turismo

Domingo, 24 de febrero de 2008

SANTA CRUZ > LA CUEVA DE LAS MANOS

Arte originario

Son 829 negativos de manos, los más antiguos de ellos plasmados hace 9350 años. Como la Cueva de Altamira en España o el monumento megalítico de Stonehenge en Inglaterra, la Cueva de las Manos fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en este caso para resguardar las manifestaciones culturales de los primeros pueblos que llegaron al sur del continente americano.

 Por Julián Varsavsky

La pintura parece fresca, como de ayer. Pero las manos más antiguas fueron pintadas hace unos 9350 años, casi al aire libre en unos aleros rocosos y adentro de una cueva que les brinda algo más de protección. Si el valor arqueológico de un sitio se midiese sólo por la antigüedad, la Cueva de la Manos rivalizaría con la famosa Cueva de Altamira en España, la cual es “apenas” 5 mil años más vieja. Por aquel tiempo de fríos extremos –al final de la última glaciación–, los aborígenes plasmaban sus manos en las oquedades con devoción probablemente religiosa, antes que por el mero placer artístico. Mientras tanto en Europa faltaban casi 5 mil años para que el hombre prehistórico levantara el famoso círculo de piedras de Stonehenge en la isla de Inglaterra, en Africa tampoco se habían construido aún las legendarias pirámides, y en Asia otros hombres también buscaban expresarse con los trazos de la mano, surgiendo por primera vez en el mundo la escritura, legado de las culturas sumerias de las márgenes del Tigris y el Eufrates.

Del otro lado del Cañadón de las Pinturas, la verdadera dimensión del paisaje. Las manos se plasmaban apoyando la izquierda en la pared, para dibujar su contorno.

El valle

Al llegar a la Cueva de las Manos lo primero que llama la atención es la inmensidad del valle del río Pinturas, un gran cañadón rocoso que se pierde en la distancia caracoleando con los meandros del río. A cada lado se levanta un altísimo acantilado donde están los aleros y la famosa cueva, en un lugar bastante inaccesible por lo escarpado de las paredes. Hoy en día hay un sendero con escaleras y todo resulta muy fácil, pero en el tiempo de los primeros pobladores de la Patagonia, llegar hasta allí no sería una tarea sencilla.

La pregunta lógica que se hace todo el mundo es: ¿qué significado tenían aquellas repetitivas manos? Y la verdad es que a ciencia cierta no se sabe, y difícilmente alguna vez se vaya a saber. Sí hay, por supuesto, hipótesis de los arqueólogos que se acercarían a la verdad. El gran estudioso del sitio fue Carlos Gradín, un topógrafo que en 1964 comenzó un estudio que se extendió por 30 años. Y la hipótesis central es que el sitio habría sido un centro ceremonial ligado a un ritual de curación. El nexo entre las manos y la función medicinal fue pensado a raíz del testimonio del viajero inglés George Musters, quien en 1868 se sumó a una caravana tehuelche que recorrió a caballo gran parte de la Patagonia. En aquel viaje, Musters observó una vez el sacrificio de una yegua blanca para sanar a un niño, a la que le estamparon sobre el lomo una mano embadurnada de pintura roja, para transferirle así la enfermedad.

El profundo cañadón que precede a las cuevas, surcado por el río Pinturas.

La secuencia

Uno de los aspectos que más valoran los arqueólogos es que en el sitio Cueva de las Manos está documentada la secuencia cronológica completa de la presencia humana en el lugar, abarcando un período más o menos continuo de 8500 años.

De acuerdo con los estudios de carbono 14 realizados al pie de los aleros, hubo tres períodos de tiempo en que se hicieron pinturas rupestres. Los datos surgieron del estudio de los restos orgánicos de comida posibles de datar, algo imposible con las pinturas en sí. El primer período duró dos milenios, entre 9350 y 7350 años atrás. Allí se ven escenas de caza de guanacos a los que se les arrojaba una “bola perdida”, que era una roca esférica atada a un tiento de tendón de guanaco (no era la conocida boleadora). Y están por supuesto las manos –presentes en los tres períodos–, que se pintaban apoyando por lo general la izquierda, mientras que con la derecha se coloreaba el contorno de los cinco dedos y unos centímetros de alrededor, sin ensuciar la palma de la mano apoyada.

El segundo período –también de dos milenios– va desde 7350 a 5350 años atrás, y si bien tiene otra vez escenas de caza, éstas tienen un estilo diferente. El tercer período –entre 5350 y 3350 años atrás– es el más interesante, porque incluye novedosas formas geométricas como líneas en zigzag y también círculos concéntricos. Además hay un guanaco con una mano marcada en la parte trasera –la misma escena que vio Musters– y mujeres en aparente posición de parto, dando a luz en cuclillas en unas “parideras” cavadas en la tierra. Pero lo más impresionante de la Cueva de las Manos es su aislamiento, la virginidad de un paisaje que parece detenido en la prehistoria, donde no hace falta abstraerse demasiado para ver a los auténticos autores de aquellas pinturas corriendo sobre la meseta del otro lado del cañadón, para encerrar un guanaco y darle muerte con el lanzamiento de una bola perdida. Porque a juzgar por lo que se ve a simple vista, estas manos fueron pintadas ayer.

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