Dom 02.03.2008
turismo

FRANCIA > EN LA REGIóN DE LORENA

Metz, un nuevo destino

Durante mucho tiempo confinada a la imagen de ciudad-cuartel, en el este de Francia, Metz decidió apostar al turismo, con una línea TGV desde París, una sucursal del Centro Pompidou y un casco urbano donde se escribieron más de 20 siglos de historia.

› Por Graciela Cutuli

Hasta hace pocos años, incluso su nombre sonaba áspero y no muy atractivo, austeramente germano. Con alguna razón histórica: Metz había sido durante siglos la base militar de Lorena, una región estratégica que se disputaron Francia y Alemania durante siglos. El dato, claro, no ayudó a agregarle glamour a su imagen. Metz siempre fue una especie de “patito feo” frente a la elegante, refinada y cultivada Nancy, la capital del rey de Polonia exiliado en Lorena, una perla de la arquitectura clásica. La elección no se planteaba siquiera cuando se trataba de hacer turismo en Lorena, aunque las dos ciudades no disten siquiera cien kilómetros una de otra. Sin embargo, los umbrales del siglo XXI están cambiando las cosas. Metz revalorizó su arquitectura mediante grandes obras, llamó a sus hijos y sus huéspedes más famosos para hacerles propaganda –entre ellos a Verlaine y Rabelais– y se transformó en una ciudad que apostó al futuro, convirtiéndose en poco tiempo, gracias a la llegada del TGV que la conecta en un par de horas con el centro de París, en el más novedoso de los destinos turísticos del este de Francia. Ahora, pasando por Lorena hay que conocer Nancy y Metz... Y por si faltaban razones, el año próximo abrirá un anexo del famoso Centro Pompidou de París, que ya está en los focos de la actualidad francesa y se convierte en el símbolo del renacimiento de la ciudad.

El Viejo Templo, sobre una isla del río Moselle. Fotos de Graciela Cutuli

Una llegada a 320 KM/H

Siguiendo el ejemplo de proyectos de descentralización de grandes museos, como el Guggenheim en Bilbao y la Tate Gallery en Liverpool, Metz se prepara para recibir al Centro Pompidou y tener su propia colección de arte contemporáneo. En la actualidad, todo un barrio está siendo remodelado y construido para acompañar al flamante museo, que tiene previsto abrir sus puertas durante el año que viene. Mientras tanto, los vecinos y los impacientes pueden visitar la Casa del Proyecto, que muestra cómo será el futuro edificio, con la forma de una inmensa carpa, como la un circo ultramoderno. En esta casa, realizada a partir de dos contenedores, las guías explican las ventajas del proyecto ganador, la elección de los materiales y el avance de las obras, con muestras, maquetas y planos.

El nuevo Pompidou ya es el símbolo del renacimiento de la ciudad, que en realidad empezó su mutación tecnológica hace varios años, cuando las minas de carbón y la industria pesada que la hacían vivir cerraron una tras otra, y sumergieron a Lorena en una profunda crisis. La llegada del TGV, a mediados del año pasado, es otro símbolo. El ramal es el más nuevo de Francia y llega hasta Alsacia. Para arribar a Metz, basta un viaje de 82 minutos diez veces por día, desde el centro de París: en algunos tramos del viaje, el tren alcanza la vertiginosa velocidad de 320 km/h. En pos de hacer olvidar su pasado militar, Metz convirtió otro de sus emblemas, el Arsenal, en una de las salas de espectáculos más bellas de Europa, gracias a trabajos de reestructuración dirigidos por Ricardo Bofill.

Vitral de Marc Chagall en la Catedral de Metz.

Las obras nuevas conviven con las anteriores, y suman sus matices al calidoscopio de arquitecturas que conforma la ciudad. Barrio por barrio, época tras época, Metz es como un catálogo de estilos. El barrio moderno del Amphitéâtre, por ejemplo, nace al lado del Triángulo Imperial, un área edificada en tiempos de la anexión de Lorena a Alemania, a principios del siglo XX. En el centro se encuentran los edificios medievales, no muy lejos de clásicas plazas a la francesa del Gran Siglo.

La corte de oro

Lo más sorprendente para el visitante es, sin duda, este Triángulo Imperial, el barrio de la estación de ferrocarril. Fue construido de manera muy homogénea a principios del siglo XX, en un estilo muy prusiano y con grandes lujos, para servir de vidriera a las fuerzas y riquezas del Imperio Alemán. Aunque Metz se sintiera en verdad más anexada que adoptada... El mayor símbolo del barrio es la estación misma. A la vez monumental y grandilocuente, fue diseñada como un faraónico decorado de teatro, para las ocasiones en que el emperador llegaba de visita a la ciudad. Las anchas escaleras, las salas privadas que exhibían un lujo impensado en otras estaciones de ferrocarril de provincia de la época, las salas de espera jerarquizada (había para los obreros y campesinos, para las clases burguesas y para los aristócratas), el balcón desde donde el emperador saludaba a los ciudadanos durante sus llegadas y partidas: todo es exageradamente grande y monumental. La historia, que es cínica, no dejó que el tren más veloz pase por sus andenes, y hubo que construir, a pesar de tanto monumentalismo, una nueva estación para el TGV en otro barrio de la ciudad. La estación del káiser era moderna... pero no lo suficiente por los trenes del siglo XXI. Al menos, queda en la historia como una de las pocas estaciones de trenes monumentales que hoy día se visitan como destino turístico propio, junto con la de Limoges, en el centro de Francia.

