EXPLORADORES > EN WASHINGTON D.C., LA NATIONAL GEOGRAPHIC SOCIETY
Una visita a la sede de National Geographic Society es un viaje al corazón de la aventura, la exploración, las hazañas y los sueños. La entidad que edita la revista National Geographic, leída por más de 40 millones de personas en todo el mundo, y produce los documentales televisivos, también patrocinó a exploradores como Lindbergh y Bob Ballard, el descubridor del Titanic.
› Por Jacinto Anton *
El lugar parece sacado de una novela de Julio Verne. Una estancia de aire noble con una enorme chimenea de piedra, y en cuyo centro hay una impresionante mesa de madera de una sola pieza rodeada por 30 butacas. Es la sala histórica del Consejo de Administración de la National Geographic Society, en la sede central de la sociedad, en Washington DC, y uno esperaría ver entrar a Phileas Fogg. De las paredes cuelgan los retratos de todos los presidentes desde hace más de un siglo. Incluso los más recientes adquieren un aire imponente. El lugar huele a aventura, tradición y poder. En una estantería puede verse un manojo de plumas de los indios waurás del Xingú brasileño, una nota de exotismo en la seria atmósfera. Pero lo más maravilloso son dos ajados objetos exhibidos discretamente: el guión polar de Peary y una madera de una caja de provisiones marcada con la inscripción “Scott’s Antartic Expedition 1910”.
Un viaje al cuartel general de National Geographic (NG) es un viaje al corazón de la aventura, la exploración, las hazañas y los sueños. Pocos lugares despiertan tantas imágenes románticas: fieras, oscuras tribus, ruinas de antiguas civilizaciones, espacios en blanco en los mapas, coordenadas extremas, navegantes, buceadores, pilotos, dinosaurios. No es casual que hasta el mismísimo Joseph Conrad publicara en la revista de la sociedad, en marzo de 1924. National Geographic ha estado detrás, financiando sus exploraciones, de gente como Peary, Lindbergh, Hillary, los Leakey, Dian Fossey, Zahi Hawass o Bob Ballard, el descubridor del Titanic, por citar sólo algunos que han ido más lejos, más alto o más profundo.
A pocas manzanas de la Casa Blanca, la sede de NG desborda su emplazamiento y encuentra nexos con muchos otros sitios de la ciudad: desde los museos Smithsonian, donde uno puede contemplar tantas cosas relacionadas con la sociedad –cráneos de Tyrannosaurus rex, el precioso Lockhed Vega 5B rojo de Amelia Earhart, la góndola del globo estratosférico de Piccard–, hasta el cementerio de Arlington, ante cuya entrada está emplazada la escultura de Richard Byrd, uno de los exploradores vinculados a NG, con ropa polar, los puños apretados, la mirada clavada en el cielo y la inscripción: “Upon the bright globe he carved his signature of courage”.
De hecho, la National Geographic Society, cuyo producto estrella, junto a los documentales, la revista National Geographic, es leída por más de 40 millones de personas en todo el mundo, no nació aquí, sino en un salón del desaparecido cosmos Club, en Lafayette Square, el 13 de enero de 1888, a las ocho de la noche. Fue entonces cuando los 33 fundadores estamparon su firma en el acta de creación de la sociedad. En el techo de uno de los edificios de NG puede verse un cielo astronómico con las estrellas tal y como estaban dispuestas aquella hora señera. En otro lugar se exhibe la mesa redonda de caoba alrededor de la cual se desarrolló el acto fundacional.
Los fundadores eran un grupo variopinto y pintoresco de prominentes hombres de acción y ciencia que veían el esfuerzo científico como vía para la consolidación de su joven nación. Entre los reunidos –naturalistas, hidrógrafos, geógrafos, militares, exploradores–, un veterano manco de la batalla de Shiloh que había explorado el cañón del Colorado y un oficial naval que había perdido una pierna mientras exploraba en el Oeste. Debía de ser un grupo digno de verse. Lo había convocado Gardiner Greene Hubbard, abogado y empresario interesado en la ciencia –financió al que luego sería su yerno, el inventor Alexander Graham Bell– y que fue elegido primer presidente de NG.
La sociedad nació con el propósito de “incrementar y difundir el conocimiento geográfico”, con la voluntad de promover investigaciones y de ir, más allá del público especializado, hasta la gente corriente. “El mundo y todo lo que hay en él es nuestro tema”, sintetizó en 1900 Bell –-que sucedió a Hubbard en la presidencia–, pensando seguramente en el verso de If de Kipling. La sociedad tardó en despegar, pero cuando lo hizo, su trayectoria fue meteórica. En 1890 patrocinó su primera expedición (al monte Saint Elias). Su sistema de lecturas públicas de los propios exploradores –preludio de los reportajes– le dio mucha popularidad: Nansen, Amudsen y Peary (el gran fichaje) convocaron multitudes.
