BRASIL > EN LA COSTA DEL DESCUBRIMIENTO
Desde Santo André hasta Caraiva, pasando por Porto Seguro, Arraial d’Ajuda, Trancoso y Espelho, un viaje a la costa donde nació Brasil. Música, baile y seducción en playas a pura fiesta, o paz y tranquilidad en los rincones más apartados del litoral nordestino.
› Por Julián Varsavsky
Los bahianos tienen una facilidad asombrosa para la amistad y están siempre predispuestos a conversar con cualquier desconocido. Viven a su propio ritmo, sin apuro ni preocupaciones aparentes, y hasta se dice que hay un horario normal y otro con los minutos más largos: el bahiano. Hablan a los gritos de vereda a vereda y gozan de un contagioso espíritu festivo. Con el baile a flor de piel, sacuden el cuerpo todo el tiempo y todos llevan a deus na cabeça e o diabo na cintura. Y por sobre todas las cosas rigen los códigos de la informalidad. Años atrás, un intendente de Porto Seguro desató una polémica en todo Brasil al recibir al presidente luciendo una florida sunga. El tal Joao –que se hizo popular de una punta a la otra del mapa– consideró que su malla tropical era etiqueta suficiente para agasajar a la máxima autoridad nacional. Y así lo hizo, tal como lo hacía en su trabajo cotidiano.
Ese espíritu bahiano y los 80 kilómetros de playa desde Porto Seguro hasta Caraiva –La Costa del Descubrimiento, por donde entraron los portugueses– son la combinación explosiva que desde hace ya casi dos décadas atrae a millares de argentinos y brasileños por año, en especial en verano, cuando la zona literalmente hierve de gente, fiesta y diversión a la brasileña.
SANTO ANDRE En la Costa del Descubrimiento, cada playa tiene un pueblo atrás –hasta hace pocos lustros eran villas exclusivamente de pescadores–-, donde se fueron instalando las posadas turísticas que dieron impulso a la zona. Algunos de esos pueblos crecieron hasta extremos asombrosos. Tal es el caso de Porto Seguro, una ciudad que ya es puramente turística. Otros, como Santo André –la primera playa importante de la Costa del Descubrimiento–, están muy lejos de semejante desarrollo. A esta villa se llega cruzando en balsa el río Joao do Tiba. Santo André es una de las playas menos conocidas de la región. Y por lo tanto menos masiva también. La eligen para alojarse aquellos que buscan mayor tranquilidad, aunque hay que tener en cuenta que en el mes de enero esa palabra es un poco relativa. La mayoría de las posadas y hoteles están a orillas del mar y disponen de kayaks y tablas de windsurf para los huéspedes. Y en la playa principal hay una ensenada que se forma por la desembocadura del río, con bancos de arena que sobresalen en las aguas de poca profundidad.
Desde Santo André se realiza una excursión en lancha por el río para internarse –como en una novela de Jorge Amado– en el mundo del cacao. Navegando una media hora río adentro a toda velocidad, se llega a una plantación de cacao donde los mismos agricultores muestran el proceso para obtenerlo. Luego se sigue hasta un denso y fantasmagórico manglar con extraños árboles cuyas raíces aéreas bajan desde las copas hasta sus pies, para sumergirse en el agua. Y sobre ellos caminan y se escabullen millares de cangrejos rojos.
CARAIVA Y ESPELHO En el extremo sur de la Costa del Descubrimiento está la villa de Caraiva, cuya particularidad es que sólo se puede llegar allí en lancha o canoa. No hay por lo tanto autos, tampoco luz eléctrica. Pero no es exactamente una isla, ya que por un lado tiene al río Cariava, por el otro al mar y atrás el selvático Parque Nacional Monte Pascoal.
A pesar de la rusticidad típica de Caraiva, las posadas tienen luz eléctrica por paneles solares o generador. Y, gracias al aislamiento, la tranquilidad es el don más preciado de Caraiva, incluso en enero. Las angostas calles son de arena y una de las excursiones que todos los visitantes hacen es a la vecina aldea indígena Pataxó, a la cual se puede llegar en canoa, a pie o a caballo.
Comenzando a subir de sur a norte por la Costa del Descubrimiento, la siguiente playa es Espelho, menos aislada que la anterior, pero con apenas seis posadas muy alejadas de los lugares más masivos de la región. Los caminos de tierra son una especie de barrera física para esta playa de seis kilómetros de largo, donde en enero puede haber un máximo de 400 personas. Y si bien 400 personas en una gran playa ya es poco, antes del atardecer alrededor de la mitad de ellas se retira a las otras playas de la región, donde están alojadas. Y si de tranquilidad se trata, aun en las “horas pico” se puede salir a caminar por la costa unos pocos kilómetros hacia la derecha o a la izquierda y tener a disposición un edén de arenas de oro con aguas turquesa sólo para dos.
