Domingo, 13 de julio de 2008 | Hoy
EUROPA > CAFéS LITERARIOS
Un itinerario por cafés ligados a la vida de grandes escritores como Dostoievski, Kafka, Lord Byron, Sartre y Pessoa. Entre expresos y capuchinos, un viaje por Roma, París, San Petersburgo, Lisboa, Praga y Venecia. Y en Londres, el pub donde Marx y Engels redactaron los primeros borradores del Manifiesto Comunista.
Por Maribel Herruzo
El escritor vienés Stephan Zweig los definió como los lugares más democráticos del mundo, allí donde por el módico precio de un café “puedes pasar horas discutiendo, escribiendo, jugando a las cartas o consumiendo un número ilimitado de periódicos y revistas”. En la vieja Europa, allá por el siglo XVIII, muchos de los primeros cafés del continente adquirieron el aspecto dieciochesco que mantienen hasta hoy. En su momento fueron el lugar de las discusiones políticas por excelencia, donde se pergeñaron sueños y revoluciones, y muchos personajes históricos definieron el rumbo de incontables procesos políticos.
EL GRECO ROMANO Uno de los primeros cafés europeos fue el Greco –-inaugurado en la Roma del 1760– por donde pasaron desde el exótico Búfalo Bill hasta Goethe, Wagner, Schopenhauer, Andersen, Lord Byron, Mark Twain, Orson Welles, Federico Fellini e incluso el papa León XIII cuando aún era cardenal. Muchos de ellos idearon sus obras en los rincones de este café. Su decoración actual, como su clientela, también es ecléctica: muebles de estilos muy diversos tapizados de color bordó, puertas de madera con vidrios esfumados, y espejos antiguos que devuelven la imagen un tanto deformada. Durante mucho tiempo el café Greco fue punto de referencia para turistas, artistas y literatos que estaban de paso por Roma. Cuentan que durante las guerras napoleónicas, cuando en otros lugares se servían bebidas que eran cualquier cosa menos café –debido a la escasez–, en el Greco se seguía sirviendo el mismo café de calidad pero con dosis más pequeñas en cada taza, dando lugar así al popular expresso.
UN CAFE SARTREANO Si alguna vez hubo un templo cotidiano de la filosofía moderna, ése fue el café Flore en el barrio de Saint-Germain-des-Près, uno de los escenarios más efervescentes de la revuelta parisiense del ‘68. Precisamente ahora, cuando se cumplieron 40 años de aquellos emblemáticos días de mayo, este café sigue siendo una de las coordenadas ineludibles para saborear toda la magia de un café con solera. En el invierno de 1941, Jean-Paul Sartre decidió cambiar la fría habitación de su pensión por una mesa del café de Flore como estudio de trabajo, junto a la estufa, emulando a anteriores escritores que acuciados por el frío o la necesidad de inspiración acudían a los cafés del barrio. Mesas de caoba, espejos, sillas rojas, columnas y gruesas cortinas, conformaban el paisaje con el que Sartre y Simone de Beauvoir se mimetizaban para escribir y dar rienda suelta a sus opiniones. El café aún mantiene su exquisita decoración art déco, aunque hayan menguado los ecos de su intensa vida literaria y la clientela se componga de una pintoresca mezcla de parisienses de éxito con turistas de cámara en mano.
EN MADRID Y SAN PETERSBURGO No en todos los cafés históricos el paso del tiempo y la fama conquistada han dado como resultado un cambio tan brusco de clientela. En Madrid, por ejemplo, el café literario por excelencia de la ciudad es el Gijón, donde aún se sientan aspirantes a escritores, tal vez llamados por lo que pudiera quedar flotando en el aire desde los tiempos de gloria. Fundado en 1888 por el asturiano Gumersindo Gómez, su historia está ligada a las artes, las letras y las tertulias políticas. Es uno de los últimos sobrevivientes de los cafés literarios madrileños, aquellos que nacieron copiando la estética de los parisienses. Su actual propietario sigue sin poner música, porque aquí se viene fundamentalmente a hablar, y cumple la promesa hecha por el segundo propietario, Benigno López –cuando lo adquirió en 1916–, de no cambiarle jamás el nombre. Desde su inauguración –y pese a que estaba lejos del centro– comenzaron a llegar clientes de renombre como Benito Pérez Galdós, y la mayoría de los representantes de la generación del ‘98, que se forjó entre sus paredes. Según el poeta Pedro Beltrán, el lugar era un paraíso para los jóvenes escritores, ya que “por el módico precio de un café tenías a un profesorado espléndido”.
Algunos cafés ni siquiera disimulan su aspiración literaria y la incorporan al nombre, como el Literatúrnoe café de San Petersburgo, muy frecuentado por Alexander Pushkin. Desde allí partió el célebre escritor ruso para batirse en el duelo que acabó con su vida. En el interior del Literatúrnoe hay una escultura tamaño natural de Pushkin sentado a la mesa y escribiendo con seriedad. A este café de la avenida Nevski –ubicado en el primer piso de una bella construcción del año 1815–, también acudían Dostoievski y Lérmontov.
UN PUB LONDINENSE Los pubs son una parte esencial de la vida cotidiana de los británicos. Solamente en Londres hay más de 5000, algunos de los cuales están en funcionamiento desde fines del siglo XVII. El término “pub” surgió en la época victoriana para referirse a las “public house”. En los pubs se han reunido desde hace siglos los grupos de amigos, las parejas de enamorados, elegantes hombres de negocios que cierran un trato con una cerveza y, por supuesto, quienes pretenden cambiar el mundo, como aquella pareja de revoltosos que en 1847 se sentó alrededor de una mesa del pub Red Lion y plasmó allí mismo los primeros esbozos del Manifiesto Comunista. El bar de estilo victoriano donde se reunieron Marx y Engels queda en el corazón del Soho, un barrio histórico del centro de Londres que mantiene parte de su aspecto original del siglo XVIII, cuando fue abandonado por los aristócratas de “sangre azul” que lo habitaban en un principio.
DE LISBOA A VENECIA Existen en el mundo incontables cafés que guardan aún el secreto de los artistas que se refugiaron en ellos: el café A Brassileira de Lisboa, al que acudía puntualmente Fernando Pessoa y cuya escultura frente al establecimiento evoca su recuerdo; en Praga están el Louvre y el Slavia –los favoritos de Kafka–, y el Café Oriente, el único café cubista del mundo. En Viena persiste el Frauenhuber, un café del siglo XVII famoso por haber sido uno de los escenarios donde Wolfgang Amadeus Mozart interpretó algunas de sus obras. Y cómo no mencionar al más antiguo de todos ellos, el café Florian. Abrió sus puertas en 1720 y está ubicado en una de las plazas más hermosas del mundo, la veneciana San Marco. Pese a las periódicas inundaciones que sufre la ciudad, el Florian mantiene la decoración que le ha dado fama, y comparte la plaza con el café el Quadri –inaugurado en 1775–, con una terraza abierta y precios tan prohibitivos como los de su vecino Florian.
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