Domingo, 14 de septiembre de 2008 | Hoy
BRASIL > EL ARCHIPIéLAGO FERNANDO DE NORONHA
En pleno océano Atlántico, a 350 kilómetros de la costa nordeste de Brasil, emerge un entramado de islas de belleza inverosímil: el archipiélago Fernando de Noronha, meca del buceo brasileño por el universo multicolor que florece bajo sus cálidas aguas.
Por Pablo Donadio
Ser apenas un punto perdido en el Atlántico, casi imperceptible en cualquier mapa, quizá sea una de sus principales virtudes. Reunir un clima de paz y perenne naturaleza con una diversa gama de actividades turísticas, otra. Y claro que hay más, pero con éstas dos alcanza y sobra para conocer Fernando de Noronha, un nombre que dicho así nomás no suena a Brasil. Sin embargo, basta escuchar su música y el idioma, sentir el alegre clima y ver desfilar las caipirinhas, para darse cuenta claramente de que es una de las piedras preciosas del nordeste brasileño. Sus playas de finas y blancas arenas podrían estar incluidas en cualquier listado premium del Caribe, y su salvaje y visible geografía, con un tapiz de bosques y matas, son albergue para decenas de aves marinas. Para cerrar a todo show, Noro-nha se guarda lo mejor: una invitación al otro mundo que esconde bajo el agua. Ese universo submarino es responsable de que el archipiélago sea considerado el mejor sitio de buceo del país, y uno de los más fascinantes del planeta.
PERDIDA Y FELIZ Así está Noronha, con una ubicación por demás insólita. Conocida también como la Hawai brasileña por los exigentes surfistas que llegan entre noviembre y marzo en busca de sus perfectas olas, la esmeralda del Atlántico también tiene una interesante historia. Dicen que todo comenzó cuando el cartógrafo y navegante italiano Américo Vespucio la “descubrió”, allá por el año 1503. Pero desde ese entonces y hasta el siglo XVIII, fue invadida por ingleses, alemanes y franceses, cuestión que llevó a Portugal a construir más de diez fuertes para resguardar su soberanía. Las ruinas de las construcciones ubicadas en la isla principal aún permanecen en buen estado, y son uno de los muchos atractivos de Noronha. Además el lugar supo ser entre otras cosas una base militar durante la Segunda Guerra Mundial, y esos fuertes y reliquias de aquel tiempo permanecen celosamente cuidados. Más allá de todo, sobre este territorio predomina la calma y lo natural, estable en una suerte de filosofía de conservación ecológica que cada uno de sus dos mil moradores permanentes en la isla mayor sabe transmitir. Esta es la única superficie habitada de todo el archipiélago, y el ingreso de visitantes está regulado para no alterar su ecosistema: sólo se permite la atención de 420 viajeros al mismo tiempo, límite que responde a cuidadosos estudios de impacto ambiental.
El archipiélago tiene origen volcánico. Las islas (con un área total de 26 kilómetros cuadrados) son cumbres altas de una cadena montañosa submarina, con una base a 4000 metros de profundidad. Esta situación de aislamiento ocasionó la nidificación de una gran variedad de especies de aves marinas y migratorias, reforzando aún más su impronta salvaje. Por ser la cumbre de una montaña, la superficie de la isla grande no tiene sectores llanos, a no ser por las 15 playas que la rodean, en su mayoría situadas en el mar do dentro, como llaman los lugareños al sector que mira al Brasil continental.
PRAIAS DE ENSUEÑO A Vila dos Remedios, el pequeño poblado donde se concentran casi todas las posadas, puede llegarse a pie. Aquí funciona la parte céntrica de la “ciudad”, donde se recurre para las compras y demás trámites. Allí están los edificios tradicionales con el sello portugués en la fachada, dispersos entre angostas calles de adoquines, donde pescadores, lugareños y guías de turismo marchan con una calma envidiable.
