NOTA DE TAPA
Aventuras, naturaleza y placer en El Bolsón, uno de los lugares más singulares de la Patagonia andina. Al pie del cerro Piltriquitrón, rafting en el río Azul, vuelos en parapente y conciertos de música medieval. Además, un refugio de montaña en el Cajón del Azul y una visita al Bosque Tallado.
› Por Julián Varsavsky
El Bolsón es uno de los destinos clásicos de la Patagonia andina, aunque más pequeño y menos concurrido que la cercana Bariloche. Y a pesar de haber crecido mucho en los últimos años, carece de discotecas, edificios y grandes centros comerciales. Si se lo compara con Villa La Angostura, San Martín de los Andes o Villa Pehuenia, es menos exclusivo y recibe a un público más amplio, que va desde los acampantes y mochileros que suben a refugios en la montaña, hasta familias que se alojan en complejos de cabañas.
En su momento, El Bolsón fue uno de esos fugaces paraísos hippies que luego fueron cambiando a la par de la realidad, y hoy es un lugar donde se acercan a vivir allí algunos cultores de la llamada new age, que van desde congregaciones budistas hasta unos monjes que venden duendes “de verdad” conservados en formol. Pero en general los habitantes de El Bolsón son gente común que optaron por vivir un poco más apegados a la naturaleza, y que tienden a producir con sus propias manos todo lo que sea posible, desde la casa donde habitan hasta la comida diaria y la cerveza. El Bolsón es por eso un paraíso de lo artesanal, y prácticamente no existe casa a donde un visitante llegue y no le ofrezcan alguna bebida preparada por los anfitriones, como el tradicional licor guindado. El listado de bebidas hechas en casa es inabarcable, y las más comunes son el champagne de sauco, el vino de mosqueta, la chicha de manzana, la ginebra y hasta existe quien destila la cáscara de la papa y hace alcohol de papa. Además se produce muy buen lúpulo y alrededor de 130 familias preparan en su casa cerveza artesanal.
Desde el pueblo se realizan muchos paseos con vistas panorámicas increíbles de las montañas y sus valles interiores. El más famoso es El Mirador del Azul, un balcón natural a 5 kilómetros del pueblo frente al valle del río Azul, que caracolea al fondo de un valle entre dos cordones montañosos. A cada lado del río proliferan las chacras con sus sembradíos de frambuesa, protegidos por paredes de rectos álamos que le otorgan una extraña belleza al paisaje. Y un poco más al fondo se levantan los faldeos de la precordillera de los Andes, casi totalmente cubierta de cipreses puntiagudos, formando un denso bosque patagónico. El circuito se completa con la visita a la Cabeza del Indio –una singular saliente de roca–, y la Cascada Escondida, un salto de agua de 30 metros de altura.
Una forma más vertiginosa de observar las maravillas del paisaje de montaña es desde un parapente. En las laderas del cerro Piltriquitrón hay una plataforma de vuelo a 1200 metros de altura sobre el nivel del mar, desde donde “despegan” los parapentes biplaza conducidos por expertos pilotos que llevan a los turistas a pasear por los aires. A los 2 mil metros de altura ya se ve que la vegetación del cerro es prácticamente nula, y a lo lejos se despliega todo el valle de El Bolsón con sus chacras y el río Azul. Si las condiciones climáticas son buenas se puede subir hasta los 2300 metros, justo por encima del filo del Piltriquitrón y sus agujas de piedra. Hacia el sur brilla el lago Epuyén y hacia el norte se levantan los volcanes Osorno, Puntudo y Tronador. Y aún más lejos se perfila la figura borrosa del volcán Lanín.
En un sector de rápidos del río Azul, en las afueras de El Bolsón, se realiza un vertiginoso paseo en gomón de rafting que, siguiendo los caracoleos del río, se interna en la selva valdiviana. Un aspecto poco común de esta excursión es que también se puede nadar con un chaleco salvavidas en un trecho de 300 metros. Además se hace snork, y tras las antiparras se ven con total nitidez las truchas cazando insectos. En otro momento del paseo se desembarca para observar en la costa unos fósiles de 60 millones de años. En general se baja a 10 kilómetros por hora, aunque en los rápidos se acelera bastante más. Los rápidos son de grado II (de baja complejidad) y como es casi imposible que el gomón se dé vuelta en un río relativamente tranquilo como el Azul, los mismos guías les piden permiso a los viajeros para provocar el vuelque.
