SANTA CRUZ > CUEVA DE LA MANOS
Crónica de una excursión a pie desde la estancia Casa de Piedra, recorriendo el cañadón del río Pinturas, hasta las famosas cuevas. Este valioso sitio guarda las manifestaciones artísticas de los grupos pretehuelches que habitaron la zona hace más de 9000 años.
› Por Mariana Lafont
Salimos una mañana temprano de la localidad de Perito Moreno (ubicada al noroeste de la provincia de Santa Cruz) y tomamos la RN 40 rumbo al sur. Recién empezaba a clarear, el cielo tenía un tono rosado y a un lado de la ruta estaba la luna y al otro el sol asomando. La estepa estaba salpicada de nieve y tanto el pavimento como el ripio de la RN 40 estaban impecables. Los primeros 50 kilómetros de asfalto se inauguraron hace sólo un par de años y aún queda mucho por hacer para terminar de pavimentar la mítica ruta que une Argentina de norte a sur.
Mi acompañante era Marcelo Allochis, guía oficial de Cueva de las Manos desde el año 2002 y actual coordinador del sitio arqueológico. Desde Perito Moreno debíamos recorrer 75 km hasta Casa de Piedra, la estancia desde donde haríamos la caminata a las cuevas. A nuestra derecha se veía el comienzo de la Meseta del Lago Buenos Aires, cuya altura mínima es de 1200 metros y la máxima es de 2700. Luego pasamos por la conocida estancia Telken, que durante años fue atendida en forma personalizada por los Nauta. Sin embargo, hace pocos meses esta estancia turística fue vendida, ya que el matrimonio era demasiado mayor para llevarla adelante.
Entre tanto, manadas de guanacos se alejaban rápidamente al vernos pasar. Según explicaba Marcelo, la población mundial actual de este animal ha ascendido a 500.000 ejemplares, de los cuales el 80 por ciento se encuentra en la Patagonia. No terminó de explicar esto cuando, en plena estepa desierta, vimos una mano que nos saludaba. Era Carlos Inostrosa, cuidador del obrador de la ruta 40, quien anteriormente custodió durante 18 años la Cueva de las Manos y, sin quererlo, se convirtió en el primer guía del sitio.
DENTRO DEL CAÑADON Poco antes de llegar a la estancia turística Casa de Piedra nos encontramos con un río Ecker congelado, lo cruzamos e hicimos 12 km más por un camino interno hasta un punto panorámico. Desde allí se veía la estepa soleada y, en sombra, el abrupto cañadón del río Pinturas (originado a partir de una profunda falla geológica). Por allí debíamos descender e internarnos hasta llegar a las cuevas. Dos carteles de chapa indicaban el comienzo de la picada hacia el cañadón, uno decía “Cueva de las Manos” y el otro simplemente deseaba “Suerte”. Este último me asustó un poco, ¿sería dura la caminata? Pero ya no había marcha atrás y sabía que no me arrepentiría. Si bien este camino era más esforzado (y exigía andar un poco más), lo interesante fue que la travesía comenzó en la estepa, luego descendimos al profundo cañadón y a medida que avanzábamos nos adentrábamos en el paisaje y la emoción iba in crescendo.
Una vez dentro del cañadón comenzamos a caminar paralelo al río con los grandes farallones a los costados. El zigzagueante río Pinturas nace a la altura del cerro Puntudo, en la meseta del lago Buenos Aires, luego se convierte en afluente del río Deseado y finalmente desemboca en el Océano Atlántico. Nuestro ángulo de visión había cambiado completamente y el contraste con la estepa era impresionante, ya que aquí había sauces, arbustos de calafate y algunos álamos. A ambos lados de la picada vimos restos de ovejas que llamaron mi atención. Inocentemente pregunté quién las había matado y mi guía simplemente dijo: “pumas”. Un escalofrío corrió por mi espalda y seguí marchando.
A mitad de camino vimos una solitaria construcción de piedra a orillas del río. Marcelo me explicó que la casa había sido construida en 1910 y que era parte de la antigua estancia Alto Río Pinturas fundada por un viejo yugoslavo que, de un día para el otro, desapareció sin dejar rastro. Algunos sostienen que este antiguo poblador debía tener conocimiento de las pinturas; sin embargo, no fue él quien avisó que existía semejante tesoro. Al cabo de una hora y veinte de marcha (aunque lo usual es tardar dos horas) vimos el Centro de Interpretación y la pasarela que conducía a las cuevas. ¡Ya estábamos cerca!