Desde lo alto de los acantilados la costa regala una vista sublime y las aguas de pronto parecen (y son) verdes, turquesas y azules, y de una claridad asombrosa. Así se suceden las praias Do Cachorro, Da Conceicao, Do Boldró (ya del otro lado del morro Do Pico, punto más alto de la isla), Do Americano, Do Bade, la amplia Cacimba Do Padre y para el final las estrellas del lugar: las bahías Dos Porcos y Do Sancho. La primera está custodiada por los islotes postales Dois Irmaos, y formada por una serie de piletones naturales de aguas verdes. La segunda es una amplia bahía cerrada a pique por un alto acantilado. Ambas, son de una belleza increíble, y el equipo básico de buceo aquí (luneta, snorkel y aletas) es fundamental como el aire que se respira.
Si hay voluntad, se puede recorrer toda la isla a pie por senderos establecidos que atraviesan los morros y unen las distintas playas. Y si existen ganas de levantarse temprano, el espectáculo fantástico y gratuito de Bahía dos Golfinhos será una recompensa ejemplar. Allí decenas de delfines saltando, jugando, parloteando, se muestran sin problemas al público.
Si la caminata fue suficiente en los primeros días de visita, nada mejor que el transporte oficial de Noronha, el buggy, para llegar hasta Mar do Fora. En este otro lado de la isla hay que visitar la playa Do Leao, elegida por las tortugas marinas para desovar, o la bahía Atalaia, donde la marea baja suele formar piletones que encierran centenares de peces y cangrejos.
EL OTRO MUNDO Estrictamente no hace falta saber bucear para disfrutar de las impactantes, increíbles, asombrosas e inolvidables excursiones submarinas. Pero para disfrutar a pleno, hay que bucear lo mejor que se pueda. Por lo tanto, es clave el curso introductorio, algo así como la puerta de entrada al universo subacuático. Más allá de esto, y si el miedo u otras cuestiones no lo permiten, apenas un snorkel y un poco de coraje garantizan fascinantes imágenes. En general los paquetes ya incluyen buceo, pero si no lo hicieran, pueden sumarse estando allí. Por lo general las salidas arrancan por la mañana, previo minicurso para quienes son principiantes o inexpertos. Una vez entendidas las señas y demás cuestiones de seguridad, la embarcación sale del puerto de San Antonio hacia las islas Sela Gineta, Do Meio y Rasa, especiales por la calidad y diversidad de su fauna marina. El momento cobra entonces gran importancia, y sumergirse con tanque de oxígeno (aunque sin necesidad de ponerse traje de neoprene por las cálidas temperaturas) regala una sensación mágica: brillan los corales, aparecen las cuevas, se aproximan los cardúmenes de cientos de peces de colores. Todo, todo, parece un ensueño multicolor.
Dicen los guías que bajo esta agua es posible encontrar trece especies diferentes de corales, que brindan cobijo a esponjas, cangrejos, langostas, morenas, camarones y quien sabe cuánta cosa inverosímil. Para un apartado especial quedan las enormes tortugas marinas (que en nada se parecen a las debiluchas crías que pueden verse en los documentales) al igual que las soberbias rayas. Entre los arrecifes también pueden verse barracudas y algunas especies de tiburones (como el tiburón-gato), de aspecto temible pero aparentemente inofensivo para el hombre.
EL PREMIO FINAL Si el final del viaje pretende ser eso que suele llamarse una “gran despedida”, nada como visitar el sector principal del denominado Parque Nacional Marino, parte de la propia isla, donde se puede nadar en aguas abiertas. El mar aquí es cristalino y visible hasta los 120 pies de profundidad, y aunque parezca demasiado, no es todo: la compañía de alegres y juguetones delfines rotadores podrá coronar aún más la sensación de absoluta libertad. Estos inteligentes animales de casi dos metros de longitud son sumamente curiosos y se trasladan hacia donde buzos y nadadores disfrutan de las aguas. Reserva ecológica y meca del buceo, el parque es fuente de varios proyectos de estudios de comportamiento y reproducción no sólo de delfines, sino también de especies de pájaros migratorios, tiburones y tortugas. Los visitantes que se animen a tirarse y nadar junto a los cetáceos (previo pago de una Tasa Ambiental de Conservación), también podrán gozar de sus acrobacias, presentadas en grupos de manera natural.
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