A partir de 1960, el Club Andino Piltriquitrón fue construyendo en los alrededores de El Bolsón una serie de refugios de montaña muy sencillos a los que sólo se llega caminando. Están interconectados por una red de senderos de trekking en los que se internan mochileros que por lo general no llevan carpa sino una bolsa de dormir. No se trata de una aventura de alta complejidad, ya que sólo hay que caminar sin apuro por sendas a veces planas y otras ascendentes, hasta llegar a uno de los refugios desperdigados en la montaña, y unos días después seguir camino hasta algún otro.
En los refugios, los servicios son básicos y por lo común se ofrecen cuartos grupales con camas para entre 10 y 30 personas sin distinción de sexo, baños, ducha con agua caliente en muchos casos, un pequeño restaurante y cocina para que cada cual se prepare la comida si lo desea. Pero el servicio más apreciado por los viajeros es el de la cerveza artesanal, que da la pauta del clima festivo que se vive en los refugios, con fogones y guitarreadas hasta altas horas.
Una de las mejores caminatas que se pueden realizar desde El Bolsón es la que sube hasta el refugio del Cajón del Azul. El circuito comienza 15 kilómetros al noroeste de El Bolsón, en un cruce de caminos junto a un paraje llamado Mallín Ahogado, en la chacra de la familia Warton (un remise cuesta $ 25 y también se llega en colectivo). El Cajón del Azul está dentro de la Reserva Natural Río Azul-Lago Escondido, donde proliferan bosques de cipreses hasta los 700 metros de altura, que a partir de allí dejan lugar a los coihues con sus troncos de 40 metros.
El camino avanza bordeando el río Azul, que por momentos desaparece entre la vegetación y luego reaparece con el brillo de un fogonazo por una “ventana” de la galería vegetal. La transparencia de sus aguas permite distinguir desde la orilla del río la rugosidad de las rocas del fondo. Y entre ellas se ven decenas de truchas con sus puntitos marrones en las escamas.
A la media hora de caminata aparece la huella ancha que conduce al refugio, y dos horas después se pasa por un idílico camping llamado La Playita, donde hay duchas, letrinas, fogones y servicio de cocina. El último tramo es el más llamativo, porque el río comienza a encajonarse entre las paredes de roca, desembocando luego en paradisíacos remansos donde se puede nadar y hasta practicar un clavado.
El refugio Cajón del Azul fue construido totalmente en madera y tiene en el piso superior una gran habitación con diecisiete colchones. Los caminantes que no se vuelven en el día se quedan por lo general una noche en el refugio. Unos regresan a El Bolsón al día siguiente –tres horas hasta la ruta– y otros siguen camino hacia otros refugios. El más cercano está a una hora (El Retamal) y el más lejano a ocho (Los Laguitos). El circuito más popular comienza en el refugio Hielo Azul, para seguir por el llamado Laguna Natación y terminar en el Cajón del Azul, luego de dos o tres días de caminata. Y los que buscan recorrer a fondo la zona agregan al final la visita al refugio Los Laguitos –considerado el más bonito por el entorno–, completando el circuito en alrededor de una semana.
El conjunto de música medieval Languedoc tiene su sede en el auditorio El Pitío, donde brinda conciertos con temas de los siglos XII al XIV, interpretados con instrumentos de época. El conjunto Languedoc fue creado en 1994 en El Bolsón bajo la dirección de Marcelo García Morillo, un ex integrante del conjunto Música Ficta de Buenos Aires. Un aspecto curioso de este conjunto es que su director es al mismo tiempo el luthier que fabrica los instrumentos de cuerda. Entre otros, Murillo ha reconstruido fídulas (violines medievales con la caja más ancha, una suave escotadura y cinco cuerdas de tripa) y una rareza llamada ud, un laúd antiguo llevado a España por los árabes. Y también está el organistrum, un instrumento de la familia de las zanfonas.
En la sede de Languedoc lo importante por supuesto es ver el show, pero entre pieza y pieza los integrantes del grupo van explicando qué es cada instrumento. Uno muy llamativo es el dulcimer, un antepasado del piano que los árabes también llevaron a España y llamaron santur.
El escenario de Languedoc está ambientado con arcadas góticas y murales de castillos. Los integrantes fijos del grupo son cinco, pero el número va variando según los shows (todos son multiinstrumentistas). Los conciertos se realizan los martes, jueves, viernes y sábados a las 22, y la entrada cuesta $ 20. El repertorio homenajea a los juglares y trovadores que recorrían Europa con su música, y sobre el final del show se invita al público a participar de una danza inglesa anónima del siglo XII, en realidad una ronda que originalmente se llevaba a cabo alrededor del fuego para conmemorar el solsticio de verano.
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