El primer número de la revista apareció en octubre de 1888 y se distribuyó a los entonces 163 miembros de la sociedad. La revista se convirtió en mensual en 1896.
Decisiva fue la contratación por Bell de Gilbert Hovey Grosvenor como director. Grosvenor, que sería el siguiente presidente, se casó con la hija de Bell, Elsie May, que en 1903 diseñó la bandera de la sociedad, azul (por el cielo), marrón (por la tierra) y verde (por el mar). Fue él, con su obsesión por insertar fotografías –coloreadas desde 1910, en color a partir de 1914–, el que convirtió la revista seguramente en la más conocida del planeta. En dos años se pasó de 3000 socios a 20.000, que en 1954, cuando se jubiló el primer Grosvenor –le seguirían su hijo y su nieto–, serían más de dos millones.
Uno de los secretos del éxito, aparte de la calidad, ha sido el hacer sentirse al socio artífice de la aventura de la exploración (NG ha financiado 8000 expediciones en sus 120 años de historia). Es bonito pensar que con tu dinero ayudas a enviar a un tipo de Berkeley entre las hienas del Serengueti, metes a otro en una claustrofóbica tumba maya o sumerges a otro más en los predios de los más peligrosos tiburones. Dare to explore!
Es cierto que NG ha tenido épocas malas –la caída en un millón de ejemplares en 1989– y meteduras de pata: el reportaje filonazi de 1937 de Douglas Chandler, del que se descubrió que estaba a sueldo de Goebbels, o la política, hasta casi los años cincuenta, de bloquear a socios y suscriptores negros.
En 1903, la sociedad se trasladó a su nueva sede, Hubbard Hall, en la calle 16 con la M. Hoy esas instalaciones son visitables. Constituyen un reducto de nostalgia en un ambiente de modernidad. Gente joven, diseño, ordenadores, móviles, reuniones... la vida en los cuarteles de NG, en los que trabajan 1300 personas, no es diferente de la de cualquier otra gran empresa editorial, aunque pocas tienen en su entrada el batiscafo de Beebe.
Buscará uno en balde, sin embargo, un museo de National Geographic. Ese material se guarda en un almacén en Maryland. Allí, en cajas, según explica Susan Norton, directora del museo de NG, hay jade, oro precolombino, la cámara de Peary, la brújula de Byrd o algo tan extraordinario como un perro de trineo de Scott disecado. Objetos del almacén se toman para las exposiciones que organiza NG. Como el almacén no se puede visitar y uno pone cara de decepción, Norton nos conduce hasta un sótano. Abre una puerta con el letrero “No admittance” y enseña objetos llegados del almacén: una rueda de oraciones tibetana, un ídolo de Papúa Nueva Guinea y ¡una piedra lunar!, donada por Collins, que, por cierto, portaba una bandera de NG.
La visita arroja un cúmulo de información: los temas de la revista –que tiene ediciones en 31 idiomas (se tiran 8,5 millones de ejemplares)– llevan unos 2,5 años de preparación; los fotógrafos están sobre el terreno unas ocho semanas. El hincapié en la perfección es la norma. Los canales de televisión –entre ellos, el recién nacido Nat Geo Music– afrontan el reto de suministrar 24 horas al día historias tan sensacionales como las que la revista ofrece una vez al mes. Los canales llegan a 250 millones de hogares en 166 países. Los 11 exploradores residentes de NG –Hawass, Reinhard, Sereno, Ballard, los Joubert, los Leakey...– son sólo la punta del iceberg de unos programas de apoyo a miles de investigadores. Cómo renovarse, llegar a nuevas generaciones y mantenerse fieles a los valores fundacionales es el gran desafío de NG a punto de celebrar su 120º aniversario.
Y en la novena planta, encuentro con John Fahey, el activo y jovial presidente actual de NG. “La gente que más nos interesa es la que tiene habilidad para contar sus experiencias, narradores como Michael Fay, Bob Ballard, Sylvia Earle o el matrimonio Dereck y Beverly Joubert, exploradores residentes de la sociedad”. Fahey señala que NG está “en un momento de transformación”, ante desafíos nuevos, como el interesar a las nuevas generaciones. “Empezamos a adaptarnos con los canales de televisión, y ahora estudiamos qué más hacer para continuar la misión de National Geographic en la era digital. Tenemos que conseguir un producto que se pueda diversificar en la mayor cantidad de soportes para llegar a la mayor cantidad de gente.” A la espalda de Fahey, un Peary retratado en blanco y negro clava su bandera en Groenlandia y parece asentir. “Nuestro mundo se ha vuelto más competitivo, todos luchamos por las mejores historias. La exclusividad es más difícil. Pero ¡hay tanto por contar!” El mundo y todo lo que hay en él...
* El País Semanal.
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