BRASIL A > 180 KILOMETROS DE RIO
Como su nombre lo indica, Ilha Grande es una isla con 106 playas a las que sólo se puede llegar a pie o en barco, porque para preservar la naturaleza se prohibieron los autos. Sin bocinas y sin semáforos, es un lugar ideal para unas vacaciones con caminatas y excursiones náuticas, sin estridencias urbanas.
› Por Julián Varsavsky
En Ilha Grande existe una prohibición que, en un mundo tecnologizado, implica entrar a una nueva dimensión: no se permiten autos. Tampoco hay veredas, porque las calles –de arena y algunas de adoquines– son peatonales. Y al no haber discotecas, centros comerciales, bancos, cajeros automáticos, ni edificios, el encanto principal de Ilha Grande es una ausencia: la del ruido de la sociedad moderna. Por eso, la dimensión auditiva de este microuniverso tropical de 192 kilómetros cuadrados se limita a la rompiente de las olas, los susurros del viento entre el follaje, el canto de los pájaros y la voz humana. La excepción son los tres autos que circulan por la isla: una ambulancia y un patrullero –que envejecen sin pena ni gloria–, y un inevitable camión para la basura.
LA MAS CALMA En Ilha Grande no hay grandes hoteles sino agradables pousadas de una o dos plantas a metros del mar, donde siempre atiende el dueño de casa. Y quien desee un poco de movimiento dispone de algunos barcitos bailables con música ao vivo y ambiente informal.
En los meses de verano, la mayoría de los visitantes de Ilha Grande son extranjeros, pero en un fin de semana largo cerca de 15 mil cariocas y paulistas se escapan a disfrutar de sus playas, lo cual altera la calma tropical. Por eso, los meses de temporada baja son ideales para aquellos que buscan paz y tranquilidad. Además, los precios son más bajos, un dato importante en un momento en que el cambio para los argentinos resulta desfavorable.
Cerca de 15 mil argentinos visitan Ilha Grande cada año, atraídos por el encanto de sus playas y también porque para llegar se vuela directamente a Río de Janeiro, sin necesidad de hacer combinaciones aéreas. Desde la cidade maravilhosa hay que recorrer 180 kilómetros por tierra y luego abordar un barco hasta la isla.
UNA PLAYA PARA DOS Entre las perlitas ocultas de Ilha Grande están la Praia do Amor –donde se aparean las estrellas de mar– y Lopes Mendes, la más famosa, a la que se llega en barco o con una caminata de dos horas y media. Lopes Mendes tiene 3 kilómetros de arena blanca y carece de servicios, por lo cual hay que llevar agua y comida. Muchos agregan la tabla de surf, porque sus olas son buenas para este deporte.
Justo frente a la Villa do Abraço, hay una agradable playa a la que se llega simplemente cruzando la calle. Sin embargo, la más frecuentada es Abraozinho, donde se alquilan reposeras y kayaks, y cuenta con tres pequeños restaurantes con mesas sobre la arena. Está a 30 minutos de caminata tranquila desde el pueblo, o a 10 minutos de lancha taxi. Otra playa muy bonita es Praia do Julio, a 15 minutos del pueblo y sin infraestructura, aunque siempre aparece algún vendedor ambulante de bebidas y comidas.
Los extranjeros que visitan Ilha Grande lo hacen generalmente por una semana. Y suelen hacer dos o tres excursiones embarcadas, como por ejemplo a la Laguna Azul. Este paseo se realiza en una scuna –una réplica pequeña de un barco pirata– e incluye una parada en la playa de Gurumixama, una visita al casco original del primer asentamiento blanco de la isla –sólo quedan los restos de una iglesia jesuita de 1846– y un desembarco en la muy pequeña Praia do Amor, en cuyas transparentes aguas pululan estrellas de mar de todos colores. La excursión es ideal para practicar snorkelling.
En la excursión a la playa Dois Rios se agrega una visita a una antigua cárcel en la selva –desactivada en 1994–, donde fueron recluidos presos políticos.
Los buceadores también tienen la diversión asegurada en Ilha Grande, especialmente por los restos del naufragio del navío Pingüino, un carguero de bandera panameña que se hundió en 1966. El casco del navío Pingüino quedó con la cubierta para abajo y se ingresa en él por el puente de comando. También se curiosea por los restos de un helicóptero hundido, además de ver incontables peces de colores, pulpos, morenas, mantarrayas y estrellas de mar. Para los novatos, hay excursiones de bautismo de buceo.
Los amantes del trekking tienen por su parte numerosos senderos que se internan en la mata atlántica –la selva subtropical de Brasil– hasta cascadas de ensueño, o hacer una caminata más exigente hasta la cima del Pico do Papagaio –de 900 metros de altura–, que requiere de un guía y tres horas y media de caminata de ida y otras tantas de vuelta. Otra alternativa es una caminata hasta alguna de las casas de pescadores desperdigadas en la isla, que también ofrecen alojamiento.
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