turismo

Domingo, 17 de febrero de 2008

ARGENTINA > RUTAS DE MONTAñA

Altos caminos

Desde Salta hasta Santa Cruz, surcan la cordillera de los Andes y sus estribaciones muchos caminos sinuosos que rozan la “alta” belleza: la Quebrada de las Conchas en Salta, la ruta 7 hasta el Cristo Redentor en Mendoza, el cruce a Chile por Agua Negra en San Juan, la ruta al mirador del Cochuna en Tucumán y el Camino del Monte Zeballos en Santa Cruz.

 Por Julián Varsavsky

Desde la altura, al borde de un camino de cornisa, se capta la verdadera dimensión de la inmensidad de un paisaje. La noción del espacio se pierde a medida que se agranda el horizonte visual, y se la recupera de pronto cuando 1000 metros más abajo aparece un puntito negro avanzando sobre cuatro ruedas en cámara lenta por la ruta.

En un país como la Argentina, surcado transversalmente por la cordillera de los Andes, hay tantos caminos donde se repite la escena anterior, que con ellos se podría escribir una gruesa guía de viajes con rutas de montaña. A continuación, una serie casi arbitraria de “caminos de altura” entre tantos otros, elegidos por región desde el noroeste del país hasta Cuyo y la Patagonia.

EL CAMINO A IRUYA

En un viaje a Iruya –como a tantos otros pueblos de montaña en Salta–, el trayecto hacia allí vale tanto como el destino mismo. Por empezar, hay que atravesar toda la Quebrada de Humahuaca en Jujuy. Al abandonar la famosa quebrada se acaba el pavimento y comienza un ripio en muy buen estado, primero por la ruta nacional 9 y luego la provincial 133. En total son 70 kilómetros, que también se pueden hacer en colectivo por una línea diaria que une Humahuaca con Iruya.

El camino sube hasta los 4 mil metros en el Abra del Cóndor, justo el límite entre Salta y Jujuy. Entonces la ruta comienza a bajar en forma de zigzag, mientras se encienden los colores vivos de los cerros y tras la ventanilla se ven senderitos que trazan líneas diagonales en la montaña. A lo lejos proliferan pircas rectangulares y circulares, y aparecen manadas de llamas, cabras y ovejas con su pastorcito atrás. También hay grupos de dos o tres casitas con alguna iglesia, o casas que directamente están solas, todas de adobe. Hasta Iruya son 19 deslumbrantes kilómetros bajando a los 2800 metros, la altura del pueblo. Al costado de la ruta también baja el río Colanzulí, mientras Iruya se hace desear. Después de cada curva uno espera encontrarse la famosa iglesita de 1753, pero siempre falta una vuelta más. Hasta que aparece, iluminada por el sol, en la parte baja de un valle muy cerrado, una especie de anfiteatro descomunal con gradas multicolores. En el medio –la parte más baja del valle– pasa el río, así que el único lugar para las casas es la ladera misma de las montañas.

QUEBRADA SALTEÑA

Partiendo de la ciudad de Salta por la ruta nacional 68 se llega a la Quebrada de las Conchas, un camino panorámico que conduce al poblado de Cafayate por los Valles Calchaquíes. En total son 66 kilómetros entre montañas sedimentarias de todos los tonos imaginables de rojo que reflejan las sucesivas superficies del planeta, acumuladas una arriba de la otra hace entre 65 y 75 millones de años.

El viaje comienza por el Valle de Lerma, con sus verdes plantaciones de tabaco, hasta Alemanía –con acento en la “i”, simplemente para diferenciarla del país germano–, un pueblo que se convirtió en semifantasma cuando cerraron el tren.

Justo a la salida de Alemanía hay un cartel que dice “Quebrada de Cafayate”. Pero los mapas oficiales dicen “Quebrada de las Conchas”, y todo el mundo la conoce como tal. El nombre deriva de que la zona fue alguna vez una costa marina y sus restos de moluscos petrificados quedaron sobre la montaña.

A partir de Alemanía comienza entonces la espectacular Quebrada de las Conchas, donde a medida que se asciende por sus 70 kilómetros que caracolean entre los cerros, las montañas enrojecen a extremos de no creer, bajo cielos azulísimos. Y comienzan también los famosos Valles Calchaquíes.

El camino asciende de a poco y aparecen los primeros cardones solitarios, que rápidamente se multiplican por doquier, incluso sobre el filo de las montañas.

A medida que la ruta se acerca a Cafayate, el paisaje es cada vez más asombroso, con profundas depresiones rojizas del terreno que albergan cerros con formaciones cinceladas por el viento, como torres puntiagudas y pequeñas mesetas que parecen las ruinas de un castillo amurallado. Y cada tanto aparece el escaso componente humano, expresado en casitas de adobe muy precarias, muchas de ellas abandonadas. Sin embargo, en las montañas vive mucha más gente de la que se pueda imaginar, quienes se dan cita en las capillitas perdidas en medio de la nada los días de misa. Y los chicos, por su parte, surgen caminando solitos por la montaña rumbo a la escuelita del paraje Santa Bárbara, una casita de estudio que sería idílica si los niños no tuviesen que caminar horas por las laderas para llegar a clase.

