Domingo, 1 de junio de 2008 | Hoy
MENDOZA > PUENTE DEL INCA
Historias y leyendas del Puente del Inca, una atracción ineludible en la tierra del sol y del buen vino. Sumergidas en sus doradas formaciones químicas, sobreviven las ruinas del que fuera uno de los hoteles termales más destacados de principios del siglo XX.
Por Pablo Donadio
Era muy doloroso para los fuertes hombres del Imperio Inca ver al hijo del Gran Jefe debatirse entre la vida y la muerte. El joven heredero, víctima de una extraña y sombría enfermedad, se había entregado ya a las sabias manos de los expertos, quienes habían probado diversas curas sin resultado alguno. Fue entonces cuando los sacerdotes le comunicaron al Gran Jefe que sólo quedaba hacer el intento de salvar a su hijo con unas aguas curativas bastante alejadas de la región. El hombre no vaciló, y de inmediato dirigió un grupo de sus mejores guerreros hacia las altas cumbres. Tierra adentro, el grupo se topó con el nacimiento de un río que bajaba de la montaña y corría junto al camino, por lo que decidieron seguir su huella. El curso de las aguas torrenciales levantaba nubes de pequeñas y finísimas gotas que nublaban el sendero, mientras el sonido de la corriente quebraba el silencio imperturbable de la gran cadena montañosa. Ya exhaustos, detrás de un gran pico nevado, encontraron una quebrada en cuyo fondo se introducían brutalmente las aguas. En el lado opuesto yacía el preciado manantial. “Aquí es”, dijo el joven heredero que no había pronunciado palabra en el arduo viaje. El grupo se detuvo y cada uno de los guerreros se miró atemorizado. Si ese era el lugar indicado habría que llegar al otro extremo, algo poco probable aun para esos fuertes hombres.
Después de meditarlo unos segundos, el líder dio la orden y comenzaron a abrazarse unos a otros, hasta formar un impresionante puente humano capaz de resistir la corriente. El Gran Jefe cargó al enfermo en brazos y caminó lentamente por encima de las espaldas sacudidas por la fuerza del agua, hasta llegar a la otra orilla. Ni bien dejó al niño en el manantial, notó el cambio que milagrosamente fue haciendo despertar a su hijo. Aún incrédulo pero feliz, tomó de la mano al niño y volvió su mirada para agradecer a sus fieles hombres cuando, paralizado, vio cómo las aguas terminaban de petrificar sus cuerpos construyendo un monumental arco de piedra...
A LOS PIES DEL GIGANTE Mitos, leyendas e historia entrelazan verdades sobre la curiosa formación geológica del Puente del Inca, sin dudas una postal de cualquier recorrido turístico que incluya la bellísima tierra de los viñedos y del sol radiante.
Custodiado eternamente por el Aconcagua, el Puente del Inca se ubica a 183 kilómetros al noroeste de Mendoza, en el departamento de Luján de Cuyo y en plena Cordillera de los Andes, a 2719 metros sobre el nivel del mar. Tiene 47 metros de largo, unos 28 de ancho y 27 de alto, y está sobre el río Las Cuevas, llamado río Mendoza a partir de allí. Ya en épocas prehispánicas, el lugar era conocido y visitado por las propiedades curativas que se atribuían a sus aguas. Pero a lo largo de la historia el puente también fue utilizado como vía de paso. Hacia fines del siglo XVIII, viajar de Mendoza a Chile era una verdadera aventura que en el mejor de los casos llevaba una semana a lomo de mula. Durante los fríos inviernos, quien intentara cruzar esos suelos helados corría el riesgo de morir congelado. El Puente del Inca constituyó por ese entonces un paso obligado para llegar hasta Las Cuevas (límite con Chile).
