BRASIL EN EL ARCHIPIéLAGO DE FERNANDO DE NORANHA
La isla de la buena vida
Sin grandes lujos pero muy acogedoras, las playas del archipiélago de Fernando de Noronha están consideradas entre las más hermosas de Brasil. Un paraíso ecológico en medio del mar, a 450 kilómetros de la costa de Recife, donde sólo se permite la entrada de 420 turistas al mismo tiempo. Y para alojarse, una aldea de pescadores que ha abierto sus casas para ofrecer a los visitantes lo mejor de su hospitalidad nordestina.
Por Julián Varsavsky
Fernando de Noronha es una isla habitada por 2400 personas que cuidan la naturaleza en la que viven. Por eso, allí no permiten ingresar a más de 420 turistas al mismo tiempo, lo cual contrasta con la tradicionalmente ruidosa playa brasileña. Pero también es un lugar para disfrutar de ese “clima” propio que crean los brasileños –en especial los nordestinos– a la hora de gozar la vida. En Noronha, naturalmente, nadie sabe lo que es estar apurado. Y en los restaurantes, sus dueños consideran más importante invertir el tiempo en la perfecta preparación de los platos, antes que en servir la comida con la rapidez de un fast-food. Esa bonhomía contagia a cualquier visitante por más malhumorado que sea. Aunque el mozo se demore entre la cocina y la mesa, los comensales suelen festejar con risas y aplausos la tardía llegada de los manjares. Ese es el espíritu que se respira en Fernando de Noronha.
Una esmeralda en el mar Desde la ventanilla del avión, la isla aparece en medio del océano como punto solitario color esmeralda rodeado por un anillo de arenas doradas y un mar azulísimo. Al acercarnos más descubrimos que se trata de un archipiélago con otras 20 islas menores, que son en verdad los picos de una descomunal cadena montañosa de origen volcánico, sumergida a 4000 metros de profundidad.
La mayor parte del archipiélago de Noronha –ubicado a 545 kilómetros de la costa de Recife– ha sido declarada Parque Nacional Marítimo, y se encuentra bajo un estricto régimen de preservación. Por empezar, se cobra una tasa de conservación a cada turista, y la presencia de los guardafaunas a lo largo de esta isla de 17 kilómetros cuadrados es constante. El medio de transporte por excelencia del lugar son los descapotados buggies, que nos esperan ya a la salida del aeropuerto. Queda claro que aquí todo transcurre al aire libre y a pleno sol, y si llueve, pues habrá que mojarse.
Quien desee ir a un shopping, estará en el lugar equivocado. En Noronha el aire que se respira es más bien bohemio, intimista, y sin grandes luces ni alboroto. Las calles empedradas del poblado, que bajan suavemente por la ladera hacia el mar, están casi desiertas la mayor parte del día. Tampoco hay grandes hoteles, sino pequeñas posadas de pescadores atendidas por sus propios dueños, quienes transformaron sus casas para brindar hospitalidad y confort al turista.
Tesoros marinos En tierra firme, la población más numerosa de seres vivos de la isla son las escurridizas lagartijas. A simple vista les siguen los cangrejos –más hacia la costa–, y en tercer lugar están recién los hombres, de quienes hay que cuidar a las otras especies, como las aves migratorias –que llegan desde el Hemisferio Norte– y dos clases de pelícanos. La riqueza de la fauna marítima es el tesoro mejor resguardado del parque, sobre todo las tortugas marinas, que llegan a desovar en las playas, y los gráciles delfines, estrellas indiscutidas en todo el archipiélago. El encuentro con los delfines (o golfinhos rotadores) merece una dedicación especial. Para ello hay que destinar medio día a una excursión en barco por la Baía dos Golfinhos hacia una isla paradisíaca, a cuya playa sólo se llega nadando unos 50 metros desde el barco anclado en las aguas turquesas. Pero esto es sólo el preámbulo de un espectáculo sorprendente que empieza al atardecer, cuando se emprende el regreso. La luz de un sol naranja se refleja sobre el cuerpo de centenares de delfines que afloran de repente en la superficie del agua y un particular brillo plateado aparece y desaparece de manera intermitente entre las suaves olas del mar en calma. El capitán del barco enfila hacia el cardumen y los delfines en vez de huir brindan sus deslumbrantes cabriolas acuáticas: pasan por debajo del barco a toda velocidad, como flechas plateadas; saltan de cuerpo entero afuera de agua, haciendo un tirabuzón en el aire, para caer torpemente como una bolsa de papas, y también saltan de a tres, con una coordinación digna del nado sincronizado de los humanos. La danzade los delfines con cielo naranja de fondo tiene fecha y hora en Noronha: todos los días a las 6 de la mañana y a las 6 de la tarde.