De las diversas paradas que se hacen en el camino, los paisajes más singulares están en la Garganta del Diablo y en el Anfiteatro. Son dos gargantas sedimentarias –la segunda más cerrada que la primera–, donde el arbitrio de la naturaleza creó dos hoyas rojizas de 70 metros de alto que formaron parte de un gran lago prehistórico que hace muchísimo se desfondó. En el caso del Anfiteatro, es un gran agujero semicircular que produce un efecto de eco increíble.

Al llegar a las viñas que rodean el pueblo de Cafayate –a 1600 metros sobre el nivel del mar–, la quebrada se abre en un paisaje plano, aunque al fondo se levantan unos cerros muy oscuros que, según los geólogos, tienen 500 millones de años, de cuando la vida en la Tierra solo existía en las profundidades del mar.

ALTURAS DE MENDOZA

Desde la ciudad de Mendoza se realizan varios paseos en vehículo por las montañas. Uno muy llamativo y sencillo es el que llega al hotel termal Villavicencio por el Camino de Caracoles (ruta provincial 52). Pero la excursión más famosa es la conocida como Alta Montaña, que se puede hacer con vehículo común recorriendo los principales valles mendocinos, pasando por Villavicencio y Uspallata para tomar la ruta nacional 7 y desembocar en el Parque Provincial Aconcagua. Allí se hace un trekking de apenas 400 metros por unas suaves lomadas que desemboca en el mirador de la Laguna Los Horcones. Entonces aparece de repente el monarca de los valles mendocinos: el Aconcagua. Este “centinela de piedra” en el idioma de los indios huarpes –que se ha cobrado la vida de más de cien andinistas– disimula muy bien sus 6962 metros de altura que lo consagran como el más alto del continente, rodeado a su vez de otras altísimas montañas que hacen perder toda noción del tamaño y el espacio.

Nuevamente sobre la ruta, el paso siguiente de la excursión –siempre por la ruta 7– es llegar al Puente del Inca, formado de manera natural hace millones de años cuando un cerro se derrumbó sobre el río Cuevas. El río erosionó el suelo formando un cañón que, en un pequeño segmento, está techado por esta extraña formación sedimentaria con forma de puente. Del suelo brotan aguas surgentes con minerales que cubren el puente con una extraña capa de sedimento combinando tonos amarillentos, blanquecinos, verdosos y anaranjados.

Ya casi al final del trayecto aparece junto a la ruta la villa fronteriza de Las Cuevas, erigida a 3151 metros sobre el nivel del mar, con sus pintorescas casas al estilo nórdico. Y por último, un sinuoso camino de tierra de nueve kilómetros conduce hasta el monumental Cristo Redentor, esculpido por el artista argentino Mateo Alonso a cuatro mil metros de altura. Las posibilidades de llegar hasta el Cristo de seis toneladas son remotas, ya que el camino permanece tapado por la nieve la mayor parte del año. De modo que unos pocos afortunados llegarán a leer personalmente una significativa placa que reza junto al Cristo: “Se desplomarán primero estas montañas antes de que chilenos y argentinos rompan la paz jurada al pie del Cristo Redentor”.

CORDILLERA SANJUANINA

El cruce a Chile por el Paso Internacional Agua Negra –atravesando la cordillera de los Andes– es una de las excursiones más coloridas de la provincia de San Juan. El camino, si bien es de tierra consolidada, carece de complicaciones y lo ideal es recorrerlo con una camioneta 4x4 (con auto común se debe ir con mucha precaución).

El camino sube hasta más de 4000 metros sobre el nivel del mar y las montañas carecen absolutamente de vegetación. No crece siquiera un mínimo yuyito, y a simple vista no hay indicio alguno de vida sobre la tierra. La aridez también deja al descubierto la compleja diversidad geológica de estas montañas, reflejando un abanico multicolor de minerales amarillentos, verdosos, rojizos, violetas, blanquecinos, ocres, marrones y anaranjados, cubiertos a veces por solitarios manchones de nieve. Además aparecen cerca de las cimas varios glaciares de altura.

Dos kilómetros antes del cruce a Chile encandila a los viajeros un brillo blanquecino tras una curva. A simple vista parece un glaciar que llega hasta el borde de la ruta, pero en verdad es una serie de penitentes, esa extraña formación de hielo que surge por una acción combinada del sol y el viento a partir de grandes acumulaciones de nieve en los terrenos de extrema aridez.

La tentación por tocar el hielo de los penitentes seduce a todos y nadie duda en detener la marcha para bajarse a “jugar” en ese laberinto de penitentes. Al verlos de cerca se descubre que son más grandes de lo que parecían, conformando una compacta pared de 200 metros de largo con hielos de cuatro metros de altura. En la parte superior son puntiagudos y parecen una sucesión de torres con punta de aguja que se despliegan una junto a la otra escalando la ladera montañosa. En ciertos lugares los penitentes forman pequeñas cuevas de hielo con estalactitas que bajan del techo.

