FINLANDIA > EL ARCHIPIéLAGO DE TURKU
Un complejo laberinto de agua entre 20.000 islas e islotes al sur de Finlandia, en el mar Báltico, allí donde el verano modela largos días de luz y colores puros. Crónica de unas vacaciones nórdicas con sosegadas jornadas de paseos por bosques de abedules, excursiones náuticas y sesiones del tradicional sauna de humo.
› Por Maribel Herruzo
Nunca antes había oído hablar de este rincón del planeta, tal vez porque lo más conocido de Finlandia sean las bellas y esquivas auroras boreales del invierno, los renos, sus bosques de abedules y lagos. Y los samis, los últimos aborígenes europeos. Sin embargo, después de visitar Turku un nombre sencillo de recordar para un idioma complicado–, parece imposible haber ignorado por tanto tiempo su existencia.
En pleno mar Báltico, al sur de Finlandia, Turku se extiende en un territorio de 20.000 islas e islotes de naturaleza virgen. Fundada sobre el río Aura en 1229, la capital de Turku –del mismo nombre–, es la ciudad más antigua de Finlandia. Está en la puerta de entrada al archipiélago, que en verano se convierte en el destino preferido para muchos finlandeses. Allí realizan paseos sin prisas por la orilla del río aprovechando las ilimitadas horas de luz que ofrece el verano finlandés. Con el calor estival, la gente se tumba en el césped, pasea en bicicleta o sube a los barcos que, atracados en la orilla, sirven cerveza o la bebida nacional, una especie de vodka algo más suave llamado koskenkorva.
BARES, MUSEOS Y MERCADOS Los finlandeses hacen gala de su singularidad, y tal vez por ello en Turku los bares más emblemáticos sean aquellos que alguna vez fueron botica, banco, escuela o urinario público. Y aunque a mí se me haga extraño salir de noche cuando aún es de día, las calles del centro están repletas de jóvenes en busca de la penúltima copa. Turku es conocida como “capital finlandesa de la cerveza”, pues su elaboración es una de las tradiciones más antiguas de la ciudad. Y para degustarla se han reinventado espacios que hoy forman parte de una especie de tour para cerveceros empedernidos. La ruta comienza en Koulu (el cole), una antigua escuela de chicas que hoy es la mayor cervecería de Finlandia, y sigue en Pankki (el viejo banco), uno de los más populares por servir cerveza de todos los continentes. Cruzando el río Aura se llega a Apteekki (la farmacia nueva), el pub pionero de la ciudad. Y al final del recorrido encontramos el Puutorin Vessa (el retrete), antigua sede de unos urinarios públicos, que fueron reconstruidos y están entre los más divertidos de la ciudad.
El barrio suburbano de Luostarinmäki es lo único que quedó de la ciudad antigua tras el incendio que la arrasó en 1827. Las casas de madera del resto de la ciudad fueron reducidas a cenizas, excepto en este barrio, donde años más tarde se instaló un extenso museo al aire libre. Allí los artesanos siguen reproduciendo objetos de otros tiempos. Entro en las casas sin llamar porque las puertas están abiertas de par en par y encuentro mujeres vestidas de negro con cofias blancas, hilando, tejiendo, lavando o preparando algún plato en cocinas de carbón, No hay vehículos en sus calles sin asfaltar. Aunque el tiempo parece detenido, la vida fluye.
EL LABERINTO DE ISLAS Turku es un puzzle difícil de armar. Sin embargo, la mayoría de las islas están tan cercanas entre sí que es suficiente una corta travesía en ferry para pasar de una a otra. A veces basta con cruzar un puente. Alrededor de la isla Rymättylä –una de las mayores– hay casi 200 islotes.
Una de las noches soleadas del mes de junio dormí en el Paraíso. No es un juego de palabras, porque Paraíso es una pequeña isla que resume todo lo que el archipiélago ofrece: naturaleza, tranquilidad, bosques, agua y saunas.
Nadie se puede marchar de Finlandia sin probar uno de los signos de identidad más arraigados: el sauna de humo, tradicional, el de verdad, que requiere de unas cuantas horas para calentarse y sólo un poco de valor para lanzarse después a las frías aguas del Báltico, tranquilas como un lago.
No hay que buscar mucho, en cualquier rincón de Finlandia hay una cabaña de madera con un sauna esperando, un auténtico lugar de reunión para los finlandeses, hombres y mujeres que conversan y ríen mientras se golpean el cuerpo con ramilletes de hojas de abedul. Sin prisas, porque el atardecer es casi eterno en cualquiera de estos parajes y las horas transcurren plácidas paseando a pie o en bicicleta entre los bosques de abedules y abetos y descansando a orillas del mar.
Las islas se pueden recorrer con auto, bicicleta o los numerosos ferries que navegan por el archipiélago, de isla a isla. Yo seguí la ruta de Rymättylä a Airismaa, de ahí a Nagu y más tarde a Korpo, para llegar a Houtskär, uno de los puntos más alejados de tierra firme. De ahí continuamos hacia Iniö, trazando la circunferencia que conduce de nuevo a Turku. De Iniö un salto nos llevó a Velkuanmaa y Velkua, la última isla antes de regresar a Rymättylä. En el camino me topé con hermosos bosques, pequeños cafés, centenarias iglesias de madera, cabañas pintadas de rojo, pueblitos de pescadores, jardines floridos, ciclistas y senderos. Y rodeando todo, agua y más agua en un laberinto acuático por donde es posible perderse, bogando en canoas o kayaks bajo el sol de la medianoche.
COLOR PASTEL Cerrando el círculo de la ruta llego a Naantali, muy cerca de Turku y de nuevo en tierra firme. Este es uno de los lugares de veraneo más populares en Finlandia, tanto que la presidenta del país tiene una casa en las proximidades, en Kultaranta, cuyo magnífico jardín puede visitarse en verano. Esta próspera ciudad fundada en 1443 recibió un importante impulso después de la II Guerra Mundial, cuando accedió a una industrialización que, sin embargo, es invisible a los ojos de los visitantes. Las sabias decisiones tomadas en el pasado determinaron que lo más importante era respetar el barrio antiguo, el balneario y cuidar de su privilegiado entorno. Naantali conserva el aire de esos pueblos pintorescos que no dejan de vivir su vida aunque reciba visitantes de todo el país, gracias a sus centenarios edificios de madera pintada con colores pastel, un puerto muy activo y una iglesia donde se programan conciertos de música clásica.
Muy cerca de la ciudad, en una pequeña isla, está El mundo de los Moomin, uno de los parques temáticos más famosos del mundo, una especie de Disneylandia que sustituye a Mickey y a Donald por unos personajes afables y orondos a los que no se puede identificar con animal alguno, pero que los niños adoran de inmediato.
Los finlandeses, tranquilos, amables y muy respetuosos con el medio ambiente, saben que gran parte de su riqueza reside en la propia naturaleza que los rodea, y por ello la cuidan y esperan que quienes se acerquen a ella la cuiden de igual forma.
Informe: Julián Varsavsky.
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