SANTA CRUZ > EN PUERTO DESEADO, EL MUSEO MARIO BROZOSKI
Una visita a la curiosa muestra donde se exhiben las piezas recuperadas de la corbeta de guerra inglesa “Swift” que naufragó en la Ría Deseado en 1770. Vajilla de porcelana china y loza inglesa, relojes de arena y botellas de ginebra son el testimonio del hundimiento que dio origen al primer equipo de arqueología subacuática del país.
› Por Julián Varsavsky
El 13 de marzo de 1770 a las 6 de la tarde, la corbeta de guerra “His Majesty’s Ship Swift” se vio en aprietos frente a las costas de Puerto Deseado. Venía desde la base que la escuadra naval británica tenía en las Islas Malvinas, cuya soberanía disputaba con franceses y españoles. Un fuerte viento alteró su derrotero exigiendo al máximo el velamen y acercó el barco hasta la costa. Cuando el temporal ya había amainado, el capitán George Farmer optó por recalar en la tranquila boca de la Ría Deseado para descansar un poco luego de tanto traqueteo. Pero al entrar a este fondeadero natural –refugio de los navegantes desde el siglo XVI–, la corbeta “Swift” chocó con una piedra traicionera que en pocos minutos mandó a pique la embarcación. En el naufragio, se ahogaron tres marineros.
Como estaban a 50 metros de la costa, 88 tripulantes pudieron llegar a tierra en los botes salvavidas mientras la nave se hundía en el abismo del mar con absolutamente todo cuanto llevaba a bordo. La situación era desesperante. Se acercaba un crudo invierno y los náufragos casi no tenían alimentos ni ropa de abrigo. La zona estaba deshabitada y apenas contaban con la fauna de los alrededores para alimentarse. Conscientes de que no podían esperar un salvataje, ya que la dotación inglesa en la Islas Malvinas desconocía los acontecimientos, decidieron enviar hacia Puerto Egmont –el punto de partida en las Malvinas– una chalupa de seis remos en busca de ayuda. Un oficial y seis marineros voluntarios se embarcaron en el bote y lograron una verdadera hazaña náutica al cubrir 369 millas en aguas abiertas a la buena de Dios. Atrás había quedado el resto de la tripulación, al abrigo de unas cuevas con la entrada cubierta con los restos del velamen. Un mes más tarde todos fueron rescatados por el navío de guerra “La Favorita”.
TRANCE SUBMARINO La corbeta “Swift” es un hito relativamente importante en la historia de la navegación británica, eje de su colonialismo imperial. Su derrotero se resguarda en los libros y se evoca en el tradicional Museo Naval de Londres, pero el destino concreto del casco y los tres marineros ahogados nunca habían sido una preocupación para nadie. Hasta que en 1975 apareció en Puerto Deseado el mayor retirado del ejército australiano Patrick Rodney Gower, descendiente directo de uno de los náufragos sobrevivientes.
El forastero llegó con el diario personal de su antepasado –escrito en 1803–, cuyas anotaciones permitirían ubicar el lugar exacto del accidente. Pero en Puerto Deseado nadie tenía idea de nada, no sólo de la ubicación del barco sino de la existencia misma del hundimiento. El australiano partió sin lograr su objetivo, pero dejó copia del diario en la ciudad.
Cinco años más tarde, un adolescente inquieto de 16 años llamado Marcelo Rosas asistía a una aburrida clase de matemáticas en el colegio salesiano de la ciudad cuando escuchó la historia que el profesor contó –quizá para atraer la atención de los alumnos– sobre un naufragio en la boca de la Ría Deseado. Al terminar la clase, el joven le preguntó dónde podía encontrar información sobre el tema y el profesor lo remitió a un ex director de Turismo local. Marcelo se obsesionó con la idea de encontrar a “la Swift”. Con la ayuda de un capitán de navío, consiguió una carta de navegación y ambos intentaron dilucidar cuál habría sido el periplo de la corbeta hasta su naufragio. Marcaron un punto hipotético y Marcelo siguió soñando. Pero también aprendió a bucear y, con el apoyo del Club Náutico Capitán Oneto, se lanzó a la exploración con un grupo de amigos. Tenían un indicio concreto en el testimonio del señor Zizich, pescador de la zona quien una vez, al levantar el ancla, había sacado un inesperado trozo de madera. Y fue ahí nomás, a 15 metros de profundidad junto a la roca fatal que se descubre con la bajamar, donde los estudiantes secundarios entraron en trance submarino al encontrar los restos de la corbeta “Swift”, el 4 de febrero de 1982. De inmediato comenzó el segundo “rescate” de la “Swift”, en realidad, el de sus objetos. Los estudiantes no pudieron resistir la tentación de comenzar a trabajar sin la presencia de un arqueólogo. Todos salvo Marcelo Rosas, justamente, quien no quiso bucear nunca más después del descubrimiento, porque junto a los restos del barco había sentido “una sensación muy extraña”.
ARQUEOLOGIA SUBACUATICA Con los resultados de estas primeras inmersiones se creó en 1983 el Museo Mario Brozoski, llamado así en homenaje a uno de aquellos buzos adolescentes que años más tarde murió en un accidente al reparar un barco. En 1997 el Instituto Nacional de Arqueología organizó el primer equipo de arqueología subacuática del país, integrado también por buzos profesionales y un biólogo marino. Y debutaron con la corbeta “Swift”. El nivel de conservación era excelente gracias a la capa de sedimento que protegía el casco. Eso permitió conocer cómo se distribuía la tripulación en las diferentes áreas del barco: los oficiales de alto rango en la popa y los marineros en el resto. Y encontrar en el intacto camarote del capitán Farmer un impecable reloj de arena, vajilla de porcelana china y loza inglesa, muebles, copas y botellas de ginebra con fina manufactura.
El equipo arqueológico también descubrió los restos óseos de un marino inglés. Ahora están sepultados en el Cementerio Británico de Chacarita, en una tumba sin nombre.
Uno de los hallazgos más curiosos fue el de un huevo de pingüino dentro de un vaso de vidrio, 228 años después del naufragio. Además se encontraron semillas de mostaza y granos de pimienta, elementos “de lujo” que, según los inventarios de la época, no formaban parte de las provisiones que la armada inglesa otorgaba a sus tripulaciones. Pero también existe en Londres una carta del capitán Farmer expresando su deseo de llevar mostaza al viaje, lo cual permite inducir que el jefe de la nave se las ingenió para infringir las reglas. Lo que no hay forma efectiva de saber es si el capitán compartió los granos de mostaza o se los guardó para él y la oficialidad.
El equipo submarino, junto con un arquitecto experto en construcción de barcos, identificó las características de la corbeta: 28 metros de eslora, 8 de manga, una arboladura de tres palos, catorce cañones y doce pedreros. Y se concluyó que era una nave pequeña diseñada para cumplir tareas de patrullaje y exploración, o de escolta de buques mercantes.
Las investigaciones continúan hasta hoy con nuevas inmersiones y con la búsqueda de los restos del campamento de los náufragos en las costas cercanas. También se utilizan detectores de metales para identificar posibles restos de armas y elementos de acampe permanente, ya que una de las hipótesis sugiere que la tripulación de la corbeta “Swift” podría haber tenido la secreta misión de crear una punta de playa fija en la Patagonia.
El Museo Municipal Mario Brozoski está en las calles Colón y Belgrano, Puerto Deseado. Tel.: 0297-4872155 [email protected]
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