Praia do Espelho no es por cierto una playa económica, ya que su tranquilidad es muy valorada y las posadas, escasas. Los únicos restaurantes son los del mismo lugar donde uno se aloja y los menús por lo general no están escritos, ya que dependen de la pesca del día. En verdad hay un restaurante, pero un poco particular: es “el de Silvina” –ése es su nombre extraoficial, porque oficial no tiene–, adonde se llega cruzando una lagunita con el agua hasta las rodillas. El menú lo elige Silvina “leyendo” la mirada del visitante. El resultado puede ser comida tailandesa, hindú o bahiana. Hay que llamar de antemano por teléfono (9985-4157) y ni bien el cliente llega Silvina “capta” si hay “buena energía” entre cocinera y comensal, y si resulta que no la hay, amablemente dará a entender que ese día decidió no cocinar. El singular método funciona desde hace 27 años.
PORTO SEGURO La playa de Porto Seguro es la más grande, masiva y ruidosa de la región. Y en eso está su encanto para quienes la eligen. Tiene varias barracas de playa que son como grandes discotecas al aire libre con escenarios, donde todo el tiempo hay música en vivo y mucho baile de axé. Y además hay una agitadísima vida nocturna, con fiestas que se realizan en esas mismas barracas junto al mar. Pero previo a esa salida es casi obligatorio un paso por la passarella do alcohol, una larga peatonal donde a partir de las 20 se da cita todo el mundo para beber justamente tragos fuertes como capetas, caipirinhas o caipiroscas en coloridos puestos callejeros instalados entre casas coloniales y negocios de venta de ropa y artesanías.
El boom del turismo en Porto Seguro dejó de lado a los pueblos originarios de la región. Algunos empresarios inmobiliarios pretendieron quedarse con sus tierras, pero no lograron plenamente su objetivo. Una lucha de 10 años le permitió a una comunidad pataxó recuperar 682 hectáreas a la altura de la playa de Coroa Vermelha, como se llama también el pueblo pataxó urbanizado con unos 6 mil habitantes.
Selva adentro, a pocos kilómetros de la playa, existe una aldea pataxó a la antigua, abierta hoy a los visitantes. Esta es la forma que eligieron ellos para integrarse al turismo –que es una realidad inevitable ya–, recibiendo al menos una parte del flujo de ingresos y mostrando al mismo tiempo con orgullo su cultura.
El cacique de la aldea cuenta a los turistas que hasta los 12 años vivió en la selva sin contacto con el hombre blanco. Y que entre sus costumbres más singulares está el hecho de que en su cultura no se concibe la separación del matrimonio. Además, antes de casarse el hombre tiene que levantar un tronco del peso de su mujer, señal de que la podrá salvar ante una emergencia. Durante el recorrido por la aldea de casas de barro con techo de fibra vegetal se observa un baile ceremonial, se prueba comida tradicional en base a pescado y al visitante que tenga ganas le pintan la cara de acuerdo con la simbología pataxó, una para los hombres y otra para las mujeres. Por último, una integrante de la comunidad explica que actualmente hay unas 245 etnias aborígenes en Brasil –previo a la conquista hubo alrededor de un millar de lenguas– y que los pataxós sobrevivieron al exterminio de 8 millones de indios gracias a que eran nómadas.
ARRAIAL D’AJUDA Cruzando el río Buranhem –que se atraviesa en diez minutos de balsa desde Porto Seguro–, hay otra aldea de pescadores que comenzó a cambiar cuando en 1972 unos 300 hippies la eligieron como morada. Ahora, muchos ex hippies y también ex yuppies paulistas han instalado hermosas posadas rodeadas por la naturaleza, manteniendo un poco la tranquila bohemia perdida en la bullanguera Porto Seguro.
Arraial d’Ajuda está entre Porto Seguro y Trancoso, y no sólo en un sentido geográfico sino también por su perfil de público. No es tan masiva como la primera, ni tan exclusiva y tranquila como la segunda. Por otro lado, es esencialmente cosmopolita, ya que en sus calles se oyen muchas lenguas europeas y toda clase de acentos brasileños.
El pueblo se caracteriza por los barcitos donde se toca en vivo mucho reggae, forró, MPB y algo de rock & roll, en lugar del a veces reiterativo axé para adolescentes de Porto Seguro. A Arraial, por ejemplo, se dice que van las personas mayores de 25 años. Y a partir de esa edad ya no hay muchos límites.
PAZ Y AMOR Trancoso es otro pueblo alcanzado por el “tsunami” turístico surgido en Porto Seguro. El proceso fue más o menos el mismo, pero finalmente este balneario adquirió su propio perfil, ya que no dejó de ser un pueblo y al mismo tiempo se convirtió en un reducto exclusivo de artistas y gente de dinero de las grandes ciudades brasileñas.
A lo largo de casi cuatro siglos fue un apacible pueblito colonial que todavía conserva una muestra de las viviendas originales de adobe, hoy pintadas con vivos colores. Las casas se despliegan en dos hileras paralelas formando parte del famoso “cuadrado de Trancoso”, una especie de plaza central sin cemento que es el eje turístico del lugar con negocios de ropa de marcas internacionales y restaurantes de alta cocina bahiana. El valor arquitectónico de estas pintorescas casitas y de la antigua Iglesia de Sao Joao dos Indios le ha valido a este sector ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Por detrás del “cuadrado”, en una segunda línea de casas, han aparecido las tradicionales posadas nordestinas, con mucha vegetación tropical, hamacas para la siesta y una agradable piscina por si da fiaca caminar unos metros hasta la playa.
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