Las playas Básicamente, a Noronha se viene a la playa. Son un total de 16, y además de la fineza de la arena y la transparencia perfecta de sus aguas, el don principal de estos balnearios es la serenidad. Estamos en fin de semana, con el cupo de 420 turistas en la isla al tope, y sin embargo en cada playa hay entre 2 y 10 personas, o incluso nadie, salvo nosotros. Una de las más singulares playas de la isla es Atalaia. Allí hay piscinas naturales, resultado de la bajamar, donde en pequeños estanques de 40 centímetros de profundidad quedan atrapados innumerables peces de colores, morenas e incluso algún cazón (cría de tiburón). Los peces se pueden observar simplemente caminando, con el agua hasta la rodilla, pero todo el mundo llega preparado con su máscara y tubito de snork (se alquilan por día). Los guardaparques descansan vigilantes a un costado, controlando que nadie deprede el aura virginal de esta playa, que tiene el ingreso restringido a pocos turistas (cuando se llena hay que esperar turno). Quienes busquen una playa agreste, muy extensa y ancha, y generalmente desierta, estarán a gusto en Playa do Leao, en cuyas arenas doradas desovan las tortugas marinas. Unos palos clavados en la arena señalan los lugares donde están enterrados los huevos, y de más está decir que nadie debe tocarlos.
Durante el día, la playa se combina con el buceo. La temporada ideal para practicar buceo en Noronha es a partir de junio y hasta diciembre, cuando las aguas de una cálida corriente ecuatorial que atraviesa la zona llegan con una calma particular, formando alrededor de la isla una gran piscina con una visibilidad de 50 metros de profundidad. Esto convierte a Noronha en el mejor lugar de Brasil para la práctica del buceo. Hay tres empresas que ofrecen desde un “bautismo de buceo” para aquellos que nunca se hayan sumergido, hasta una inmersión de 55 metros para observar los restos de una vieja corbeta.
La pousada de Zé-María Hay quienes afirman que los lugares idílicos y aislados cambian el carácter de las personas que van a vivir allí. Otros aseguran que es al revés; que las personas de carácter bohemio, amable y generoso –no casualmente– confluyen en esta clase de paraísos. Pero debates al margen, estos personajes que llevan una vida de placeres, en un lugar sin ruidos ni polución, le transmiten al visitante el sabor que tiene la vida para ellos. Uno de ellos es el posadero Zé-María, un hombre de 50 años con una sonrisa constante en la cara, una gran entrada en la frente, barba recortada y pelo hasta los hombros. Hace ya 15 años que ZéMaría vino a radicarse en la isla. Antes de su cambio de vida, Zé-María era “un comerciante que eventualmente se convertía en pescador”. Ahora los términos se han invertido, y le dedica mayor tiempo a la pesca que a su trabajo de posadero. Pero incluso en su posada, donde también vive, el placer y el trabajo se mezclan, porque Zé-María recibe a los huéspedes con los brazos abiertos en su propio living, como si fuesen sus amigos (la mayoría ya lo son cuando se van). Durante alguna de las noches de la estadía, quizás el visitante asista a una de las grandes comilonas que ZéMaría organiza para sus amigos de la isla y los huéspedes, que se mezclan de inmediato. El evento es de proporciones, y tiene su propia ritualidad. Cuando todos están bien entonados con tragos de frutas tropicales que cada uno mezcla a su gusto en la mesa de las bebidas, suena una campana que llama a todos los invitados a pararse alrededor de una mesa con hojas de plátano como mantel. Encima hay una docena de platos en base a distintas clases de pescado, cocinados por la mano magistral de la cocinera de la posada. Zé-María espera que se haga silencio, y con un tono de sobreactuada solemnidad va describiendo uno a uno los platos, explica el modo de cocción, los ingredientes, la salsa, las especias, y despierta a propósito un apetito desesperante entre los invitados. Luego de agradecera todos por su presencia, los invita a servirse libremente. Cada quien se sienta donde le place; ya sea en los sillones, al aire libre, o directamente algunos comen de pie, conversando con un grupo de amigos, mientras disfrutan de una verdadera bacanal en tierras tropicales.
Una frase de la antología personal de Zé-María cierra la noche: “en Noronha lo relativo es lo único absoluto; todo depende... lo provisorio es definitivo, y lo inusitado es cotidiano”.