Domingo, 6 de enero de 2008 | Hoy
IRAN > UN LEGENDARIO SITIO ARQUEOLóGICO
La ciudad de Persépolis se comenzó a construir en el 512 a. C., en el centro del entonces Imperio Aqueménida. Custodiada por toros alados con cabeza de hombre, fue incendiada por Alejandro Magno en el 331 a. C. En sus ruinas, que sobrevivieron al tiempo fragmentadas en mil pedazos bajo la arena del desierto, se desenterraron treinta mil tablillas con caracteres cuneiformes que testimonian los orígenes de la escritura.
Por Julián Varsavsky
Según los historiadores Plutarco y Diodoro, un año después de haber conquistado Persépolis, Alejandro Magno lanzó sobre el palacio de Jerjes la primera antorcha que incendiaría la ciudad completa, impulsado por los excesos de vino en su sangre conquistadora. Una explicación más coherente sugiere que la decisión ya estaba tomada de antemano, y que de esa forma Alejandro no sólo vengaba el saqueo de su querida Atenas y su Acrópolis sino que le anunciaba al mundo entero el final del dominio persa, pasando por el fuego a la ciudad acaso más sagrada y emblemática del legendario imperio.
Los orígenes de Persépolis se remontan al año 512 a.C., cuando el emperador aqueménida Darío I ordenó construir una ciudad de importancia capital, rodeada por una muralla triple sobre una terraza artificial al pie del monte Koh-e-Ramat, en tierras de la actual Irán.
Persépolis fue una ciudad palaciega con numerosos templos y edificios políticos, varios de ellos custodiados por los famosos toros alados y androcéfalos (con cabeza humana), comunes en las ciudades asirias y muy conocidos en la actualidad por presidir las salas mesopotámicas de los museos Británico de Londres y el Louvre de París.
La ciudad siguió creciendo –básicamente en sus rasgos monumentales– durante los reinados de Jerjes I y Artajerjes, hijo y nieto de Darío I, respectivamente. A diferencia de otras construcciones monumentales de la Edad Antigua, Persépolis no fue levantada por mano de obra esclava sino por obreros provenientes de otros países del imperio como Babilonia, Jonia y Egipto. La arquitectura persa aqueménida está marcada por una fuerte influencia griega, visible en los pórticos de los palacios. Y si bien el estilo jónico se frenó de golpe con la invasión persa a Grecia, su influencia penetró en la arquitectura persa, sobre todo en la construcción de las columnas. También asimiló la influencia mesopotámica con sus toros alados, además de una estructura edilicia con dos palacios separados, uno para la audiencia privada y otro para la pública, típicos del mundo asirio.
La mayoría de las columnas de Persépolis eran de madera y por eso han desaparecido. La piedra era utilizada sólo cuando se requería mayor altura. La base campaniforme de estas columnas es propia de los aqueménidas, el fuste acanalado es jonio, y el capitel y los sostenes de las cornisas son de estilo egipcio faraónico. Por eso, en una simple columna está reflejada la diversidad del imperio.
Los palacios de Persépolis eran de adobe, mientras que la piedra se reservaba para los templos y las murallas. El aspecto escultórico más llamativo de las ruinas de Persépolis son los paneles en bajorrelieve –con personajes siempre de perfil–, que representan desfiles imperiales y combates entre el rey y un animal fantástico con cuerpo de toro, patas de león, cuernos, alas, cuello de cuervo y cola de alacrán.
La Apadana, junto con el Palacio de las Cien Columnas, es uno de los dos edificios más importantes de Persépolis. Tiene un plano cuadrado de 60,5 metros por lado y 72 columnas, trece de las cuales permanecen en pie. Por sus dimensiones, la Apadana podía albergar hasta 10 mil personas en una audiencia real. Fue construido por Darío I a partir del 515 a.C., tal como lo documentan dos tablillas de oro descubiertas en unos cofres bajo sus cimientos con un mensaje en los idiomas oficiales del imperio –persa antiguo, elamita y babilónico– que rezaba: “Darío, el Gran Rey, Rey de Reyes, éstos son mis dominios, que se extienden desde Escintia, más allá de Sogdiana, hasta Kush; y desde la India hasta Sardes, los cuales me han sido concedidos por Ahuramazda, el más grande de los dioses”.
El Palacio de las Cien Columnas es el mayor edificio de Persépolis, pero se lo encontró bajo una capa de 3 metros de tierra y cenizas, muy perjudicado por el gran incendio. A este palacio llegaban delegaciones de todas las satrapías del imperio para entregar sus dones al rey.
En el edificio del tesoro –recuperado en mejor estado que el de las Cien Columnas– se hallaron tablillas de escritura cuneiforme que detallan los salarios de los obreros que trabajaron en la construcción. Según Plutarco, Alejandro Magno tuvo que utilizar 10 mil mulas y 5 mil camellos para llevarse los tesoros que había en ese lugar.
Uno de los descubrimientos más asombrosos que se hicieron en Persépolis es una serie de 30 mil tablillas de madera y arcilla de la milenaria escritura cuneiforme en perfecto estado de conservación, de las cuales ya se han estudiado 5 mil. La mayoría se refiere a cuestiones administrativas del imperio escritas en elamita, la lengua de los cancilleres entre el 506 y el 497 a.C. Pero medio millar de ellas estaban escritas en arameo, una en acadio, otra en griego, una en la lengua de Anatolia y otra en persa antiguo. El hallazgo no sólo permitió conocer muchos aspectos de la organización política del imperio sino también avanzar en el estudio lingüístico del antiguo persa y el elamita.
Las primeras excavaciones científicas en Persépolis comenzaron en 1930, aunque ya desde el siglo XIV la ciudad había sido visitada por occidentales. En 1619, un cronista europeo hizo referencia a las veinte columnas en pie de la Apadana, que en ese tiempo aún mantenían su techo.
Con la llegada del islamismo a Irán en el siglo VII, los rostros en los relieves que cubrían las paredes de los edificios se destruyeron por la prohibición musulmana de representar figuras humanas. Los europeos, por supuesto, también aportaron a devastarla con el saqueo liso y llano de las obras. Ya avanzado el siglo XX, en 1971, el sha Mohamed Reza Pahlevi, hijo de un militar que se proclamó emperador en 1925, decidió celebrar los 2500 años de la monarquía en una de las terrazas de Persépolis. Para el evento se invitaron personalidades internacionales de la política y la realeza, y se trajeron desde Francia doscientos mozos y cocineros para servir el banquete de la fastuosa fiesta. El gasto ascendió a 22 millones de dólares de la época, suscitando muchas críticas que acentuaron el cada vez mayor desprestigio de un régimen al que le quedaban nueve años de existencia. Tiempo después, el nuevo gobierno islámico hizo su aporte destructivo al querer borrar toda referencia a la monarquía, y llevó un grupo de buldozers hasta las puertas de Persépolis con la intención de arrasar con las ruinas. Pero la intervención del gobernador de la provincia de Fars junto con la movilización de los habitantes de Shiraz se interpusieron a los buldozers, evitando así que las ruinas fueran borradas de la faz de la tierra.
En 1979, la legendaria Persépolis fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Y ya está en marcha un programa para preservar las ruinas de la erosión natural y el desgaste que produce el paso de los visitantes.
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