Dom 30.09.2007
turismo

NOTA DE TAPA

La Costa del Sol

Incluso quien nunca la ha visitado conoce los nombres de sus playas: Torremolinos, Puerto Banús, Marbella, Fuengirola son otros tantos sinónimos de la belleza y el auge turístico de la Costa del Sol española, con epicentro en Málaga.

› Por Graciela Cutuli

Corrían los efervescentes años ’50 y ’60 cuando media Europa –la mitad norte– empezó a descubrir los atractivos de la otra mitad –la del sur–. Fue por aquellos años que las otrora tranquilas y solitarias playas de la costa andaluza, a ambos lados de Málaga, fueron bautizadas con el nombre de Costa del Sol, tal vez porque ese sol era el resumen del elemento más ansiado por los numerosos nórdicos que llegaban por legiones en busca de lo que hace famosa a esta porción de la costa española: los 300 días soleados al año. Para ubicarse en el mapa, estamos en el sur de España, entre las provincias de Granada y Cádiz, a un paso de Gibraltar y los relieves del norte de Africa, donde espera el enclave español de Ceuta. A la hora de planificar un viaje, ni hay que decir que la temporada alta –el pleno verano europeo, julio y agosto– transforma a la Costa del Sol en un hormiguero turístico, que empieza a menguar el ritmo en las últimas semanas del verano y el comienzo del otoño. Cálido otoño, sin duda, que es una de las épocas ideales para recorrer la Costa del Sol, partiendo de Málaga (que cuenta con aeropuerto internacional y cómodas conexiones aéreas) rumbo a algunas de las principales playas de esta parte del mediterráneo: Torremolinos, Fuengirola, Buenalmádena, Marbella, Estepona. Algunas de ellas son símbolo y emblema de las vacaciones por excelencia, como demuestran los muchos balnearios bautizados como Torremolinos o Marbella en puntos muy distantes del globo. Además del clima y las playas, la Costa del Sol tiene algo que la hace muy deseada turísticamente: es el modo de vida a la española, con sus horarios tardíos, sus salidas a los bares de tapas y ese aire de despreocupación que para los europeos del norte es imposible de conseguir en otro lugar que no sea el Mediterráneo.

La Costa está en el sur español, a un paso de las montañas del peñón de Gibraltar.

Torremolinos, Benalmadena, Fuengirola

Para comenzar la visita cerca de Málaga se puede emprender el recorrido de la Costa del Sol por Torremolinos, una de las localidades con mayor infraestructura turística y de las más conocidas por sus playas. Esto significa que las callecitas del centro son un mundo de gente –mundo literalmente, ya que se oyen todas las lenguas de Europa–, animadas y alegres a toda hora, siempre dominadas por un laberinto de carteles comerciales y cazaturistas. Recorriendo la peatonal San Miguel se desemboca en la Torre Pimentel, que data del siglo XIV y es uno de los pocos testimonios de arquitectura antigua de Torremolinos, que antiguamente era una barriada de Málaga y logró hace unos años estatuto independiente. Otros lugares característicos son el Molino del Inca, donde funciona un bellísimo jardín botánico jalonado de miradores, y la Casa de los Navajas, una morada de estilo neomudéjar que también resulta interesante de ver. Lo demás es playa, sol y Mediterráneo, como descubrió a fines del siglo XIX el inglés sir George Langworthy, fundador en 1930 del primer hotel de la zona, sin duda un pionero en descubrir las bondades del lugar (y también su gastronomía, a base del “pescaíto frito” que se prueba en particular en La Carihuela, en la muy marinera zona oeste de Torremolinos).

Torremolinos, Marbella, Fuengirola, Puerto Banús, nombres célebres que respiran carácter, belleza y edificios patrimoniales.

En la cercana Benalmádena, el paseo por la Costa del Sol puede tomar un matiz más cultural. Después de visitar el conjunto que forman la iglesia de Santo Domingo con los jardines diseñados por el arquitecto César Manrique (que tiene también obras importantes en Canarias), es de paso obligado el Museo Arqueológico, con una colección de arte precolombino pero también piezas romanas y del Neolítico. Además, en el acuario Aula del Mar se puede conocer bien de cerca la fauna marítima del Mediterráneo. Benalmádena tiene, además de su importante puerto deportivo, al menos dos edificios representativos: uno es el Castillo de Bil-Bil, junto a la playa, que sigue la tradición del arte nazarí, y otro el Castillo de Colomares, una construcción moderna que evoca el descubrimiento de América y resulta de un impactante eclecticismo arquitectónico. Siempre con la vista vuelta hacia el mar, no se puede olvidar que esta localidad, como tantas otras vecinas, tenía una ubicación estratégica en la entrada al Mediterráneo: hoy lo recuerdan tres torres vigías –Torrebermeja, Torrequebrada y Torremuelle– que servían a los antiguos habitantes para defenderse de las incursiones de los piratas. Y como detrás del mar siempre se perfila la silueta montañosa que respalda la región, se pude subir al monte Calamorro, de 770 metros de altura, a través de un teleférico que da acceso a una zona de miradores y senderos. El ingreso al teleférico se realiza desde la explanada del parque Tivoli World, un centro de atracciones, juegos y espectáculos famoso en toda Andalucía (aquí también se alquilan burros para paseos infantiles o para adentrarse en los senderos naturales del Calamorro).

