turismo

Domingo, 27 de abril de 2008

ISLANDIA > VIKINGOS DEL SIGLO XXI

La buena vida

Con Groenlandia como vecino más próximo, Islandia es un país aislado en medio del Atlántico norte, con una naturaleza hostil y bajísimas temperaturas invernales. Sin embargo, encabeza las mediciones de Desarrollo Humano del PNUD, lo cual significa que, como sociedad y como economía, es el mejor lugar del mundo. La fortaleza e imaginación de sus habitantes lo hicieron posible.

 Por John Carlin*

El índice de natalidad más elevado de Europa + la mayor tasa de divorcios + el mayor porcentaje de mujeres que trabajan fuera de casa = el mejor país del mundo para vivir. Hay algo que tiene que estar mal en esta ecuación. Si se unen esos tres factores –montones de hijos, hogares rotos, madres ausentes–, el resultado tiene que ser la receta para la miseria y el caos social. Pues no. Islandia, el bloque de lava subártico al que se refieren estas estadísticas, encabeza las últimas clasificaciones del Indice de Desarrollo Humano del PNUD, lo cual significa que, como sociedad y como economía –en relación con la riqueza, la sanidad y la educación–, es el mejor lugar del mundo. Podría replicarse: muy bien, pero con sus oscuros inviernos y sus veranos nada tropicales, ¿son felices los islandeses? La verdad es que, en la medida en que es posible medir esas cosas, lo son.

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Los datos son abundantes: el país con la sexta renta per cápita del mundo; en el que la gente compra más libros; en el que la expectativa de vida para los hombres es la más larga del mundo, y para las mujeres está entre las más altas; el único país de la OTAN que no tiene fuerzas armadas (se prohibieron hace 700 años); el que tiene la mayor proporción de teléfonos móviles por habitante, el sistema bancario que más rápidamente está expandiéndose en el mundo, el increíble crecimiento de las exportaciones, el aire cristalino, el agua caliente que llega a todos los hogares directamente desde las cañerías naturales de las entrañas volcánicas, y así sucesivamente.

Pero ninguna de estas cosas sería posible sin la sólida seguridad en sí mismos que define a los islandeses, y que, a su vez, nace de una sociedad que está culturalmente orientada –como prioridad absoluta– a educar niños sanos y felices, con todos los padres y madres que sea. En gran parte es herencia de sus antepasados vikingos, cuyos hombres se dedicaban sin reparos a saquear y violar, pero, al menos, tenían la coherencia moral de no mostrarse celosos por las aventuras de sus esposas, unas mujeres que se encargaban de alimentar a la familia en la dureza de la tundra de esta isla del Atlántico norte mientras los maridos se iban de exploraciones por el mundo durante años. Como me explicó una abuela con varios nietos en mi primera visita a Islandia, hace dos años, “los vikingos se iban a otros países, y las mujeres eran las que mandaban y tenían hijos con los esclavos, y cuando los vikingos regresaban, los aceptaban con un espíritu de cuantos más, mejor”.

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Islandia, situada en medio del Atlántico norte y con Groenlandia como vecino más próximo, estaba demasiado lejos para que nadie llegara hasta allí aparte de los más obstinados misioneros cristianos medievales. Es un país en gran parte pagano, como les gusta decir a los nativos, sin la carga de los tabúes que tanta inquietud generan en otros lugares. Eso significa que son personas prácticas y que van al grano. Y eso significa, a su vez, montones de divorcios. “No es algo de lo que estar orgullosos –-dice Oddny, con una sonrisa–, pero el caso es que los islandeses no se aferran a relaciones que van mal. Se van.” Y el motivo por el que pueden hacerlo es que la sociedad, empezando por los padres, no los estigmatiza. El incentivo de “permanecer juntos por los niños” no existe. Los niños van a estar estupendamente porque toda la familia se unirá a su alrededor, y lo más probable es que los padres sigan teniendo una relación civilizada, basada en la decisión, normalmente automática, de que la custodia de los hijos va a ser compartida.

La comodidad de saber que, pase lo que pase, el futuro de los hijos está asegurado explica también por qué las mujeres islandesas, pese a ser tan modernas (Islandia eligió a la primera mujer presidenta del mundo, una madre soltera, hace 28 años), persisten en la vieja costumbre de tener hijos cuando son muy jóvenes. (...) Sobre todo porque, cuando una persona está trabajando, el Estado le da nueve meses de permiso por hijos remunerado, que pueden repartirse entre el padre y la madre como les parezca. “Eso quiere decir que los empresarios saben que un empleado varón tiene tantas probabilidades como una empleada mujer de acogerse a una baja para cuidar del niño”, explica Svafa (se pronuncia Suava) Gronfeldt, rectora de la Universidad de Reikiavik y antes alta ejecutiva. “El permiso de paternidad marcó el punto de inflexión para la igualdad de la mujer en este país.”

