ANIVERSARIOS > SIGUIENDO LOS PASOS DE CHARLES DARWIN
El 2009 fue declarado el Año Darwin, en homenaje al naturalista inglés nacido hace 200 años. Durante su viaje a bordo del “Beagle”, exploró las costas argentinas, cuyo estudio contribuyó a su teoría sobre el origen de las especies. Un itinerario por los lugares que visitó el notable científico.
› Por Graciela Cutuli
Hace casi 170 años, un joven naturalista llamado Charles Darwin zarpaba del puerto británico de Plymouth a bordo de la nave “HMS Beagle”, al mando del capitán Robert Fitz Roy. La expedición, que duraría cinco años –desde 1831 a 1836– recorrió las costas de Africa, Sudamérica y Australia, y permitió al estudioso realizar las observaciones que años más tarde desembocaron en su teoría sobre la evolución y selección de las especies. En su largo periplo pasó por Luján, Bahía Blanca, Pehuen-Có, Puerto Deseado y Tierra del Fuego, entre muchos otros lugares donde observó, recogió muestras y tomó notas y apuntes que luego se convirtieron en el Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo, uno de los éxitos editoriales de su tiempo. Dos siglos más tarde, entre algunos paisajes cambiados y otros intactos, su extraordinario aporte pone a nuestro país en el mapa del turismo científico.
EL PUENTE QUE YA NO ESTA Darwin llegó a la desembocadura del Río Negro el 3 de agosto de 1833, desde allí comenzaría largas y detalladas incursiones en nuestro territorio, buscando y recolectando fósiles de mamíferos y otros animales. Pasa por la actual Carmen de Patagones (“la villa es llamada indistintamente El Carmen o Patagones. Está edificada frente a un peñón que mira al río y muchas de las casas han sido excavadas en la arenisca”) en la frontera con los territorios indios, visita la salina cercana y avanza por el valle del río Negro y el río Colorado. Se entrevista con Juan Manuel de Rosas y se toma varias líneas para describir la hermosura de las jóvenes indias que cruza en el camino. Atraviesa la zona de médanos del sur de la provincia de Buenos Aires y llega a Bahía Blanca, que sin duda no lo impresiona demasiado: “Apenas merece el nombre de aldea”, apunta. Pero las tierras de la región, entre Bahía Blanca, la actual Pehuen-Có y Punta Alta, sin duda estaban destinadas a sorprenderlo, por la abundancia de fósiles y restos de animales ya extinguidos. Hoy, el museo de ciencias naturales de Punta Alta y su dependencia, el museo Ameghino de Pehuen-Có, conservan algunos restos de los megaterios, macrauquenias y gliptodontes que impresionaron a Darwin y lo llevaron a investigar con detenimiento las formaciones geológicas de la región, la fauna y la flora. Desde Bahía Blanca, Darwin puso rumbo a Sierra de la Ventana y Buenos Aires, que describe como una ciudad grande y de trazado regular, con calles en ángulo recto y casas de un solo piso. Siguiendo viaje, cuenta: “Hemos dejado atrás la pequeña ciudad de Luján, donde hay un puente de madera sobre el río, cosa rara en este país. También hemos pasado por Areco. Las llanuras parecían horizontales, es decir a perfecto nivel, pero en realidad no era así, porque en muchos sitios el horizonte estaba distante. Aquí hay grandes extensiones abandonadas entre estancia y estancia, pues los buenos pastos escasean a causa de estar la tierra cubierta de macizos de trébol acre y cardos gigantes”, escribe en su diario. Este puente, de 27 metros de largo y levantado en madera de ñandubay, había sido construido en 1773 por Pablo Márquez en tierras de su propiedad, y provocó el desplazamiento del Camino Real. Hoy ya no existe, aunque el sitio es Lugar Histórico Nacional y sus alrededores fueron escenario de importantes hechos y acontecimientos en la campaña libertadora. Sin embargo, Darwin confiesa que el sitio no le importaba demasiado, porque “apenas se hallan otros cuadrúpedos y aves que la vizcacha y su compañero ordinario, el mochuelo”.
