SEMANA SANTA > DE TUCUMáN A SALTA
› Por Graciela Cutuli
Este año, el feriado largo más extenso del año viene con yapa. Son cinco días robados a la rutina, que permiten soñar con una escapada larga, bien lejos del ruido y el apuro de la ciudad que empieza a entrar en el ritmo del otoño. Adiós a los tediosos embotellamientos y al irritante tráfico urbano: si lo que se busca son contrastes, no hay que mirar tanto tiempo el mapa para descubrir que el destino ideal está ahí, en el extremo noroeste, donde el jardín tucumano se da la mano con las altas planicies salteñas, y los pueblos solitarios parecen esperar al viajero atento con los brazos abiertos y una cordialidad silenciosa. Un puñado de horas de vuelo bastan para cambiar de aire, y de pronto aquello que parecía tan lejano se vuelve tangible e invita a descubrir un mundo que de tan antiguo parece nuevo.
DIA UNO, TUCUMAN Ya el nombre evoca dulzuras de caña de azúcar, el brillo amarillo de los limoneros y un cierto resplandor de “lunita tucumana”. Aunque el significado de “Tucumán” despierta controversias, todos los desacuerdos terminan a la hora de enamorarse de esta provincia pequeña con forma de corazón, que pasa con naturalidad de la montaña a la selva y los embalses. Tucumán, que gracias a la Casa de la Independencia es uno de los primeros lugares del mapa que los chicos identifican rápidamente, es una ciudad pequeña y prolija, con una catedral relativamente nueva (de mediados del siglo XIX) para su larga historia. La catedral está a pocos pasos de la céntrica plaza Independencia y de la casita blanca de columnas barrocas donde se convocó el Congreso de 1816. Hay que visitar el museo que funciona en el interior, donde por las noches se realiza un espectáculo de luz y sonido, antes de salir rumbo al cerro San Javier para tener panorámicas sobre la ciudad.
El paseo, hacia el oeste de la capital, alcanza los 1200 metros de altura, que se pueden ascender en auto (sólo para amantes de las curvas pronunciadas) o a pie (sólo para quienes estén dispuestos a una caminata de dos horas) por el camino conocido con el sugestivo nombre de “Puerta del Cielo”. Parte del cerro está destinado a un Parque Biológico que protege el sistema de yungas, con sus árboles imponentes y el piso de helechos, y el bosque chaqueño serrano, cuya vegetación de hoja espinosa y pequeña se adapta mejor al clima seco que impera en el sector noroeste de la sierra.
DIA DOS, HASTA TAFI DEL VALLE Los 125 kilómetros que separan Tucumán de Tafí del Valle –varios de ellos por camino de cornisa– deparan algunos de los más bellos paisajes del Noroeste. La primera parada es Famaillá, que para la historia es el escenario de la batalla de Monte Grande entre unitarios y federales, pero para el turista raso es sobre todo la “capital nacional de la empanada”. Dicen los paladares expertos que quienes no han probado la empanada tucumana es como si nunca hubieran probado ninguna. Lo cierto es que no hay que pasar por Famaillá sin degustarlas para comparar luego con las rivales salteñas.
Más adelante, pasando el poblado de Santa Lucía, la caña y los cítricos dan paso a la selva tucumana, atravesando la Quebrada del río Los Sosa. El paisaje es espectacular, pero también vertiginoso. Vale la pena pararse a admirarlo en algunos de los descansos del camino, y también en sus tres puntos clásicos: “el Indio”, donde se levanta un monumento al indio calchaquí, el “Fin del mundo”, con una cerrada curva que avanza sobre el barranco, y “La heladera”, un rincón siempre sombrío y fresco donde cae una cascada. Pocos kilómetros después se ingresa en el Valle del Tafí, para desembocar en el Parque de los Menhires. Aunque son la prueba patente de una aberración arqueológica –los monolitos fueron trasladados de su emplazamiento original y ubicados de forma arbitraria, reuniendo los que había en El Mollar con otros dispersos en propiedades privadas y en la capital provincial–, los menhires levantados por la cultura tafí no han perdido su fascinante misterio: ¿mil o diez mil años se conservan en el silencio de su piedra? Como ésta, hay otras preguntas sin respuesta, entre ellas el significado de los motivos humanos y geométricos cuidadosamente tallados en la piedra. Hay que visitar el museo Juan Bautista Ambrosetti, un homenaje al arqueólogo que trabajó en el desciframiento de los menhires, antes de llegar hasta la siguiente etapa del viaje, Tafí del Valle, donde el reposo incluye también la tentación de una buena mesa tradicional con humita, locro y tamales.