LAS CUEVAS Luego de unos mates y un breve pero merecido descanso nos encaminamos a la pasarela que llevaba a los aleros. Mientras tanto Marcelo me explicaba que la zona del río Pinturas (con sus aleros y cuevas) es una región única dentro de la meseta patagónica, ya que alberga una de las más antiguas y hermosas manifestaciones artísticas de los grupos cazadores que habitaron el área. Visitar las cuevas es hacer un viaje al pasado remoto para observar los mismos colores y formas del paisaje que veían aquellos antepasados. Basta observar las pinturas para comprender el espíritu de estos antiguos habitantes de la Patagonia y su íntima relación con la naturaleza. El alero principal tiene 10 metros de alto, 15 de ancho y 24 de profundidad. Este tipo de formaciones rocosas facilitaron la preservación de las pinturas rupestres porque las protegían de los fuertes vientos patagónicos y de otros factores climáticos. Este valioso sitio guarda las manifestaciones artísticas de los grupos pretehuelches que habitaron la zona hace más de 9000 años. Y por eso fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco y Monumento Histórico Nacional por el Congreso de la Nación.
El conjunto de pinturas rupestres está clasificado por motivos estilísticos y períodos de ejecución y cada grupo estilístico revela un nivel cultural diferente. El primero tiene 9300 años y se caracteriza por la presencia de negativos de manos y escenas de caza con participación de representaciones humanas y de guanacos (elemento principal de la dieta de los nativos). El segundo grupo tiene 3300 años y en este caso se registra una pérdida de dinamismo en las escenas con figuras de guanacos más estáticos y concentración de negativos de manos (del total de más de 800 manos, el 70 por ciento corresponde a manos izquierdas). Por último, en el tercer grupo se aprecian figuras humanas esquemáticas, manos blancas sobre base roja y algunos motivos geométricos que parecen ser las últimas manifestaciones rupestres.
Mientras observábamos la roca comprobamos que los tonos predominantes eran el rojo, negro, blanco, rojo violáceo, amarillo y, en raras ocasiones, el verde. Según los estudios realizados, las pinturas eran preparadas con pigmentos minerales y mezcladas con algún fluido que facilitaba su aplicación. Varias teorías afirman que la pintura posiblemente se aplicaba con hisopos, pinceles y con los dedos. Un dato muy interesante es el supuesto método utilizado para hacer los negativos de las manos. Se cree que usaban tubos de hueso (hallados en los niveles más antiguos de excavación) y que a través de este instrumento expulsaban el pigmento ya preparado en la boca sobre la mano apoyada en la roca. Después de ver todas las pinturas continuamos más allá de la pasarela hasta un punto panorámico desde donde se veía el cañadón en toda su amplitud. Disfrutamos el profundo silencio que este mágico lugar nos regalaba y decidimos emprender el regreso.
Las primeras noticias sobre la cuenca del río Pinturas surgieron en 1881 con el relato del viajero inglés George Musters, quien acompañó a un grupo de tehuelches meridionales en una extensa travesía desde Punta Arenas (Chile) hasta Carmen de Patagones. Luego, en 1904, el italiano (y posterior director del Zoológico de Buenos Aires) Clemente Onelli pasó por allí trabajando para la Comisión de Límites Internacionales. Recién en 1941 surgió el interés científico por las cuevas a raíz de las referencias hechas por el padre De Agostini, infatigable viajero de la Patagonia.
A comienzos de los ’70, y con aquellos antecedentes, Carlos Gradín inició una labor de investigación arqueológica que duró más de treinta años, a la que en 1972 se sumaron los arqueólogos Aschero y Aguerre. Todos los estudios coinciden en que la importancia de estas pinturas es el haber permitido conocer el modo de vida de aquellos antepasados que utilizaron el cañadón como medio de protección a lo largo de miles de años. Lamentablemente hay varias empresas mineras trabajando en la zona, por lo cual se quiere declarar el cañadón área protegida para extremar los cuidados de tan valioso tesoro.
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