La torre del reloj de la estación construida por Guillermo II.

Por su parte la Cour d’Or, en el centro de la ciudad, que domina el cauce del Moselle, lleva a otra época. La imponente masa del Arsenal, hoy convertido en un teatro, fue construido sobre la explanada donde se encontraba la urbe merovingia del siglo VI. Algunos viejos edificios subsisten todavía, como la iglesia St. Pierre aux Nonnains, que tiene paredes que se remontan a la época romana (quedan algunas ruinas de unas termas) y al siglo V. La Cour d’Or –la “corte de oro”– hace referencia a la corte del rey de Austrasia, uno de los reinos francos que surgieron luego del desmantelamiento del Imperio Romano. Metz fue la capital de este reino, reaparecido luego a lo largo de la historia como Lotaringia, el reino de uno de los tres hijos de Carlomagno, y más tarde como Lorena, la eterna región disputada por Francia y Alemania, y constituida originalmente por otros dos reinos francos.

En el barrio de la Cour d’Or se puede ver, además de la iglesia, considerada como la más linda del Alto Medioevo en Francia, una capilla de los Templarios del siglo XII, el Palacio del Gobernador durante el episodio imperial alemán de 1902, el Palacio de Justicia del siglo XVIII y una antigua abadía. Como si fuera poco, ahí está también la casa natal del poeta Paul Verlaine. Los amantes de las bellas letras, sin embargo, no tienen tanta motivación para llegar hasta aquí, ya que lo único que se puede ver de la casa es una placa recordatoria.

Busto de Paul Verlaine, cerca de su casa natal.

La leyenda del horrible Graoully

Los demás ilustres mesans (el gentilicio para los habitantes de Metz) son Ambroise Thomas (el compositor de la ópera Mignon, que fue todo un hit en el siglo XIX), el padre de la Unión Europea, Robert Schuman; Jean-François Pilâtre de Rozier (uno de los pioneros de la conquista del aire, que construyó uno de los primeros globos aerostáticos) y François Rabelais, que se exilió un tiempo en Metz, entre 1545 y 1547, debido a sus problemas con los poderes y la censura en Francia. De todos ellos, Rabelais es el más visible. Una asociación de restaurantes se remite al autor de Gargantúa y Pantagruel, grandes comensales si los hay, para proponer lo mejor que Lorena y Metz tienen que ofrecer gastronómicamente. Una visita temática de la ciudad se organiza incluso bajo el aspecto gastronómico, combinando visitas en el centro y buenas mesas. Los miembros de esta asociación tienen como objetivo defender las tradiciones culinarias de la región y, por supuesto, entre sus especialidades no falta la mirabelle, una pequeña ciruela dorada que es también el emblema de Lorena. En todos los platos, en todas las cartas, la mirabelle hace su aparición de una forma u otra: entradas, platos principales, postres y hasta licores y patisseries conocen de su sabor dulzón y su brillante color amarillo. A fines de agosto, la ciudad le rinde un homenaje especial, con fiestas que se parecen más a un carnaval que a una celebración agrícola: es entonces la hora de los corsos, desfiles, música, aguardiente (de mirabelle, por supuesto) y buena comida. Este es uno de los festejos típicos de la Metz, junto con las Montgolfiades, en septiembre, que recuerdan las hazañas de Rozier en los tiempos de la Revolución, para elevarse por los aires en un por entonces precario globo aerostático.

Maqueta del futuro Centro Pompidou. Una inmensa y ultramoderna carpa de circo.

La Catedral es otro de los lugares imperdibles de Metz. De estilo gótico, fue construida entre los siglos XIII y XVI. Hay que buscar en su interior, en el costado izquierdo de la nave, los luminosos vitrales concebidos por Marc Chagall. En otra iglesia, Saint Maximin, los vitrales fueron realizados en cambio por Jean Cocteau... toda una curiosidad. La ciudad está llena de sorpresas así, como una caja de Pandora que se abre y deja salir cada vez lo menos pensado: por ejemplo, es frecuente ver un dragón en vidrieras, monumentos y otros lugares. Se trata del Graoully, un horrendo monstruo que azotó Metz en oscuros y pasados tiempos, según las leyendas, hasta que San Clemente lo hizo irse para siempre. Hoy día, los tiempos de dragones fueron recuperados por el turismo, que transformó las viejas creencias en leyendas locales, para poner sal a las visitas. Graoully se despierta cada vez que se abre la caja de Pandora, fuente también de otras sorpresas, como una Opera a la Garnier, un puerto sobre el Moselle, las casas de los ricos mercaderes de la República de Metz del siglo XVI, o la Puerta de los Alemanes, que más que una puerta parece un castillo atravesado por un arroyo. La mayor sorpresa es, sin duda, que haya tanto para ver y conocer, si se pensaba que era solamente la ciudad de los Tres Capitanes, aquellos de la canción “En passant par la Lorraine” (un canto tradicional que aprenden los chicos en la escuela francesa).

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