TERCER DIA, HACIA LOS QUILMES El camino del tercer día –otro tramo de 125 kilómetros– es uno los momentos más esperados del viaje. Tucumán ya parece muy lejos al dejar Tafí del Valle, cuando la ruta sube –a la vez que se hace más árida, más mineral– y empiezan a aparecer rocas como brotando del interior de la tierra. No son rocas, sin embargo, sino un yacimiento de restos prehispánicos, que acompaña con extrañas figuras la ruta que se encamina luego hacia el Abra del Infiernillo, a más de 3000 metros de altura. Geográficamente, esta abertura en los cerros es una divisoria de aguas, donde se separan las cuencas hidrográficas del Salí–Dulce y la del Río de la Plata: de un lado se ve un amarillo paisaje de desierto; del otro el verde de los bosques. El mayor impacto es visual y emocional: esto es auténtica soledad, en medio de un paisaje montañoso de altura, coronado por un cielo azul donde a veces campea un manto de nubes que se escurre entre las laderas del Abra. Empiezan a acompañarnos, además, los centinelas del Noroeste: son los rectos cardones, imponentes, que pueden alcanzar hasta 12 metros de altura y extienden sus brazos como un candelabro vegetal en medio de la más absoluta nada. Una nada, sin embargo, poblada de vida secreta y de una historia ancestral, que sólo puede revelarse a quienes viajen con el corazón abierto para escuchar, en el modo callado y amable de los lugareños, la profunda atracción de esta tierra solitaria.
Algo de gente veremos en Ampimpa, un caserío junto a la ruta, y luego en Amaichá del Valle, sede en el verano de las celebraciones a la Pachamama, cuando domina en la región un ruego milenario: “Pachamama, cusiya, cusiya” (Madre Tierra, ayúdame, ayúdame). El poblado, aún incipiente en infraestructura turística –y ahí está su encanto– es un centro de producción de artesanías en lana, ponchos, tapices, vino patero y productos como los quesillos, alfajores y turrones. Vale visitar también el Complejo de Museos Pachamama, una colección privada (con puntos de vista a veces discutidos) sobre la arqueología, el arte y la geología de la región, que tiene entre sus momentos más interesantes la reconstrucción de una vivienda aborigen a tamaño real.
Amaichá habrá quedado atrás cuando se llega al cruce con la RN 40: cerca del empalme se encuentran las Ruinas de Quilmes, donde tuvo lugar la más fuerte resistencia al conquistador hispano de parte de los pueblos originarios. Sólo el aislamiento de sus fuentes de alimentación logró doblegar a los indígenas, que después de tanto batallar terminaron tristemente exiliados en la localidad que hoy los recuerda con su nombre, Quilmes, en la periferia de Buenos Aires. En su lugar natal, entretanto, sólo quedan ruinas de lo que fue el asentamiento precolombino más importante de la actual Argentina: y aun así, sigue siendo imponente el sistema de distribución de las zonas residenciales, las fortalezas y la ciudadela en la cima del cerro. El conjunto incluye un museo de sitio junto a la base, pero lo mejor es animarse a subir hasta la ciudadela, aunque la excursión sólo está reservada a quienes dispongan de cierto entrenamiento en materia de caminata de montaña.
