Domingo, 22 de junio de 2008 | Hoy
DE ALSACIA A AFRICA > VIDA DE ALBERT SCHWEITZER
Albert Schweitzer, hijo de un pastor protestante nacido en un pueblo de Alsacia, fue primero un reconocido músico y especialista en Bach. Pero luego respondió al llamado de su vocación: estudiar medicina y dejar toda su vida anterior para trabajar en el corazón de la selva ecuatorial africana. Un itinerario desde Kaysersberg a Gabón y Lambaréné.
Por Graciela Cutuli
Si hay vidas ejemplares, la de Albert Schweitzer es una de ellas. El Premio Nobel de la Paz que coronó la obra de su vida, en 1965, es sólo una de muchas pruebas forjadas a lo largo de una vida sacrificada y extraordinaria, entre Africa y Europa. La parte más conocida de su historia transcurre en la gran selva ecuatorial africana, a orillas del ancho río Ogooué, en Gabón. Son los años que cuenta la obra de teatro Es medianoche, doctor Schweitzer, luego convertida también en una película. Y son los años que hicieron del doctor Schweitzer una “luz en la selva” que nunca se apaga.
Pero la historia tiene también otra parte, que podría llamarse “Es mediodía, doctor Schweitzer”, y tendría como decorado un tranquilo pueblito de Alsacia, uno de aquellos que parecen salidos de las postales para turistas. Un río de aguas cristalinas que baja de las montañas, una iglesia que domina casas pulcramente florecidas, y estrechas callecitas empedradas. Al borde del cuento de hadas, Kaysersberg es uno más entre los pueblos alsacianos, esa región del este de Francia durante tanto tiempo disputada entre franceses y alemanes. En los antípodas de Africa, no sólo en los mapas, sino en las costumbres, en la cultura y la vida que cualquier persona podría llevar en uno y otro de estos dos capítulos de la misma historia. De Kaysersberg a Lambaréné no hay ruta ni vuelo directo que lleve, sino las vueltas de la vida, o una admiración por la vida y la obra de quien supo convertirse en un modelo para generaciones de médicos.
LA MONTAÑA DEL EMPERADOR Kaysersberg, en alemán “la montaña del Emperador”, se encuentra al pie de las montañas de los Vosgos que bordean todo a lo largo la llanura de Alsacia. No son montañas altas, pero sí lo suficiente como para poner un telón de fondo al pueblo y ocultar el sol al atardecer. En invierno las cumbres se cubren de blanco, dándole al pueblo un aire navideño como de tarjeta, donde se compila en una sola vista toda la atmósfera natalicia que requiere la tradición. En verano, por el contrario, el pueblo parece como sumergido en medio de los verdes. Los bosques que cubren la montaña dejan lugar, a sus pies, a viñedos donde se producen los famosos vinos blancos de Alsacia.
Es en este marco que no cambió mucho durante el siglo XX salvo para modernizarse y hacerse más pulcro todavía, donde nació y vivió durante la primera parte de su vida Albert Schweitzer. La casa natal era el templo protestante del pueblo, ya que su padre era el pastor. Hoy la casa, una construcción a la vez imponente, opulenta y austera en un lugar céntrico de Kaysersberg, fue convertida en un museo. El campanario, modesto, se eleva sobre el techo y recuerda sus funciones primigenias de templo.
En la actualidad las salas fueron convertidas en un museo dedicado a la vida y a la obra del Premio Nobel que se concentra esencialmente sobre su período africano, con muchos recuerdos traídos desde el Gabón y Lambaréné: piraguas, máscaras, objetos de la vida cotidiana en la selva, bustos del doctor y muchas fotos. Entre tantos recuerdos, una pequeña vidriera simboliza su obra de la manera más sencilla y a la vez más emocionante: son su propio estetoscopio, su casco colonial y sus gemelos. El visitante que quiera algún recuerdo o libro sobre el médico tiene que buscarlo en el propio museo, ya que en el pueblo es difícil encontrar algo, como si toda la memoria de su hijo más ilustre se hubiera concentrado sólo en su casa natal. Mientras tanto, Kaysersberg vive sobre todo al ritmo de los viñedos y del turismo, que llega en forma continua gracias a su vecindad con Colmar y Riquewhir.
BACH EN LA SELVA ECUATORIAL Entre Kaysersberg y Lambaréné no hay más hilo conductor que la vida y la obra de Schweitzer. Se pasa así del bosque de los Vosgos a la espesa selva ecuatorial, para adentrarse en un mundo que en 1913 –cuando el médico alsaciano se estableció en Africa– no era del todo conocido para los occidentales. Hoy una pista lleva a Lambaréné desde Libreville, la capital del Gabón, y está en marcha todo un proceso para desarrollar turísticamente la región. Muy lejos de los tiempos de Schweitzer, cuando había que remontar el Ogooué en piraguas, en un viaje que se parecía al de Stanley en el corazón del Congo.
Como surgido de la nada, el viejo hospital todavía está a orillas del río. Los pescadores lo cruzan y saludan la obra de este hombre blanco que atravesó buena parte del globo para enfrentarse a las epidemias y males que azotaban a los pueblos de la gran selva. Recientemente, todo el conjunto del hospital de Schweitzer fue rehabilitado y puesto en valor para convertirlo en un punto de atracción para el turismo. Entretanto, Lambaréné cuenta con un moderno hospital, uno de los mejores centros de salud de toda Africa ecuatorial, heredero de aquel primero levantado por Albert Schweitzer. Pero lo que se visita y lo que emociona, naturalmente, son las viejas instalaciones, con la calle entre las casas donde vivían los enfermos, y aquellos que –una vez curados– decidieron quedarse para trabajar en la obra del doctor. En 2003 se armó aquí un verdadero museo, en la casa misma donde vivía Schweitzer, que parece un eco de aquella tan lejana de Kaysersberg. También es posible pernoctar en las viejas casas, que fueron reacondicionadas para los nuevos visitantes, e ingresar a una sala de proyección para conocer mejor la obra llevada a cabo en Lambaréné. Otro de los lugares imperdibles es la Gran Farmacia, donde fue acondicionado un museo sobre el hospital, que funcionó en las viejas instalaciones de 1913 a 1981, y un jardín botánico para descubrir otra faceta de la personalidad de Schweitzer: el médico alsaciano, hoy sepultado en un pequeño rincón coronado por una cruz, también cultivaba plantas alrededor de su hospital. Al final de esta visita, delante de la humilde cruz, bajo el aplastante calor de la selva, el viajero finalmente ruega que llegue la noche. Y no sólo para traer frescura, sino también para borrar el tiempo y la distancia, dejando filtrar a través de las hojas de los grandes árboles la música de Bach, que el doctor tocaba en la noche, notas que fueron a su vez su vínculo entre dos vidas y entre dos mundos.
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