: en la Reserva Cabo Dos Bahías –inserta en un maravilloso paisaje de caletas que permiten el ingreso del mar en la estepa– se pueden ver no sólo pingüinos de Magallanes sino también ñandúes, guanacos, zorros, liebres y otras especies, por no hablar de la riqueza de sus aguas en frutos de mar. Para otros, es el lugar ideal donde practicar buceo y caza submarina.
Con su aire intacto de pueblo pionero, Camarones tiene una larga historia: ya en tiempos de los navegantes españoles se había asentado un grupo de hombres que bautizó la zona como provincia Nueva León, y pese a las condiciones adversas del clima y la distancia, la actual Camarones –oficialmente fundada el 10 de octubre de 1900– siguió firme junto al Atlántico, asegurando la existencia de una estación meteorológica y un servicio de correos. Siguieron la escuela, el juzgado de paz, los primeros médicos, dejando atrás los tiempos en que naufraga, frente a las costas de Camarones, el buque Villarino, que había traído los restos de San Martín desde Francia.
Aunque pequeño, Camarones –que hoy vive sobre todo de la pesca y del turismo, como principal punto intermedio entre Trelew y Comodoro Rivadavia– tenía sin duda un destino de historia: aquí pasó algunos años de su infancia, por el trabajo de su padre, Juan Domingo Perón, a quien hoy está dedicado un museo local que reconstruye el aspecto de su casa. Más al sur aún de Camarones, a unos 90 kilómetros, se llega a Bahía Bustamante, un pueblo dedicado a la recolección de algas y verdadera punta de riel de este paisaje extraordinario de la meseta patagónica. Casi virgen aun para el turismo, es uno de esos lugares que se quisiera ver siempre al margen de la llegada masiva de visitantes, para preservar la pureza del ambiente y de la fauna. Aquí se pueden ver numerosas aves marinas: las grandes y predadoras skua, las gaviotas de orlog, petreles gigantes, patos vapor, y desde luego pingüinos de Magallanes, que en Bahía Bustamante tienen una colonia de varias decenas de miles de individuos.
Aunque el “pingüino argentino” por excelencia es el de Magallanes, Santa Cruz tiene una sorpresa reservada a los “cazadores de fauna” (en foto, claro): y una sorpresa muy de moda, ya que acaba de ser protagonista en Reyes de las olas y personaje de reparto en Happy Feet, dos películas infantiles que pusieron nuevamente en el candelero a los otrora “pájaros bobos”, ya lanzados al estrellato por el documental francés La marcha de los pingüinos.
En Puerto Deseado se espera, para fines de septiembre, la llegada de una colonia de pingüinos de penacho amarillo a la Isla Pingüino, situada a unas once millas náuticas (unos 20 kilómetros) de la localidad santacruceña. Alrededor de 30.000 aves llegan cada año a la isla, entre septiembre y abril: es el único lugar de nuestro continente donde se puede conocer esta especie, la más pequeña de la familia de los pingüinos, de sólo 55 centímetros de altura (hay otros pero prácticamente inaccesibles, en las Malvinas e islas subantárticas). Activos y fáciles de distinguir por la ceja de plumas amarillas que coronan sus ojos rojos, estos ejemplares viven a base de krill, pulpitos, calamar, moluscos y crustáceos. Como sus hermanos magallánicos, parecen amigables: sin embargo, hay que cuidarse mucho de cualquier gesto que les pueda parecer amenazante para sus crías, ya que tienen el picotazo fácil y listo para ahuyentar presencias indeseables.
Santa Cruz tiene otro paraíso faunístico aún más al sur, en el Parque Nacional Monte León, en proceso de creación, situado en un panorama donde la costa patagónica despliega toda su hermosura. Como si cuanto más aislado más bello fuera el lugar, aquí parecen darse cita las más variadas especies, en especial aves marinas. Ya viejos conocidos, se puede encontrar una colonia de pingüinos de Magallanes, con unos 6000 ejemplares, además de cormoranes, gaviotas cocineras y australes, garzas brujas, petreles, ostreros y también lobos marinos, una especie que durante muchos años sufrió el fuerte asedio de la caza (se ven en la zona conocida como Cabeza del León). No es todo: se pueden avistar a su paso las ballenas francas australes y un apostadero de elefantes marinos en la zona de Pico Quebrado.
Monte León, sin embargo, no es sólo un parque marítimo: tierra adentro, la fauna de la estepa espera ser descubierta. Se trata de la mara, una vez más, que no por mayor distancia corre menos peligro, y de numerosos roedores de hábitos tanto diurnos como nocturnos. Vistosos guanacos y otros habitantes, como los zorros, completan un panorama de enorme riqueza, junto a los choiques, martinetas, águilas moras y algunos escasos reptiles.
Pasado el último punto de la Argentina continental, sólo queda por recorrer la isla de Tierra del Fuego. Aquí el panorama cambia, por las últimas estribaciones de los Andes y las zonas boscosas que distinguen estos territorios de las mesetas y estepas situadas más al norte. El guanaco y el zorro colorado son especies autóctonas fueguinas: pero como en otros lugares de nuestro territorio, compiten con especies exóticas como el conejo, la rata almizclera y en particular el castor, que fue introducido con fines de aprovechamiento de la piel y hoy es una plaga reconocida, que modifica constantemente el paisaje a fuerza de construir diques.
Durante las navegaciones por el Beagle desde Ushuaia se pueden ver también lobos marinos, que comienzan su etapa de reproducción a partir del mes de diciembre, pingüinos y otras aves. Petreles, cormoranes, lechuzones de campo y cauquenes son los más visibles, pero en verdad son decenas las especies, migratorias y residentes, que viven en esta alejada isla del extremo sur argentino.
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