El camino trepa hasta los 4770 metros, donde está el mojón que señala el límite con Chile. Allí se puede seguir hacia tierras chilenas o regresar a la ciudad de San Juan. Y prácticamente al borde de la ruta se levanta el escarpado pico San Lorenzo, con sus descomunales 5600 metros de altura muy bien disimulados por su cercanía con los otros gigantes cordilleranos.

EL MONTE ZEBALLOS

En el extremo noroeste de Santa Cruz, el pueblo de Los Antiguos es el punto de partida para transitar el Camino del Monte Zeballos, un fragmento de la Ruta 41, una de las más espectaculares de toda la Patagonia. Es el camino más alto de la provincia, partiendo a los 200 metros sobre el nivel del mar –con los caracoleos del río Jeinimani al fondo de un valle– hasta llegar a los 1500 en el punto más alto. Al comienzo se atraviesa la pura estepa con su escasa vegetación, y cincuenta kilómetros más adelante aparece un bosque de 900 hectáreas con muchos ñires y algunas lengas. El lugar es ideal para hacer un picnic agreste junto a un manantial en medio del bosque. A veces los viajeros eligen algún antiguo sendero abierto por leñadores para abandonar el auto y caminar un rato.

La ruta asciende de a poco y la vegetación se hace más profusa por la mayor humedad. Pero al llegar a El Portezuelo –el punto más alto, a 1500 metros– la vegetación desaparece otra vez por la falta de oxígeno. Así como al principio se transitaba un desierto de estepa, ahora predomina un desierto de alta montaña. Y es también el lugar más asombroso del trayecto, donde están unas extrañísimas formaciones naturales llamadas diques basálticos, que son como dos murallas que suben en paralelo hasta la cima de la montaña. A simple vista resulta difícil creer que su origen no sea humano. Están fragmentadas por la erosión y se asemejan a aquella otra famosa muralla, la china. Por eso inducen a detener el auto y subir a pie por las áridas laderas, para dilucidar cómo surgió esa muralla en un lugar tan insólito. A los 15 minutos de caminata ya se divisan sus ladrillos negros de basalto, que parecen encajados con la exactitud de una pared edificada por el hombre. Hace 65 millones de años, cuando surgía la cordillera y la Patagonia era un infierno de volcanes en erupción, se formaron estos “diques basálticos”. Su emplazamiento actual es el de una grieta que ya no existe, por la cual brotaba lava a borbotones. En cierto momento la lava dejó de salir y la que se endureció sobre las dos paredes de la grieta se resquebrajó tomando la forma de una pared de ladrillos. En los miles de años siguientes la erosión fue horadando las laderas para dejar al descubierto aquellas dos resistentes paredes de basalto.

A partir de El Portezuelo comienza el descenso a la cuenca vecina, y a la vera del camino aparecen lagunas color turquesa habitadas por patos y cisnes de cuello negro. Gran parte del Camino del Monte Zeballos atraviesa lo que fue el interior del cráter de un volcán gigante, del que desapareció toda una mitad. Uno de los imponentes picos de ese cráter es el Monte Zeballos, cuyos 2748 metros se divisan desde gran parte del camino.

El espectacular camino mide 170 kilómetros no asfaltados, que no son de ripio sino de greda en buen estado, que culmina en la localidad de Hipólito Yrigoyen. Con un auto común se puede hacer el recorrido cuidadosamente y los días de lluvia se recomienda regresar hacia atrás, aun con una camioneta 4x4.

CURVAS DE TUCUMAN

La provincia de Tucumán también tiene su ruta de altura con sinuosas curvas, hasta el mirador del Cochuna. Se parte desde la capital por la autopista a Faimallá y luego por la ruta nacional 38, atravesando pueblitos azucareros, plantaciones e ingenios que polucionan el ambiente. En la ciudad de Concepción se toma la ruta 365 hacia el Oeste hasta el pueblo de Alpachiri, donde hay un desvío de entrada al Parque Nacional Los Alisos. Pero el camino no es bueno y casi nadie visita el parque en sí, sino que se le hace un rodeo hasta el mirador de Cochuna, por un ambiente muy similar al del parque. La ruta se convierte de a poco en un camino de cornisa –de ripio en muy buen estado, transitable con auto común–, que pasa por un relicto de la selva de Las Yungas en muy buen estado. A los pocos kilómetros aparece el complejo turístico Samai Cochuna, donde se puede hacer una caminata por la selva observando grandes árboles como el laurel y el cedro, cañaverales de bambú y helechos arborescentes. Una vez en el mirador del Cochuna se ve la selva desde arriba y las cumbres nevadas de las sierras del Aconquija. Desde Tucumán al mirador son 140 kilómetros, y desde allí se puede regresar o seguir un poco más hasta el poblado catamarqueño de Las Estancias.

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Pasando la Quebrada de Humahuaca, el camino a Iruya en la provincia de Salta se puede hacer con auto común y hasta en colectivo.
Imagen: Julian Varsavsky
 
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