Las playas de la costa sureña de España son justamente famosas por su belleza y por el azul del Mediterráneo.

No hay que alejarse demasiado de Benalmádena –la ventaja de la Costa del Sol es la cercanía de su extensa hilera de balnearios– para llegar a Fuengirola, un pueblo cuya vida tradicional de pescadores y agricultores se vio sacudida desde los cimientos en las últimas décadas por el auge turístico. Hoy poco queda de aquellos tiempos: el paseo marítimo que recorre su porción de costa a lo largo de ocho kilómetros es también un concurrido centro comercial, recreativo y gastronómico para los visitantes que eligen Fuengirola como base de sus excursiones por la Costa del Sol. Pero aquí y allá afloran los testimonios arqueológicos que hacen pensar en la antigüedad de los asentamientos humanos en toda esta región: basta recordar Suel, donde según los restos hallados se fabricaba el garum, la salsa de pescado con que los romanos solían condimentar sus comidas, y las Fincas de Acevedo y el Secretario, que también muestran cómo se vivía y se preparaban los alimentos en las épocas de la ocupación romana tardía. Tanto estos lugares como el Castillo Sohail son una buena alternativa a las tardes de playa: esta fortaleza, flanqueada por imponentes torreones, funciona como auditorio al aire libre y permite recorrer un museo sobre la historia local. Por otra parte, el pueblito de Mijas, sobre la ladera de la sierra, ofrece una imagen de la España tradicional que bien vale la pena ver en este ambiente de turismo internacional.

La Costa del Sol tiene una de las mayores concentraciones mundiales de yates.

Estepona y Marbella, la bella

La sombra de la Sierra Bermeja, una región de gran riqueza natural y ecológica, domina el emplazamiento de Estepona. Desde los puntos más altos de la sierra, los días claros ofrecen un panorama inigualable: la vista se extiende a lo lejos sin obstáculos, abarcando la Costa del Sol pero también, aún más allá, los lejanos picos de la cordillera del Atlas, en Africa. Estepona, como todos los municipios de esta costa, es un sitio de alta explotación turística y construcciones de hotelería y servicios: sin embargo, logra un adecuado equilibrio con sus franjas y espacios verdes, que se conservan sobre todo en las zonas bajas, surcadas de algunos ríos cortos y plantaciones.

Como para completar los atractivos, antigüedades romanas y grandes edificios medievales.

Más adelante, en el mapa turístico de la Costa del Sol, aparece, dominada por la Sierra Blanca y orgullosa de sus orígenes romanos y prerromanos, Marbella. Exactamente en el centro de la Costa del Sol occidental, a poco más de 50 kilómetros de Málaga, es el lugar soñado para los aficionados al golf y al mar, aunque incluso sus más fervientes partidarios reconocen que el avance urbanístico sobre esta franja costera alcanza proporciones alarmantes. Ocupada desde tiempos muy antiguos, dominada en su momento por los cartagineses (quedan restos en Río Verde, en las afueras) y luego por los romanos, Marbella tiene su circuito histórico en la villa romana de Río Verde, las termas de Guadalmina, la Fortaleza Arabe, la Casa del Corregidor y otros edificios de valor patrimonial. Durante las obras que a lo largo del siglo XX fueron convirtiendo a Marbella en lo que es hoy, fueron surgiendo incontables testimonios de las sucesivas ocupaciones y de la vida romana. Pero el fuerte marbellí es la vida turística, el vaivén incesante entre las calles céntricas y las playas, la vida nocturna con sus tapas, tragos y trasnochadas, el cosmopolitismo incesante que le transmiten las corrientes turísticas cruzadas desde toda Europa, como en una nueva “invasión bárbara” más que bienvenida, ya que del turismo vive Marbella, y a este recurso vuelca sus esfuerzos y servicios. Están muy atrás los tiempos, allá por el siglo XIX, en que la región prosperaba gracias a la minería y el hierro extraído de la Sierra Blanca, y esta transformación se la debe Marbella a la bondad de su clima, caluroso en verano y templado en invierno, a las aguas refrescantes del Mediterráneo y a las infinitas opciones de recreación, distracciones, paseos, salidas y deportes. Una de estas fiestas, localmente muy arraigada y disfrutada también por los turistas, es la que se celebra el 1º de noviembre, día de Todos los Santos, cuando alegres grupos juveniles van a pasar el día al campo, asando castañas para acompañar el aguardiente marbellí. La otra tiene también raíz religiosa: es la Semana Santa, cuando las cofradías y hermandades de esta zona realizan sus ceremonias penitenciales y procesiones, recreando las estaciones del Calvario con intensidad y colorido local. Finalmente, en cualquier temporada del año, Marbella ofrece para algunos turistas el atractivo adicional de cruzarse con celebridades (el lugar ideal es el privilegiado Puerto Banús), ya que ni la realeza ni las estrellas de cine –o aspirantes a serlo– resisten la tentación de su reluciente vidriera.

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