Siempre por la RN 40, ya se está cerca de Salta. Ahora sí, es tierra de viñedos: aquí está el punto final del tercer día, y comienzo del cuarto, en la espléndida Cafayate.
CUARTO DIA, CAFAYATE Cafayate es algo así como la capital de los Valles Calchaquíes, una pequeña gran ciudad que vive al ritmo de las vendimias y del turismo. Su aspecto contrasta con los demás pueblos del valle, de alma andina e indígena, ya que desde la mañana cruzan la plaza turistas, mochileros y hombres de negocios. Aunque la catedral es más grande y de fachada más imponente, en verdad no se compara con las capillas de los pueblos del valle: Cafayate, entonces, se aprovecha mejor visitando sus bodegas y haciendo una excursión por la Quebrada de las Conchas, por donde enfila la ruta que va hacia Salta por el embalse Cabra Corral.
En Cafayate y su región se producen algunos de los vinos más altos del mundo, pero su fama principal deriva de los blancos de cepaje torrontés, cuya producción se remonta a 1850. Una de las más antiguas bodegas de Cafayate es la que mejor fue acondicionada para el turismo: se trata de La Banda, conocida por su marca comercial Vasija Secreta, en la entrada misma de la ciudad. Desde el amplio patio por donde se entra a los edificios se ven los viñedos, y en épocas de vendimia los tractores que van y vienen con las uvas. En uno de los antiguos galpones se instaló un museo, con toneles y herramientas que muestran cómo se trabajaba en una bodega durante el siglo pasado. La visita sigue por un salón donde se pueden degustar y comprar vinos. Otras bodegas de la región también proponen visitas, conformando así una Ruta del Vino promovida por la provincia de Salta, que recorre los Valles Calchaquíes desde Cafayate a Cachi.
Vale la pena alejarse del centro de la ciudad para visitar otra bodega, escondida al pie mismo de los cerros. Se llama Finca de las Nubes, es una de las más jóvenes y pujantes de la región. Merece la visita por su ubicación en plena montaña, por el cuidado de la instalaciones y la calidad de sus vinos tintos, sin contar que entre los viñedos circundantes se conservaron piezas arqueológicas prehispánicas, como rocas con morteros. El circuito del vino en Cafayate pasa por otras bodegas: Domingo Hermanos, El Esteco, El Porvenir, Etchart y San Pedro de Yacochuya. Todas se pueden visitar y ofrecen degustaciones de sus productos.
QUINTO DIA, VALLE CALCHAQUI El quinto es un día de mucho viaje y recorrida: primero, por la Ruta 40 se cruza todo el Valle Calchaquí para luego bajar de las montañas a Salta capital por la legendaria Cuesta del Obispo. Tras pasar Animaná, la Ruta 40 hacia el norte de Cafayate llega hasta San Carlos, un pueblo cuya historia se remonta a los primeros tiempos de la colonización española. La propia Ruta 40 forma su calle principal, angosta y bordeada de veredas más angostas aún. Junto a la plaza principal se levanta la iglesia, construida a mediados del siglo XIX, y subiendo por una calle lateral se llega hasta el cementerio, que ofrece una hermosa vista sobre los techos de San Carlos.
El pueblo siguiente es Molinos, que tiene también su capilla de adobe blanqueada, con dos torres que flanquean la puerta. Construida en 1639, es Monumento Histórico Nacional. En el interior está la tumba del último gobernador salteño de los tiempos coloniales, Nicolás de Isasmendi, cuya casa se encuentra del otro lado de la plaza, frente a la iglesia, y es un hermoso testimonio de la arquitectura colonial salteña.
Alejándose de la Ruta 40 pero siguiendo el circuito del vino se puede hacer un desvío para llegar hasta Colomé, la bodega en funcionamiento más antigua del país. Fue modernizada y transformada hace pocos años por un grupo suizo que produce vinos de exportación y construyó un hotel de lujo. Mientras tanto, la Ruta 40 sigue hacia el norte y pasa por caseríos y ranchos, donde a veces se ve a los artesanos tejiendo los famosos ponchos salteños en rudimentarios telares construidos artesanalmente.
