MISIONES EXCURSIONES POR LA SELVA Y LAS CATARATAS DEL IGUAZú
El reino de la aventura
Las profundidades de la selva misionera son el marco perfecto para viajeros intrépidos que quieran bajar en rappel por una cascada, lanzarse en tirolesa desde la copa del árbol más alto de la jungla, bajar los rápidos del río Iguazú sobre un gomón de rafting, recorrer la selva en bicicleta y navegar a toda velocidad hasta el pie de las Cataratas, sintiendo en el propio cuerpo la violencia de las aguas.
Por Julian Varsavsky
El gomón con piso rígido nos conduce a toda velocidad por los rápidos del río Iguazú hacia la boca de la Garganta del Diablo. En la lejanía vemos una masa de humo levantándose sobre la selva, mientras nos alcanza el rumor constante de un estruendo descomunal. Podría pensarse que navegamos en la barcaza de Virgilio hacia una gran caldera humeante que es el centro mismo del infierno. Nos estamos aproximando rápidamente a las Cataratas y, mucho antes de llegar, empezamos a sentir un fino rocío sobre todo el cuerpo.
De pronto, se desata un verdadero cataclismo de aguas espumantes que bullen como el aceite. Los navegantes gritan como si llegara el fin del mundo, y un atronador torbellino nos indica que alcanzamos el epicentro del cataclismo, donde pareciera que las aguas del diluvio universal convergen en una garganta capaz de tragarse los mares de la tierra. A metros de nuestra embarcación, una catarata suicida se estrella contra sí misma produciendo ráfagas de rocío que nos atacan desde el costado y se expanden hacia arriba por todo el ambiente. Estamos inmersos en una densa nube de agua, mientras la vibración de la catarata nos retumba en los huesos. Un instante de pavor inmoviliza a los viajeros desorientados por la espesa nube, imaginando que vamos a estrellarnos contra el salto. Pero nuestro capitán realiza un fuerte volantazo y el gomón traza una larga “U” sobre la superficie del agua colocándonos a salvo del agitado caos. Hijos del rigor, los turistas exigen a gritos un bis, y sin hacerse rogar el capitán los somete dos veces más a nuevos baldazos de agua que caen sin piedad, con una furia diabólica.
Después del vértigo acuático, emprendemos el regreso por los rápidos del río hasta desembarcar al pie de unas escalinatas que suben por la selva.
En bici por la selva. A 200 metros del acceso al área de Cataratas, el sendero Macuco es ideal para pedalear por la selva subtropical. Las bicicletas se alquilan por $ 7 junto a la piscina del hotel Sheraton, ubicado dentro del parque. Al tratarse de un sendero señalizado, no hace falta un guía. Y quien desee hacer el recorrido a pie –como lo que hace la mayoría–, tiene que saber que esa posibilidad está incluida en la entrada general al parque.
El paseo en bicicleta es bastante relajado, aunque por momentos hay que sortear charcos de barro y también remontar subidas que requieren cierto esfuerzo. Recorremos los territorios de coloridos tucanes y del mono caí, siguiendo un sendero que se va estrechando entre la vegetación hasta que las hojas y ramas empiezan a rozarnos y terminan chocando con nuestros brazos y piernas. Estamos encerrados entre dos estrechas paredes verdes que no dejan pasar la luz del sol, y debemos correr las lianas con la mano para poder avanzar. Los troncos caídos recubiertos de líquenes y musgo interrumpen el paso, y la única forma de continuar es levantando la bicicleta con las dos manos. Finalmente desembocamos en un gran bosque de bambú y ya no hay quien pueda pedalear más. Es el momento de atar el vehículo a un tronco con una cadena y seguir a pie.
En el segundo tramo del sendero Macuco –el más interesante– hay que descender una empinada barranca. La tarea no es tan compleja porque a nuestro lado hay una barroca proliferación de tallos y raíces de donde agarrarse con firmeza. El esforzado descenso tiene como recompensa un refrescante baño en una pileta natural de aguas cristalinas al pie del caudaloso Salto Arrechea, de unos 20 metros de altura.
