GRAN BRETAÑA > UNA GIRA MUSICAL
Liverpool, que este año es Capital Europea de la Cultura, sigue siendo en el imaginario global la cuna de los Beatles. Una “gira mágica y misteriosa” se impone por los lugares que John, Paul, George y Ringo convirtieron en patrimonio de toda una generación.
› Por Graciela Cutuli
Sólo los más grandes tienen su meca propia: Graceland para Elvis... y Liverpool para los Beatles. Nada menos que una ciudad entera, que cuando nacieron John, Paul, George y Ringo era poco más que un puerto oscuro y castigado en plena guerra, aunque destinado a convertirse una veintena de años después en la cuna del mito. El lugar de donde salió, en vuelo directo a Nueva York, una de las mayores histerias colectivas del siglo XX: la beatlemanía. Liverpool tiene siglos de historia y un pasado de prósperos intercambios comerciales –a principios del siglo XIX pasaba por su puerto el 40 por ciento del comercio mundial–, pero muchos de los turistas que llegan hoy desdeñan esa parte de su currículum: Liverpool es, sobre todo, ese lugar tan remoto en los mapas como cercano en los corazones, donde esperan Penny Lane, Strawberry Fields o Eleanor Rigby. Todos los días, a las dos de la tarde, un ómnibus amarillo idéntico al de Magical Mystery Tour empieza junto a los antiguos docks de la ciudad su propia gira, tan mágica y misteriosa como cada uno quiera sentirla, hacia el corazón de Beatleland.
“MAGICAL MYSTERY TOUR” ¿Qué clase de turistas emprende esta curiosa peregrinación que, a pesar de las décadas pasadas, sigue saliendo completa todos los días del año, como si todavía fueran los tiempos del flequillo y la guitarra? Heterogéneos, pero apasionados, porque a bordo del ómnibus sólo hay lugar para los que comparten el fanatismo por los Fab Four sin necesidad de explicarlo, ya sea nacido en tiempos del vinilo o del mp3. De todas las edades y colores, aunque en su gran mayoría de habla inglesa (el idioma es indispensable para seguir el recorrido, sobre todo considerando el acento scouse de los guías), a los norteamericanos, australianos e ingleses se les suman italianos, chilenos, mexicanos o japoneses, entre muchos otros de los más raros lugares del mundo. De algún modo se hizo realidad el sueño de John Lennon: un mundo sin fronteras, persiguiendo los sueños creados por un puñado de canciones. El Liverpool beatle es en gran parte suburbano, y es por allí –entre barrios de clase media y barrios obreros– donde pasa gran parte del circuito que recorre los primeros años de la vida de los miembros del grupo. Algunos lugares parecen no haber cambiado nada desde entonces, como detenidos en ese tiempo en que toda una generación crecía al ritmo del merseybeat –el género pop que invadió la Inglaterra de los ‘60– impulsado por los Beatles, pero también por muchas otras bandas que hicieron de Liverpool una usina de nuevos grupos y un motor de la industria musical inglesa. Otros, en cambio, están en plena transformación: Liverpool es este año Capital Europea de la Cultura, y las obras siguen a toda marcha para completar una renovación integral del centro, comenzada pocos años atrás con la intención de modernizar globalmente la cara de la ciudad. Pero no hay que alarmarse: el Liverpool beatle sigue intacto. Sólo hay que subirse al ómnibus del Magical Mystery Tour para emprender dos horas de viaje en el tiempo.
CASAS NATALES A la hora de partir, cada uno con su ticket to ride en la mano, el reloj marca las 14.25: a bordo, sin embargo, el reloj interno está fijado en una hora indefinida de aquellos felices ’60. Los años de un sueño que empezó a terminarse en los ’70 –“The dream is over”, sentenció John Lennon– y murió definitivamente el 8 de diciembre de 1980, en una vereda de Nueva York. Aquella misma noche, miles de personas se concentraron en una triste vigilia en el St. George Hall de Liverpool, frente a la estación de trenes de Lime Street, para despedirse definitivamente de John. A pocos pasos, las siluetas entristecidas del Cine Odeón, donde fue la première de A Hard’s Day Night, y del Empire Theatre, escenario del último show de los Beatles en Liverpool, acompañaban la despedida de una época.
Pero en esta gira el reloj del tiempo no tarda en volver atrás. La primera parada se fija en el 25 de febrero de 1943, frente a una modesta casita roja de ladrillos en una anónima calle sin salida de Wavertree, en las afueras de Liverpool. Es la casa natal de George Harrison, tan discreta como su antiguo ocupante, ya que su dueño actual se negó a la colocación de placas recordatorias. A los visitantes poco les importa: la puerta es escenario de infinitas fotos idénticas, donde sólo cambia la cara del admirador-peregrino de turno. La escena se repite en 251 Menlove Avenue, donde vivió John Lennon junto a la célebre tía Mimi, aquella que le pronosticó un futuro ruinoso si no quitaba sus esperanzas de la guitarra. Entre 1945 y 1963, de los 5 a los 23 años, éste fue el hogar de John en Liverpool: hoy lo recuerda la placa azul que conmemora oficialmente los lugares donde vivieron o trabajaron las grandes personalidades inglesas. Mendips, como se conoce la casa (que hoy pertenece al National Trust británico), fue abierta al público en 2003. El National Trust también es propietario de la antigua casa de la familia McCartney, en 20 Forthlin Road. La casa de Sir Paul, como se lo cita siempre oficialmente en Gran Bretaña, se considera como “el lugar del nacimiento de los Beatles”, ya que allí el jovencísimo grupo compuso y ensayó, a fines de los ‘50, sus primeras canciones. La última casa que queda por visitar es en 9 Madryn Street, donde nació –en 1944– Richard Starkey, en el arte Ringo Starr. En 1944 se mudó con su madre a 10 Admiral Grove, casi enfrente, en el mismo barrio pobre y derruido que no dejaría hasta su mudanza definitiva a Londres, en los primeros ‘60.