De Cachi a la capital salteña Al lado de estos pueblitos, Cachi tiene aspecto de ciudad. Está encerrada entre las montañas, a casi 2300 metros de altura, y el Nevado de Cachi con su corona de glaciares domina todo el paisaje. Una vez más hay un panorama de la ciudad desde el cementerio, cerca del cual se levanta un parque temático en formación. En Cachi hay que visitar la iglesia, también declarada Monumento Histórico Nacional, y el Museo Arqueológico.
El circuito sigue por un tiempo más la Ruta 40, hasta Payogasta, donde se toma el camino que cruza las cumbres calchaquíes para volver a Salta. Ya en la montaña, y en medio de una llanura salpicada de incontables cardones, la ruta es absolutamente derecha durante unos diez kilómetros: es la famosa Recta de Tin Tin, cuyo nombre vendría –según los lugareños– del viento que siempre sopla en esta llanura encerrada por las montañas. Luego se llega al paso de Piedra del Molino, a 3600 metros de altura. Una enorme piedra de moler al borde del camino da nombre al paraje: se dice que la dejó aquí un obispo que la llevaba de Salta a los Valles Calchaquíes. La ruta desciende luego por la Cuesta del Obispo, seguramente el mismo de la piedra. Es todo un espectáculo: la ruta se agarra al flanco de la montaña con curvas y contracurvas, pasando varias veces por encima de sí misma. Vale la pena hacer altos en el camino para sacar fotos. La grandeza del paisaje reduce aún más la ruta a lo lejos y hacia el valle de Lerma. Antes de llegar a Salta por este valle, se pasa por Chicoana, un pueblo que vive del cultivo del tabaco y fue el escenario de viejas películas gauchescas.
Y al final, después de tanto viaje, se llega a Salta al atardecer, el mejor momento para disfrutarla, cuando las luces borran las arrugas de su edad y resaltan mejor los monumentos. En Salta no hay que perderse el Museo de Arqueología de Alta Montaña, que muestra las momias de los Niños de Llullaillaco, la Catedral, la iglesia de San Francisco y el convento de San Bernardo. Y, sea de día o de noche, el paseo en teleférico hasta el Cerro San Bernardo, que regala una hermosa vista sobre la ciudad y el Valle de Lerma.
Esta opción de cinco días, presentada con tiempo suficiente para detenerse en los detalles del camino, es sólo una de las varias rutas que se pueden tomar entre Tucumán y Salta. A continuación, las opciones posibles (fuente: www.ruta0.com).
Tucumán-Salta por Rosario de la Frontera. Es la única ruta con peaje. Por la RN 9, va de Tucumán a Tafí Viejo, Tapia, Rosario de la Frontera y Metán, luego un tramo por la RN 34 y luego finalmente la RN 9. Son 316 kilómetros pavimentados.
Tucumán-Salta por Amaichá y Cafayate: 1) Parte de Tucumán por la RN 38, luego Famaillá y Tafí del Valle (RP 307), el Abra del Infiernillo, Amaichá (RP 357) y la RN 40. Desvío a las Ruinas de Quilmes, Cafayate (RN 68), Cabra Corral, Carril y Salta. Son 432 kilómetros pavimentados. 2) El mismo itinerario, luego de Carril pasa por Campo Quijano. Son 451 kilómetros pavimentados.
Tucumán-Salta pasando por Jujuy: Se toma la salida desde Tucumán por Rosario de la Frontera y Metán, para tomar luego la RN 34 hasta General Martín de Güemes, Perico (RN 66), San Salvador de Jujuy (RN 9) y Salta. Son 461 kilómetros pavimentados. Finalmente, hay una variante que pasa por Santa María entre Amaichá y las Ruinas de Quilmes, con un tramo de ripio y un recorrido total de 468 kilómetros.
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