Svafa ha aprovechado la oportunidad plenamente. Con su primer hijo utilizó ella la mayor parte del permiso, y con el segundo fue su marido. “Yo estaba en un trabajo con el que tenía que viajar 300 días al año”, explica. Tuvo dudas, pero quedaron paliadas, en parte, con la seguridad de que su marido estaba en casa, y en parte, con la maravillosa educación pública que ofrece Islandia, y que empieza por las guarderías de jornada completa, hasta tal punto que las escuelas privadas son prácticamente inexistentes. “El 99 por ciento de los niños, tanto si sus padres son fontaneros como multimillonarios, acude al sistema estatal”, dice Svafa.

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Svafa no sólo hace propaganda de su antigua firma –que dejó cuando ya no se sintió capaz de soportar el sentimiento de culpa por sus ausencias maternales–, sino que enumera varias de las mayores proezas empresariales que ha logrado su país en los últimos 10 años, un período de expansión en una economía tradicionalmente basada en la pesca. No sólo hay ya bancos islandeses en activo en 20 países; no sólo la empresa Decode, con sede en Reikiavik, es líder mundial en la investigación biotecnológica del genoma; no sólo las firmas islandesas están devorando empresas alimentarias y de telecomunicaciones en el Reino Unido, Escandinavia y el este de Europa, sino que Islandia es el líder mundial en fabricación de prótesis. “¿Ese atleta sudafricano que ha perdido las dos piernas, pero que corre a velocidades olímpicas? Sus piernas artificiales se construyeron aquí”, afirma.

Svafa es una mujer vivaracha con el pelo corto y una mente aguda y llena de humor. Y su despacho es como ella. Espacioso, minimalista (tanto que no tiene ni siquiera una mesa) y moderno, con la limpieza del estilo nórdico; parece más bien un salón, y tiene unas vistas de morirse. Desde una ventana se ven los tejados rojos y verdes, como de Monopoly, de Reikiavik, hasta el puerto pesquero y el mar de color azul oscuro; la otra da a una cadena de montañas bajas y cubiertas de nieve. Es un paisaje bellísimo, pero muy duro para vivir, sobre todo en los mil años que Islandia estuvo habitada antes de que llegaran la electricidad y el motor de combustible. “No sólo hay que ser duro, sino imaginativo para sobrevivir aquí”, dice Svafa. “Si uno no usa la imaginación está acabado; si se queda quieto, se muere.”

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Dagur Eggertson, hasta hace poco alcalde de Reikiavik y con todas las posibilidades de ser futuro primer ministro de Islandia, destaca que lo que ha ocurrido en su país desafía la lógica económica. “En los ochenta y noventa, los teóricos de derechas en Estados Unidos y el Reino Unido decían que el sistema escandinavo era impracticable, que la alta fiscalidad y la alta inversión del Estado en los servicios públicos acabarían matando a la empresa”, dice Dagur, un hombre de 35 años y aspecto juvenil que, como la mayoría de los islandeses, es trabajador y polifacético: además de político es médico. “Sin embargo, aquí estamos, en 2008 –continúa–, y si se fija en los datos económicos, verá que, en estos últimos 12 años, los países escandinavos y nosotros hemos avanzado muchísimo. Algunos lo llaman economía del abejorro: desde el punto de vista científico, aerodinámico, uno no puede figurarse cómo vuela, pero el caso es que lo hace, y muy bien.”

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¿Por qué hay tal abundancia de artistas en Islandia? ¿Qué los impulsa? “Lo hacemos para no volvernos locos”, responde Haraldur, que es alto, nervioso, delgado y divertido, y que tiene unos ojos con la energía concentrada de un rayo láser. ¿Para no volverse locos? “Sí –sonríe–, para mantener alejada a la fiera.” ¿La fiera? “La fiera es Islandia, esta isla en la que vivimos, con su naturaleza aterradora y su tiempo difícil y siempre cambiante. Es el mundo de las pesadillas de Goya: bello, pero grotesco. Esa es la fiera taciturna de Islandia. Vivimos con una fiera invisible. Es la isla, y no podemos escapar de ella. Así que encontramos formas de vivir con ella, de domarla. Yo lo hago mediante mi arte”, dice Haraldur, cuyos intentos de apaciguar al monstruo incluyen también los tres libros que ha escrito. “No hay animales ni árboles. Tenemos que tener una vida interna muy rica para llenar los espacios vacíos, para llenar el silencio con nuestro propio ruido.”

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Si el abejorro vuela, si Islandia es el mejor lugar del mundo para vivir y uno de los más ricos, es por cómo los gobiernos han añadido políticas progresistas y sensatas, como la educativa, a la materia prima humana de la isla, fuerte, pragmática e imaginativa. “Como médico y como político, creo que existe una relación íntima entre la salud del país y la calidad de las decisiones políticas que se toman”, dice Dagur, ex alcalde de Reikiavik. “Hace cien años éramos uno de los países más pobres, pero todos sabíamos leer y teníamos unas mujeres fuertes. A partir de ahí, hemos elaborado políticas sólidas. Lo que quiero decir es que, para la salud de un país, más importantes que no fumar son los fenómenos sociales en los que aquí hacemos hincapié: igualdad, paz, democracia, agua limpia, educación, energía renovable y derechos de la mujer.” z

* El País Semanal.

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Vista de Reikiavik, la capital de Islandia, donde vive más de un tercio de la población del país.
 
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