AL CORAZON DEL PARANA El naturalista, fascinado con la exuberancia de la naturaleza y admirado de las costumbres de los locales, sigue remontando el Paraná: San Nicolás, Rosario, Santa Fe y río arriba, hasta volver a Buenos Aires y cruzar a Colonia por el Río de la Plata, “una anchurosa extensión de agua cenagosa sin grandiosidad ni belleza”. Después de una excursión por la Banda Oriental, vuelve a zarpar de Buenos Aires rumbo a Puerto Deseado, donde desembarca con entusiasmo: “El primer desembarco en un país nuevo es interesante y especialmente cuando, como en este caso, el aspecto del conjunto lleva el sello de una individualidad bien definida. A la altura de 60 a 90 metros sobre algunas masas de pórfido, se extiende una vasta llanura, que es peculiar y característica de la Patagonia”. El naturalista y sus acompañantes remontan la ría Deseado y llegan hasta el lugar que hoy se conoce como “los miradores de Darwin”, un paisaje espléndido y desolado, de belleza sin fin: “El sitio en que vivaqueamos estaba cercado de atrevidos ricos y empinados pináculos de pórfido. No creo haber visto nunca lugar más apartado del resto del mundo que esta gran grieta rocosa en la extensa llanura”. Para los lectores en lengua inglesa, es un lugar mítico, que muchos quieren conocer durante su paso por Puerto Deseado en busca de descubrir la increíble avifauna de la ría. Los miradores pueden recorrerse desde lo alto, llegando por tierra, o bien navegando el cañón del río Deseado: de un modo u otro, las vistas son impresionantes. Darwin continuó luego hacia el sur, hasta Puerto San Julián, donde encontró un medio esqueleto de macrauquenia patagónica, un cuadrúpedo grande como un camello: “Es imposible –escribe– reflexionar sobre el cambio que se ha realizado en el continente americano sin sentir el más profundo asombro. En remotas épocas, América debe haber sido un hervidero de grandes monstruos; ahora no hallamos más que pigmeos, cuando se los compara con las razas afines que los han precedido”.
Los expedicionarios aún estaban lejos del fin del viaje. Siempre en el extremo sur de la Patagonia, navegan el río Santa Cruz, cuya descripción es idéntica a la visión que podría tener el viajero de hoy, con su “agua de un hermoso color azul, pero con un ligero tinte lechoso. Fluye por un lecho de guijarros parecido a los que forman las riberas y llanos de los alrededores. Describe una trayectoria sinuosa por un valle que se extiende en línea recta hacia el oeste. La anchura del valle varía entre cinco y diez millas, y está limitado por terrazas escalonadas, que se levantan en casi todas partes, una sobre otra, a la altura de 150 metros, correspondiéndose de manera notable en las orillas opuestas”. Una vez más, Darwin se asombra de la uniformidad de fauna y flora en la Patagonia, poblada por grandes manadas de guanacos, multitud de pequeños roedores y el puma, visible sobre todo a través de sus huellas. El grupo avanza por el río Santa Cruz hasta la cordillera, donde avista el cerro Fitz Roy, así bautizado años más tarde por el Perito Moreno en homenaje al capitán del “Beagle”. En contraste con la desolación que encontraron los expedicionarios, hoy el Chaltén –pueblo jovencísimo nacido oficialmente en 1986– es hoy una de las capitales del turismo aventura en nuestro país, impulsado por el espectacular crecimiento del turismo en El Calafate. Sin embargo, en época de Darwin y sus compañeros la dureza de las condiciones para avanzar los obliga a regresar hacia la costa atlántica, para poner rumbo a las Islas Malvinas –”un país ondulante, de aspecto mísero y desolado, cubierto en todas partes por un suelo turboso y una hierba fina y dura, que presenta un color pardusco y uniforme”– y, finalmente, tocar el último punto en la actual Argentina: Tierra del Fuego.