LA FUENTE TERMAL Muchas teorías se erigen en torno al origen del Puente del Inca. Las más recientes sostienen que se formó primariamente un puente de hielo en la época post-glacial, y diferentes avalanchas y material sedimentario aportaron material clástico, que se cementó posteriormente con las aguas termales. Otra, sin embargo, señala que la zona era una gran depresión donde el río Cuevas preexistía, y del equilibrio entre el aporte permanente de las aguas termales y las estructuras biominerales dependió, y depende, la supervivencia de este particular monumento natural. Mediciones realizadas recientemente indican que en la formación del puente participaron tanto componentes minerales como biológicos: numerosas colonias de algas verdes, rojas y azules, macro y microscópicas, y aguas termales de elevada salinidad. Pero más allá del pasado y de su formación, y aunque la temperatura en la actualidad es menor (cerca de 34 grados centígrados) que a principios de siglo, el agua termal continúa surgiendo a la superficie. Hoy el puente está protegido por los guardaparques y hay senderos para visitar sus distintas áreas. Por debajo de la formación pueden notarse las fuentes termales y los antiguos baños, parcialmente destruidos y sin posibilidades de uso con servicios. Cerca de allí también se encuentra el área correspondiente al antiguo hotel, del cual sólo quedan algunas ruinas. Pese a este desgaste, dos de las cinco fuentes termales (una en la parte superior y otra bajo el puente), son curiosamente utilizadas para baños a cielo abierto, en lo que se conoce “termalismo salvaje”, el único uso posible del que fuera uno de los centros termales más concurridos del país. En sus inmediaciones hay una hostería con servicios que es utilizada por los amantes del montañismo como base de aclimatación para el desafío de escalar el Aconcagua.
RUINAS DEL HOTEL La Compañía de Hoteles Sudamericanos no hizo caso a los grandes aludes de agua, roca y barro que lavaban en forma constante las montañas, y decidió aportar un atractivo notable a la belleza natural de la zona. El Hotel Termas de Puente del Inca, creado en 1925, representó un verdadero lujo al que asistían las personalidades más importantes de la época. Podía hospedar hasta cien personas y todas las habitaciones contaban con un baño termal.
Allá por el 1900, cuando los gobiernos de la Argentina y Chile resolvieron establecer la paz tras los Pactos de Mayo, muchas crónicas destacaban el rol del hotel en esas simbólicas reuniones. Algunos informes describían: “Desde el hotel se llega al balneario por intermedio de un túnel subterráneo de cuyas paredes brotan numerosas vertientes de aguas termales. Solamente se utilizan los manantiales denominados Mercurio, Venus y Champagne, mientras otras no son usados. El agua surge tumultuosamente de los grifos, sobresaturada de anhídrido carbónico, produciendo una abundante y blanca espuma”.
El hotel tenía características cinco estrellas. Poseía una amplia y moderna cocina, consultorio médico y farmacia, sala de música, cinematógrafo, barbería y peluquería, cancha de tenis, croquet y billar. Servicios de planchado y lavado, panadería, pastelería y luz eléctrica producida por un motor a nafta, completaban el alto nivel de confort. En los alrededores, los más atrevidos aprovechaban la nieve para la práctica de esquí y patinaje, mientras otros disfrutaban de un paseo en trineo o una excursión de alpinismo y cabalgata por el valle de Los Horcones.
Pero la naturaleza ya había advertido sobre su poder y, tras sobrevivir a varias amenazas climáticas que previamente habían dejado inhabilitado en 1934 el servicio del Tren Trasandino (principal vía de transporte), el hotel fue destruido en agosto de 1965 por el devastador alud.
Al construirse la actual RN Nº 7, su trazado se tendió por la orilla norte del río Las Cuevas, lo cual permitió clausurar el acceso de vehículos al puente, a fin de no arriesgar la estabilidad de este verdadero tesoro de la provincia. Aunque el hotel nunca fue rehabilitado, el lugar no deja de ser recorrido por visitantes que se acercan a Mendoza cada año, buscando su belleza y alguna misteriosa historia.
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