Rappel desde lo alto de un salto La empresa de turismo Iguazú Forest organiza diversas excursiones de aventuras selváticas para turistas audaces. La jornada comienza arriba de un camión 4x4 sin techo y con capacidad para una docena de personas, que avanza por un rojo camino misionero, a cuya vera aparecen algunas humildes casas de barro y madera de indios guaraníes. Durante el paseo observamos ese mundo de ramas, tallos y lianas que se estrangulan unos a otros conformando una impenetrable muralla verde. Los lagartos overos pasan corriendo a toda velocidad junto al camión, y puede intuirse una fauna rampante oculta tras la pared vegetal. Varios millares de ojos que no vemos nos observan parapetados tras la muralla. Jamás sabríamos que están allí, a pocos metros, si no los delatara la sonoridad constante que brota de la selva y nos acompaña en esa travesía impregnada de olor a hongos, a lirios salvajes y a tierra mojada.
El paso siguiente es bajar a pie por una barranca hasta el borde de una catarata de 15 metros de altura, que habrá que descender con la técnica de rappel. A cada aventurero le colocan un arnés y un casco, y lo paran –con los pies en el agua– en el centro del salto, al borde del precipicio, y de espaldas. Aunque el instructor intente quebrar la tensión con un chiste, hasta el más audaz siente el vértigo de ese instante. Muchos seguramente evocarán la imagen de algún personaje de dibujos animados al ser arrastrado por la corriente hacia una catarata. Pero al igual que en los dibujitos, la tragedia no ocurre.
Lo más difícil es atreverse a comenzar el rappel en la catarata y echar el cuerpo hacia atrás formando un ángulo recto con la pared de roca. Luego, sólo se trata de bajar dando breves pasitos, ya que en este caso se practica un rappel simplificado, con un ayudante sosteniendo una cuerda que va aflojando desde abajo. Cerca del final el descenso se complica porque el chorro de agua da de lleno en la cara. Así, a ciegas y a sordas, hay que salir del paso. En mayor o menor tiempo, todos lo logran, por supuesto.
De liana en liana La aventura más original de esta excursión combinada consiste en trepar a un árbol de 30 metros, subiendo por una escalerilla colgante y asegurados con una soga, para luego cruzar suspendidos de una cuerda con un arnés hasta otro gran árbol situado a 100 metros de distancia. Es la técnica conocida como tirolesa. Al llegar a la plataforma del otro árbol un instructor recibe al intrépido y lo sujeta a una soga –siempre asegurado con el arnés– para que descienda al estilo Tarzán.
Más allá de la aventura, esta excursión depara una vivencia única de la selva. Desde la plataforma de madera en el punto más alto de la espesura vegetal –donde nacen las lianas–, el panorama de la selva es totalmente distinto a cualquier otro que se pueda obtener, ya sea desde tierra o desde el cielo. Aquí estamos inmersos en lo que los biólogos llaman el estrato superior, el más denso de la selva, un burbujeo de color esmeralda donde los árboles parecen surgir a borbotones como nubes verdes en el cielo.
En este estrato, la mayoría de las especies intenta confluir en lo alto formando un grueso techo vegetal. Los troncos de los árboles se elevan a las alturas, ramificándose a sus anchas para acaparar todo el sol y las gotas de lluvia. El resto de las especies recurre a toda clase de artilugios para escapar a la oscuridad, y al no poder competir con los árboles, se trepa a sus troncos. Es así que un ejército de plantas trepadoras los invade, conformando verdaderos jardines botánicos de altura. A veces un mismo árbol soporta una bromelia, varios helechos, algún cactus y numerosas plantas. Y en primavera estos jardines flotantes suelen llenarse de orquídeas que cubren una rama completa, formando cascadas de flores amarillas, lilas y rojas. Así como el gomón nos colocó en el centro mismo de la catarata, aquí estamos en el corazón de la selva misionera, el denso y misterioso mundo verde de Horacio Quiroga.
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