AUSTRALIA UN EXóTICO VIAJE EN TREN
En la ruta de los camellos
Sobre el paisaje desolado avanza como una lenta flecha plateada el legendario Ghan, uno de los mitos que aún circulan sobre rieles en el mundo. Este tren que hoy cruza Australia de sur a centro reemplazó, en 1929, a los camellos que montaban los pioneros para explorar las regiones más aisladas del país de los canguros.
Por Graciela Cutuli
En las primeras horas de la tarde, la estación de trenes de Adelaida, una de las principales ciudades del sur de Australia, bulle de agitación. Gente que viene y va comprando mapas, rollos de fotos, acomodando sus últimas cosas en las mochilas en un vaivén incesante que sólo termina cuando, con un fuerte silbido, el tren finalmente se pone en marcha. Este no es un viaje común: es una manera de revivir una aventura en el desierto, la aventura de los pioneros que hace más de un siglo empezaron a explorar las regiones más aisladas de Australia desplazándose trabajosamente a lomos de camello. Está claro que las cosas han cambiado mucho hoy día: a los viajeros les espera un cómodo viaje en tren, y al llegar a destino se encontrarán con una ciudad floreciente en medio de nada más que naturaleza. Pero ninguna comodidad moderna puede borrar la emoción de viajar en el Ghan, los míticos vagones que un día reemplazaron a los legendarios camellos.
Del camello al tren El Ghan comenzó a circular en 1929. Hasta entonces, Alice Springs –una ciudad aislada en el desierto, pero muy visitada por los turistas porque es el punto de partida de las excursiones que visitan Uluru (o Ayers Rock), el gran monolito del centro australiano– sólo estaba conectada con el resto del país a través de líneas de camellos. Pese a la llegada del tren, estos animales –que habían sido importados desde las islas Canarias– no han desaparecido: existen todavía ejemplares salvajes, aunque lo común es verlos en las granjas donde se los cría para las carreras, y donde también se organizan pequeños circuitos a lomos de camello.
El viaje en el Ghan es muy cómodo: el tren cuenta con camarotes dobles perfectamente equipados, baños en cada vagón, un salón de estar con grandes ventanales desde donde se puede ver el atardecer sobre el desierto el día de la partida, y un restaurante que sirve algunas especialidades australianas. En pocas horas, habrá dejado atrás Adelaida para internarse en un paisaje árido, de reminiscencias patagónicas pese al suelo más rojizo. Con los ojos muy atentos, tal vez será posible divisar algo de fauna a través de las ventanillas. A bordo del tren, no faltará quien recuerde su tenaz historia: para construir este ramal, hubo que vencer toda clase de dificultades naturales. De vez en cuando, la crecida de algún río cercano borraba todo el trazado tendido hasta el momento. Otras veces, el intenso calor terminaba en chispas e incendios. Y hasta las termitas se comían felizmente los gruesos durmientes sobre los que se apoyaban las primeras vías...
A la mañana siguiente, el Ghan ya está próximo a Alice Springs. A través de una quebrada, el tren se abre paso hacia la ciudad, donde tienen su sede dos tradicionales instituciones australianas, nacidas por la necesidad que impone la enorme extensión de su territorio: una es la Royal School of the Air, un sistema de difusión escolar vía radio para los chicos que viven en zonas alejadas donde no hay escuelas. La otra son los Royal Flying Doctors, un equipo médico que se desplaza en avión y helicóptero para atender a cualquier habitante o turista.
Alice Springs Esta ciudad es completamente distinta a lo que se haya visto de Australia si sólo se han conocido ciudades importantes como Sydney y Melbourne. Alice Springs es más pequeña, con un centro comercial fácilmente recorrible, y sobre todo se ve que aquí uno ya se va adentrando en territorio nativo: es común ver grupos de aborígenes en todas partes, y hay varias casas que proponen artesanías “certificadas”, como los bumeranes volvedores célebres en todo el mundo, y las bellísimas obras de arte indígena, inconfundibles porque representan, con los colores de la tierra y del desierto, a través de un delicado puntillismo, los mitos de un tiempo eterno. En Alice Springs también hay que aprovechar la oportunidad de comer en alguno de los restaurantes que proponen volver a las raíces y sirven platos autóctonos, exóticos y estimulantes, preparados según recetas tradicionales. Si bien hay lugares similares en otras ciudades, es inevitable sentir aquí una mayor conexión con las raíces aborígenes australianas.
Sea corto o largo el tiempo que se pase en esta ciudad, hay un lugar que –además de Uluru y los otros fenómenos del desierto rojo, como The Olgas– no debe dejar de visitarse. Es el Desert Park, un enorme parque donde se conservan la fauna y la flora del desierto. Sobre una superficie de algunas hectáreas, es posible seguir distintos itinerarios que permiten apreciar flores coloridas y diminutas, otras extrañamente llamativas, inmóviles lagartos y los populares y simpáticos canguros. Todo un mundo a veces oculto se ofrece ante los ojos, y sobre todo un espectáculo difícil de ver en otras partes: los cuidadores del parque han amaestrado aves de rapiña y, manejándolas hábilmente con silbatos, hacen que imponentes águilas, halcones y lechuzas vuelen en torno de un auditorio donde los sorprendidos visitantes no salen de su asombro. Difícilmente se pueda ver en otro lugar, tan de cerca, aves tan salvajes y hermosas como éstas, al alcance de la más sencilla de las lentes fotográficas, pero en total libertad.
Otra alternativa en Alice Springs son las excursiones nocturnas que permiten adentrarse en el descampado bajo la luz de las estrellas: con la excusa de un guiso bien “aussie” precedido de algún bocadillo de canguro, los turistas se reúnen a escuchar canciones country tradicionales y a divisar las estrellas, para muchos de ellos desconocidas, del Hemisferio Sur. Una magia indiscutible gana la atmósfera: sólo se oyen el eco de algunos acordes y el ruido de la noche en el desierto, una imagen que hace pensar nuevamente en los pioneros que alguna vez, a lomo de camello, llegaron a estas tierras y escucharon los mismos sonidos en los mismos paisajes. El tiempo no parece haber pasado, pero al despertar del sueño, ahí, en la estación, estará el tren legendario listo para partir otra vez hacia la civilización.