TUCUMAN > EN LA CAPITAL PROVINCIAL
Un paseo nocturno por el casco histórico tucumano, iluminado y animado en torno de la Plaza Independencia, en cuyo centro llama la atención la Estatua de la Libertad, que la escultora tucumana Lola Mora realizó en 1904.
› Por Graciela Cutuli
La luna tucumana, famosa por la zamba y su brillo sobre los infinitos Valles Calchaquíes, también sabe alumbrar las noches urbanas, cuando “el jardín de la república” se empieza a adormecer de la mano de la esperada frescura vespertina. A su luz plateada se suma entonces aquella que resplandece desde los principales edificios del casco histórico, un puñado de manzanas que resumen tres siglos de historia. Tucumán tuvo más de una fundación: la primera en 1565, cuando don Diego de Villarroel la asentó en Ibatín; la segunda en 1685, cuando el gobernador Fernando de Mendoza y Mate de Luna la trasladó a su ubicación actual. Desde entonces, estaba destinada al crecimiento: quien camine hoy sus manzanas céntricas notará pronto la diferencia entre estas callecitas más estrechas, contenidas en un perímetro de “rondas” (calles más anchas), con las que se fueron sumando a medida que Tucumán crecía, sobre todo a partir del siglo XIX. Pero hoy, como ayer, lo que distingue a la ciudad es la belleza de sus árboles floridos, desde el jacarandá al lapacho, y el perfume de los azahares, que aroman el aire cuando florecen los naranjos en las plazas.
PASEO CON HISTORIA El corazón de Tucumán late en torno de la Plaza Independencia, la clásica manzana cuadrada que funcionaba como centro de la vida pública en las ciudades americanas fundadas por los españoles. Sentarse un rato al atardecer permitirá asistir al encendido de las primeras luces y el disminuir del trajín diario de los paseantes y vendedores ambulantes, cerca de la explanada donde suele presentarse la Orquesta Sinfónica de Tucumán. En el centro, llama la atención la Estatua de la Libertad, que la escultora tucumana Lola Mora realizó en 1904 como parte de una serie de obras de tema patriótico destinadas a devolverle consenso después del escándalo provocado pocos años antes por la célebre Fuente de las Nereidas.
A la plaza se asoma la Catedral, en la esquina de 24 de Septiembre y Congreso, sobre el mismo lugar que en 1685 se había asignado a la Iglesia matriz. Nada queda de aquélla, con sus humildes paredes de adobe y las típicas “tejas musleras”: la iglesia actual fue inaugurada en 1856, en presencia de Fray Mamerto Esquiú, en un estilo ecléctico típico de su época. En el interior se encuentran las tumbas de dos próceres: Miguel Aráoz y José Eusebio Colombres, el obispo que más allá de su actuación política es recordado por su impulso a la industria azucarera en Tucumán. Entre tanto, afuera, en las calles laterales, los negocios de recuerdos mantienen abiertas sus puertas hasta tarde, una vez que pasó el fuerte calor de la siesta, y tientan desde las vidrieras con las dulzuras típicas de Tucumán: los alfeñiques, esos gruesos caramelos anudados con azúcar y miel; los “cocheros” o “claritas”, alfajores rellenos con miel de caña; las colaciones bañadas con chocolate o glasé; las empanadillas rellenas con dulce de cayote; las nueces con dulce de leche y chocolate. En una forma u otra, todas golosinas que hacen honor a la tradición azucarera de la provincia, que se ve apenas saliendo de la capital en los numerosos cañaverales que están en el origen de su “oro blanco”.
CASITA TUCUMANA El emblema de Tucumán, la Casa Histórica de la Independencia, está a una cuadra y media de la Catedral, sobre la calle del Congreso, que hasta el mismo día de la Declaración de la Independencia tuvo un nombre poco apropiado: Calle del Rey. Basta mirar hacia donde siempre se agrupan los visitantes y curiosos para descubrirla: uno a uno, van pasando como en fila para sacarse fotos frente a esa fachada tantas veces dibujada por las manos infantiles en los cuadernos de escuela.
