NEUQUEN > RUTA DEL VINO, MANZANAS Y DINOSAURIOS
En el noreste neuquino, a pocos kilómetros de la capital provincial, una ruta turística combina el viaje al pasado y su riqueza paleontológica con la invitación a descubrir los frutos de la tierra. Entre manzanos y viñedos, un delicioso itinerario en tinto y blanco.
› Por Graciela Cutuli
El nombre de la Patagonia evoca muy distintos paisajes, aunque en el imaginario global tal vez se imponga el de las grandes mesetas semiáridas, extensos desiertos que parecen no tener fin y se estiran hasta el final del mapa entre bosques petrificados, gigantescos glaciares y majestuosos lagos. Sin embargo, en el norte de Neuquén –un poco la “puerta de entrada” a la Patagonia, si alguna entrada tiene la naturaleza– la propuesta tiene un carácter diferente: se trata de seguir una ruta que combina, en pocos kilómetros de distancia (un respiro en los largos tiempos de viaje que siempre requiere el sur argentino), la posibilidad de conocer el circuito de producción de frutas, las tentaciones del vino patagónico y la enorme riqueza paleontológica de esta región. De algún modo, recorrer esta ruta es asistir a la comprobación del enorme esfuerzo realizado en el norte de la Patagonia por los pioneros que, enfrentándose a un clima a veces adverso y a la aridez natural, lograron establecer plantaciones de frutales y transformar el paisaje en un vergel.
AGROTURISMO EN CENTENARIO El punto de partida es la RP 7, que hay que tomar a la salida de Neuquén capital rumbo al oeste, hacia Centenario. El tramo entre ambas ciudades es de sólo 17 kilómetros, pero alcanza para ver las grandes extensiones de frutales que son el sello de este paisaje: sin embargo, este verde no es obra pura de la naturaleza, sino que cuenta con una buena parte de ayuda humana en la forma del Dique Ballester, que en 1915 cambió definitivamente la cara de este sector patagónico. Obra titánica realizada sobre las aguas del río Neuquén, que al unirse con el río Limay forma el río Negro, el canal principal y la red de canales secundarios del Dique Ballester permiten regar más de 60.000 hectáreas de cultivos: así prosperó la producción de manzanas y peras, las mismas que se pueden ver con el sello de la producción argentina en cualquier supermercado europeo.
Pero mucho antes la historia parte de aquí, de la tierra neuquina, y se la puede empezar a conocer en varios de los establecimientos rurales que se volcaron al agroturismo junto a su actividad productiva: es una forma eficaz de crear conciencia y difundir a la vez la forma de trabajo de este oasis patagónico. En el emprendimiento Neucent, que funciona como centro recreativo y granja educativa, se conocen las tareas diarias del campo, los procesos de cultivo y el seguimiento del crecimiento de los árboles, asomándose a ese universo donde la naturaleza se regula según las necesidades de los hombres. En la misma línea de agroturismo se maneja Los Nonos, una chacra de frutales que incluye un pequeño zoológico con animales autóctonos y ofrece a los visitantes iniciarse en el laboreo de una huerta orgánica, la observación de aves, safaris fotográficos, senderos de interpretación y hasta “retiros naturistas”. Es imposible no sentirse atraído, tanto aquí como en la cercana Los Chalets, por la posibilidad de recorrer las plantaciones, en una época del año en que empiezan los preparativos para las cosechas veraniegas: además, en esta propiedad se pueden probar los productos orgánicos elaborados en el lugar y hacer una pausa en la casa de té que atienden los dueños. Finalmente, un último punto de las propuestas de agroturismo es La Pradera, muy elegido para el avistaje de aves pero también para sumarse a las tareas diarias del campo, desde remover la tierra hasta cosechar la fruta. El ojo que se haya entrenado en reconocer una flor de manzano nunca más volverá a confundirla, y el viajero que haya pasado una tarde a la sombra de los perales también sabrá apreciar mejor los cuidados que recibe cada fruta desde que empieza a formarse hasta que, finalmente, llega a la mesa.
RUMBO A LAS BODEGAS Claro que, cuando se trata de frutas, muchos llegan hasta aquí atraídos particularmente por una: aquella tinta o blanca, unida en racimos, que gracias al trabajo cuidadoso de manos expertas termina convirtiéndose en vino, elixir de los dioses y de no pocos humanos. Para avanzar en este itinerario hacia el sector de bodegas es preciso continuar la RP 7 unos treinta kilómetros más, hasta llegar a San Patricio del Chañar: aquí el paisaje ya ha cambiado, y dejando atrás el verde alimentado por el Dique Ballester, el entorno empieza a tomar la aridez más propia de la estepa. A primera vista, no parecen las condiciones ideales: y sin embargo lo son. Lluvias escasas, sólo 200 mm anuales, y una amplitud térmica de unos 20 grados, con temperaturas que oscilan entre los 10 y 20 grados, logran mantener alejadas las plagas que afectan los viñedos y llevar las uvas hacia un proceso de maduración lento, que da por resultado excelentes vinos en una de las regiones más australes del mundo. “Hace ya varias décadas que la Patagonia nos acerca vinos de gran calidad que –como sus pares de otras regiones– ofrecen en cada botella una radiografía del terruño del cual provienen. Un terroir está definido (junto con el suelo) por la altitud, el régimen de lluvias, la cantidad anual de días de insolación y luminosidad, y la amplitud térmica”, comentó a TurismoI12 el periodista especializado en vinos Osvaldo Sánchez Salgado. “El distrito de San Patricio del Chañar cuenta con un viñedo de excepcional sanidad –entre otras variables, por un ecosistema de gran pureza y por la acción de continuos vientos que ventilan las vides–. De esta tierra surgen vinos blancos de gran frescura y cualidades aromáticas, y tintos vigorosos, sanguíneos y de cuerpo pleno”, agrega.