LA ISLA La experiencia de Darwin al avistar Tierra del Fuego es sin duda irrepetible hoy: demasiada agua corrida bajo el puente y la extinción de los nativos de la isla permiten sólo imaginar lo que puede haber sido su desembarco en ese brumoso territorio del fin del mundo. Tras anclar en la Bahía del Buen Suceso, describe la extraña recepción de los indios, que se ocultaban en el bosque lanzando un fuente clamor mientras agitaban sus mantos, desde un pico que salía sobre el mar. A la noche “vimos sus hogueras y escuchamos de nuevo sus gritos salvajes”, evoca, describiendo con minuciosidad sus saludos, costumbres y hasta pequeñas vanidades, como la del indígena que se vanagloria de su altura y “se tiene por el hombre más hermoso de Tierra del Fuego”. O aquellos que por su total desconocimiento del peligro de las armas de fuego no se movían siquiera ante los disparos, tomándolos tal vez por algún golpe u otro fenómeno de poca letalidad.
Al naturalista le basta además una ojeada para descubrir que todo lo que lo rodea en la isla es muy distinto de la Patagonia continental. A pesar de las incomodidades, y en algunos casos del mal tiempo, su descripción del Canal de Beagle es entusiasta: “El paisaje aquí crece en grandiosidad. Las altas montañas del lado norte forman el eje granítico, o espinazo del país, y se elevan súbitamente 900 o 1000 metros, culminando en un pico que sube a unos 2000 metros. Están cubiertas de un amplio manto de nieves perpetuas; numerosas cascadas vierten sus aguas, por entre boscaje, en el hondo canal angosto. En muchas partes se extienden magníficos glaciares desde la ladera de los montes hasta el mar. Apenas es posible imaginar algo más bello que el azul berilo de estos glaciares, en especial por el contraste con la blancura mate de la nieve que corona las cimas”.
Como si los años no hubieran pasado, como si el territorio salvaje de ayer no se hubiera civilizado conservando grandiosidad, en las orillas de Tierra del Fuego, frente a las cumbres imponentes y los colores contrastantes del mar austral y los bosques, todo se puede mirar con los mismos ojos de Darwin. Que siguió su viaje, rumbo a las Galápagos y tantos otros lugares fantásticos del globo aún casi sin explorar en ese entonces, llevando en su diario y su equipaje las semillas de avances revolucionarios que cambiarían para siempre la historia de la ciencia y la mirada del mundo sobre su propio, lejanísimo pasado.
Este año se cumplen 200 años del nacimiento de Charles Darwin y 150 de su obra El origen de las especies mediante la selección natural. Cada 12 de febrero se celebra el “día de Darwin”, pero este año el bicentenario es una ocasión aún más especial, que incluye iniciativas y homenajes en todo el mundo. En particular el Museo de Historia Natural de Londres inauguró, en el marco de la conmemoración Darwin200, una muestra especial que se extenderá hasta abril. También la Universidad de Cambridge tiene prevista la realización de un festival especial en julio de 2009, y habrá actos de homenaje en Shrewsbury, su ciudad natal.
Durante su visita a la costa bonaerense en el lugar donde hoy se encuentra Pehuen-Có, cerca de Bahía Blanca, Darwin reunió algunos ejemplares de un arbusto endémico de la región, que se conoce precisamente como “retama de Darwin”. Con ramas sin hojas, en forma de mata y visible por sus flores blancas en primavera, se trata de las pocas especies de la zona adaptada a vivir en los médanos vivos, que no están fijos. La especie, científicamente conocida como Neosparton Darwinii, se desarrolla sobre un área muy reducida –a lo largo de diez kilómetros por uno de ancho– hacia el este y el oeste de Pehuen-Có. Actualmente se la considera en riesgo por el avance de la urbanización, la apertura de caminos y la circulación de vehículos todoterreno sobre las dunas que constituyen su hábitat.
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