La casa, que perteneció a doña Francisca Bazán de Laguna, era la típica construcción de fines del siglo XVIII, con su amplio patio y las habitaciones repartidas alrededor. En 1816 fue elegida –supuestamente cedida por la dueña, pero más probablemente alquilada– para albergar las sesiones del Congreso que declaró definitivamente la independencia argentina, poniéndola en un lugar de inesperada relevancia histórica. Sin embargo, eso no la salvaría de un deterioro progresivo y la demolición de gran parte de sus habitaciones. Lo que hoy se ve es básicamente una reconstrucción de mediados del siglo XX, realizada sobre antiguos planos originales de la casa, aunque al menos siempre se logró preservar el amplio salón de la jura. De hecho, se dice que “de todos los objetos históricos que hay en el museo, el que mayor certificación de autenticidad posee es el clavo del que pendía el dosel donde se hallaba el acta de la jura”. Los hechos históricos de julio de 1816 se reviven cada anochecer con un espectáculo de luz y sonido que hace recorrer a los visitantes el interior y el patio de la casa, evocando la declaración de independencia. En el fondo, entretanto, se encuentran numerosas placas recordatorias y dos grandes frisos de bronce esculpidos en altorrelieve por Lola Mora: uno representa la formación de la Primera Junta, el 25 de mayo de 1810; el otro, la Declaración de la Independencia del 9 de julio de 1816. Esta obra le valió a la escultora nuevas críticas, por haber dado a uno de los congresales los rasgos de su mecenas, Julio Argentino Roca, un anacronismo que sin embargo sigue una larga tradición de homenajes artísticos a quienes encargaban o costeaban una obra de arte.
PASADO Y PRESENTE Cuando la casa cierra, en las calles el movimiento sigue. Es un buen momento para seguir el paseo nocturno por el casco histórico, que a pocos pasos de la Catedral pasa por el Centro Cultural Alfredo Nougués, la sede del Banco del Tucumán, el edificio de La Continental, la Federación Económica, el Hotel Plaza, el Jockey Club y la Caja Popular de Ahorros, todos edificios emblemáticos y contrastantes del centro tucumano.
En esquina con la Plaza Independencia, enfrente de la Casa de Gobierno, se destaca por su historia, arquitectura e iluminación la Iglesia y Convento de San Francisco. En esta manzana se había instalado la Compañía de Jesús en los primeros tiempos de la fundación de la ciudad; de hecho, algunas excavaciones en la zona sacaron a la luz objetos que hoy se exhiben en el Museo Avellaneda, además de restos de construcciones de la época jesuítica. Una vez expulsados los jesuitas, el terreno, la iglesia y el convento pasaron a los franciscanos, que con el tiempo se hicieron cargo de su reconstrucción (junto con la del claustro, de gran belleza aunque inconcluso). Para completar el circuito de iglesias hay que caminar un par de cuadras, pasando la Plaza Independencia, hasta la Iglesia de la Merced: su frente de un blanco inmaculado con sus campanarios iluminados en azul se destacan en la noche tucumana, subrayando la pureza de sus líneas neocoloniales. En el interior se recuerda la histórica Batalla de Tucumán, que se produjo a pocas cuadras de la iglesia: algunas semanas después, Manuel Belgrano celebró la victoria entregando su bastón de mando a la Virgen de la Merced, cuya imagen se conserva en un Camarín, junto a algunas banderas realistas capturadas en distintas batallas contra los españoles. Todo el conjunto del casco histórico, en apenas algunas manzanas, reúne así lo mejor de la historia tucumana, en belleza, iluminación y relevancia para esa historia que sale definitivamente de los libros, cobrando la forma y el ritmo de la vida cotidiana.
Tucumán es una ciudad de gran animación nocturna: cualquier día de la semana, hasta bien entrada la noche hay propuestas gastronómicas y de diversión para todos los gustos. Aquí van algunas:
Cilantro: gastronomía gourmet; mariscos, pescados, carnes y pastas. Monteagudo 541.
Juana: comida internacional, dentro del Parque Centenario 9 de Julio. Av. Ramón Paz Posse S/N, Parque 9 de Julio.
La Bernasconi: frente a la Plaza Urquiza. Santa Fe 562.
Setimio Vinoteca & Wine Bar: cocina internacional y buen vino para el after hour. Santa Fe 512.
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