El primer alto es en la Bodega Familia Schroeder. Sus 120 hectáreas están diversificadas en uvas Malbec, Cabernet Sauvignon, Pinot Noir, Chardonnay, Sauvignon Blanc. Más allá de los viñedos, que crecen sobre un suelo franco arenoso y pedregoso, irrigados por goteo con agua de deshielo, hay que dedicarle tiempo al excelente recorrido organizado en los cinco niveles del edificio de la bodega, diseñada para adaptarse al perfil de las bardas circundantes, y que termina con una auténtica sorpresa: es la cava Saurus, un nombre bien significativo en esta región donde se han encontrado increíbles restos de animales prehistóricos. Si en Roma donde se excava aparecen restos del antiguo imperio, aquí se excava y aparecen restos de un mundo mucho más antiguo, poblado de gigantes que compartían una vegetación exuberante y un lejano clima cálido. Uno de ellos, justamente, apareció durante las excavaciones para realizar los cimientos de la bodega: se trata de un titanosaurio, que no sólo le dio nombre a la cava sino también al restaurante de la familia Schroeder, Saurus.
Hablando de tamaños, una de las bodegas más grandes y conocidas, ya que también fue la primera en instalarse en esta parte del sur, es la Bodega del Fin del Mundo, que tiene 870 hectáreas propias y una amplia variedad de uvas: Malbec, Cabernet Sauvignon, Merlot, Pinot Noir, Syrah, Tannat, Cabernet Franc, Chardonnay, Sauvignon Blanc, Semillón y Viognier. La primera cosecha, en 2002, confirmó lo que sus especialistas aseguraban: estas tierras y esta latitud dan un vino de excelente calidad, que logró superar las fronteras patagónicas y argentinas para hacerse un lugar en el mapa vitivinícola internacional.
La parte dedicada al vino de esta ruta turística sigue avanzando, esta vez hacia la Bodega NQN, fundada en 2001 sobre 169 hectáreas (130 de ellas cultivadas con uvas Malbec, Merlot, Cabernet Sauvignon, Pinot Noir, Sauvignon Blanc y Chardonnay): su marca, Malma (“orgullo”, en mapuche), es el resultado de un cuidadoso trabajo que combina las propiedades del paisaje con moderna tecnología de fertilización y riego. También aquí se puede probar in situ las bondades del vino en varias recetas, gracias al Malma Restó Bar, que encabeza el chef Matías Núñez.
Finalmente, last but not least, la Bodega Valle Perdido invita al verdadero lujo en un marco increíble: además de sus instalaciones vitivinícolas, aquí funciona un hotel cinco estrellas y wine resort, cuyo sello de calidad lo pone la red The Small Luxury Hotels of the World. El nombre de la bodega se inspira en la leyenda según la cual hay en la Patagonia un Valle Perdido con una ciudad encantada: un broche de oro perfecto antes de emprender la última etapa, donde hay que dejar atrás los beneficios etílicos para internarse en los misterios del pasado, tras las huellas de los dinosaurios.
HUESOS Y DINOSAURIOS Entre San Patricio del Chañar y Añelo, la ruta ofrece ingresar en un último y fantástico mundo. Basta un simple cartel para prometerlo, situado en la RP 51, donde se lee Centro Paleontológico Lago Barreales. Estas tierras permanecieron intactas durante cientos de miles de años, hasta que al comenzar el siglo XXI –corría febrero del año 2000–- gracias a una serie de excavaciones realizadas en la costa norte del lago, aparecieron los primeros restos de dinosaurios y tortugas. Tiempo después, fue el turno de un saurópodo gigante, cuyos huesos largamente ocultos despertaron de su sueño inmemorial gracias al paciente trabajo de arqueólogos y paleontólogos: el hallazgo le valió al yacimiento del nombre de Futalongko, el nombre mapuche para designar al “jefe de los dinosaurios”. Como la naturaleza hace pacientemente su trabajo, sólo se podía excavar en verano, cuando estas orillas quedaban descubiertas. De este modo, se decidió crear un centro de interpretación a unos 800 metros del lugar de las excavaciones. Allí se pueden ver y tocar los fósiles, una sensación que nadie que viaje por esta región quiere perderse: no todos los días es posible encontrarse frente a uno de estos gigantes “mano a mano”, junto a arqueólogos que explican con propiedad y detalle los secretos de un trabajo fascinante, pero complejo e increíblemente minucioso. Este escenario resulta entonces ideal para un evento que dará que hablar y proyectará aún más la riqueza de la prehistoria neuquina: el Tercer Congreso Latinoamericano de Paleontología, que se realizará del 21 al 25 de septiembre con el aval de las sociedades de Paleontología de la Argentina, Chile, Brasil, México, Estados Unidos y Gran Bretaña.
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