DE ELEANOR RIGBY A PENNY LANE Entre una casa y otra se divisa una iglesia de estilo neogótico, St. Peter’s Church, rodeada de un discreto jardín. El lugar es histórico: aquí se conocieron, una tarde de verano de 1957, John Lennon y Paul McCartney. Ese día, Paul fue presentado a John y su grupo, los Quarrymen (formados en las aulas de la Quarry Bank High School, la escuela del joven Lennon, en Allerton, otro suburbio de Liverpool). Además, en el cementerio de la iglesia está la lápida de Eleanor Rigby, que sirvió de inspiración a la canción del álbum Revolver, y la tumba de George, el marido de la tía Mimi.
No muy lejos, a pocas cuadras de la iglesia y a la vuelta de un camino sombreado por una vegetación espesa, el ómnibus del Magical Mystery Tour se detiene frente un muro húmedo con una reja roja. A lo lejos, tras la reja, se ve una mansión antigua y gris, que hoy funciona como un centro de oración. Sobre la pared, las letras toscamente pintadas (y repintadas innumerables veces sobre los graffitis entusiastas de los visitantes) anuncian que este lugar es Strawberry Field, un antiguo orfanato a cuya fiesta anual John Lennon asistía, puntualmente, junto a su tía, y cerca del cual jugaba en su niñez con algunos amigos. Tal vez lo que más impacta es la prodigiosa capacidad de haber hecho de este lugar lúgubre un icono de la música del siglo XX, en una canción entre triste y surreal cuyos acordes parecen contener toda la nostalgia de una infancia abandonada. Cuando escribió la canción, durante una estadía en España para filmar una película, Lennon ya había dejado muy atrás los suburbios de Liverpool, pero también había descubierto que en la histeria de la industria pop no es oro todo lo que reluce: es lo que trasluce su voz, susurrando nuevamente las palabras “Living is easy with eyes closed / Misunderstanding all you see / It’s getting hard to be someone” (“Es fácil vivir con los ojos cerrados, sin entender nada de lo que ves; se está haciendo difícil ser alguien”).
Un par de vueltas más y la siguiente parada es en Penny Lane, esa esquina de azules cielos suburbanos donde John y Paul solían encontrarse para tomar el ómnibus que los llevaba al centro de Liverpool. Penny Lane está, como en los oídos y los ojos de los Beatles, en los oídos y los ojos de millones de personas: varias decenas de ellas llegan cada día sabiendo que ya no quedan los lugares de la canción –el negocio del barbero, el camión de bomberos, el refugio de transporte–, pero igualmente dispuestas a venerar su recuerdo. Los años cambiaron mucho la zona, hasta convertirla en un típico suburbio algo solitario, pero los visitantes no dudan en sacarse incontables fotos junto a los carteles que rezan, sencillamente, “City of Liverpool-Penny Lane”. ¿Será por mucho tiempo? No se sabe, porque tiempo atrás Liverpool propuso quitar los nombres de las calles relacionados con la trata de esclavos, y el Penny en cuestión era un traficante de esclavos del siglo XVIII. El patrimonio beatle, sin embargo, parece imponerse, y probablemente el proyecto será abandonado. Mientras tanto, hay quienes llegan con más intenciones que sacarse fotos: el cartel callejero de Penny Lane fue robado tantas veces que finalmente la ciudad lo sacó, para simplemente pintar el nombre en las paredes. Desde el año pasado, sin embargo, se volvió a poner un cartel especialmente reforzado, más resistente a los admiradores demasiado ansiosos de llevarse a casa un recuerdo tamaño real de los hijos más famosos de Liverpool.
MATHEW STREET Y EL CAVERN CLUB El último plato fuerte de Liverpool es Mathew Street, otro de los lugares que se reivindican como “Birthplace of The Beatles” y algo así como la quintaesencia de la herencia beatle en Liverpool. Es que esta calle, hoy arreglada como atracción turística y por lo tanto muy distinta del clima bohemio y rebelde de los primeros ‘60, es el lugar donde se encuentra el Cavern Club, donde un sorprendido Brian Epstein vio tocar por primera vez a John, John, Paul... y Pete Best. Por entonces, Ringo era todavía el baterista de Rory Storm and The Hurricanes (que también tocaba en el Cavern, como prácticamente todos los grupos de Liverpool de aquellos años). El resto es historia conocida; pero el principio de esa historia es aquella cuyo eco aún se oye en el Cavern, aunque sea una reconstrucción, de la cual a diez metros de la entrada nueva se indica el lugar exacto del acceso original. El Cavern era ni más ni menos que un sótano, antiguamente usado como refugio durante la guerra, donde se había instalado un club de rock: es famosa la decoración de la pared detrás del escenario, inspirada en Mondrian, pero que los grupos creyeron ideal para dejar escritos sus nombres. El resto de la calle es un tributo permanente al grupo, con negocios de souvenirs, retratos y estatuas que los reproducen, más o menos fielmente, por doquier. También por eso Mathew Street es el mejor lugar donde llegar a la noche de este día agitado, dedicado a evocar cada detalle de aquellos primeros años de John, Paul, George y Ringo... all those years ago.
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