MEXICO EL PUEBLO DE TEPOZTLáN
Desde el valle de Quetzalcóatl
Pese a que en tierras mexicanas no es algo extraordinario conocer un lugar natural, agreste y místico, el pueblo de Tepoztlán, a sólo 40 minutos por ruta desde la capital del país, atesora la leyenda de ser el lugar de nacimiento hace 1200 años del dios-hombre Quetzalcóatl, el pájaro serpiente. En tiempos más recientes, otros mitos se sumaron a los antiguos en este valle selvático, rodeado por rojas murallas de montañas de cobre, poblado por una combativa etnia náhuatl y muchos extranjeros.
textos y fotos: Florencia Podestá
Sobre “Tepoz”, como dicen familiarmente los locales, se cuentan muchas leyendas: se mostró varias veces en el Discovery Channel como sitio de apariciones frecuentes de OVNIs; se lo conoce también en México como un pueblo de la etnia náhuatl muy combativo, que se autoacuarteló y declaró “independiente” hace pocos años, tras vencer la llamada “guerra del golf”; y por último, su condición de ser, en el registro inverificable de la tradición, el lugar de nacimiento del dios-hombre Quetzalcóatl, el pájaro serpiente, hace 1200 años.
Viaje a las montañas de cobre El autobús sale de Ciudad de México rumbo al sur y comienza a subir la montaña hasta alcanzar casi los 3000 metros; nos movemos en un bosque de pinos semioculto por la niebla fría. Empezamos a descender del otro lado, poco a poco: abajo a la derecha, en el fondo de un valle, se ve la ciudad de Cuernavaca. Pronto nos internamos en otro valle, mucho más extraño: el valle de Tepoztlán. La temperatura es cálida y el bosque de pinos se convierte en una selva. Emergiendo aquí y allá vemos montañas como fortificaciones y castillos, con torres y atalayas de muros rojizos. Tepoz, y los pueblitos aledaños de Santo Domingo y Amatlán, están en el cuenco llano de un extenso valle fértil, circundado por espectaculares murallas de piedra roja, sierras erosionadas por la lluvia hasta modelarse en paredes, gargantas y pináculos. Esta geografía es particular y única del valle de Tepoztlán, y contribuye a esa sensación de “mundo aparte”. Tepoztlán significa “lugar del cobre”, y a su abundancia se debe el color de las montañas. Lo geólogos dicen que todo el valle es el cráter gigante de un volcán que explotó hace miles de años; las sierras de formas extrañas que rodean el valle serían los muros derrumbados y fundidos del cráter.
Ya en el pueblo, caminamos por la avenida Revolución, en realidad una callecita empedrada, y vamos pasando casas coloniales, tiendas y lugares para comer dentro de las casas coloniales, el zócalo y el ex Convento de la Natividad, una joya de la arquitectura religiosa de la época de la conquista española, construido por los monjes dominicos entre 1560 y 1588. El bellísimo monasterio hoy es un museo; adentro permanece el silencio y el olor a azahar de los patios sombreados con naranjos, los frescos en los muros con dibujos ingenuos y armónicos, y la temperatura fría de los claustros oscuros, de paredes gruesas y ventanas pequeñas.
Otra vez en la calle, entramos a “Santa Fe”, la tienda de artesanías más interesante de Tepoztlán, donde nos atiende su dueña Mariana Pisoni, una argentina mexicanizada hace dieciocho años (una “tepostiza” más, como dicen por acá), quien nos cuenta cosas curiosas de la zona (una grieta vertical en la montaña que los lugareños llaman una puerta o “portal dimensional”, los lugares míticos del dios Quetzalcóatl, y todo un anecdotario estilo “Expedientes X”). Además, según Mariana, “en este pueblo son todos brujos”. Y no exagera; en pocos días allí nos cruzamos con un par de brujos tepoztecos, que curan con rezos y temazcal (una especie de sauna indígena ritual), y con un par de brujas “tepostizas”, una de ellas una auténtica bruja irlandesa de caldero, que cura con hierbas, ungüentos y elixires. Esta atmósfera favoreció la creación de varias posadas tipo spa y ashram o centros de meditación, con los más diversos gurúes. El más simpático y menos pretencioso es un lugar llamado Los Tipis, donde se puede dormir en plena naturaleza semiacampando en las confortables y amplias carpas cónicas llamadas tipis.
Sin apuro, seguimos deambulando y nos metemos a Los Buenos Tiempos, un cafecito simpático con pocas mesas desde donde nos llegan acentos de todas partes. Los parroquianos hablan castellano con acento chileno, francés, alemán, italiano, brasileño. Vamos confirmando lo que nos habían contado: que este pueblo reúne una comunidad de extranjeros impresionante, y en gran proporción latinoamericanos. Algunos comenzaron a llegar atraídos por la fama de lugar “centro energético”. En efecto, desde tiempos prehispánicos dicen que en este valle “los duraznos son de los duendes”.El lugar –se dice– tiene propiedades que favorecen las curaciones. Una práctica habitual entre visitantes y lugareños es la de salir a caminar descalzos por la montaña, para “cargar energía”. La explicación más científica de estas cuestiones dice que la extraordinaria cantidad de cobre del suelo crea condiciones electromagnéticas especiales.
El reto del Tepozteco Si al pasear por la calle alzamos la vista vamos a ver en lo alto de un risco, a 400 metros por encima el pueblo, una pirámide: es la Pirámide del Tepozteco, un templo prehispánico. Según algunos, la pirámide era un observatorio tlahuica; según otros, un templo sacrificial azteca en honor a Tepoztécatl, dios azteca de la fertilidad, las cosechas y el pulque (una bebida alcohólica que se obtiene de la destilación del maguey). Allí arriba se celebra “El reto del Tepozteco”, una de las dos fiestas tradicionales del pueblo, el 7 de septiembre. En esta festividad completamente pagana la gente se reúne cerca de la pirámide a beber pulque y hacer música, en honor al dios Tepoztécatl, algo así como el Dionisos azteca. La otra es una festividad católica, la “Fiesta del Templo”, que consiste en representaciones teatrales en lengua náhuatl y que, curiosamente, se celebra al día siguiente, el 8 de septiembre. Originalmente se pretendía que suplantara a la celebración pagana, pero sólo se logró que el pulque empezara a correr desde la noche anterior.
La visita a la pirámide es interesante no sólo por la ruina arqueológica sino por el camino en sí, que atraviesa durante una hora un paisaje espectacular. Cubierto de lajas por los constructores prehispánicos, el sendero se interna en la montaña y en el bosque nativo, a la sombra de peñascos y torres, en lo profundo de cañadones cavados por ríos. Por la mañana temprano una niebla desdibuja nuestro andar. Nos sorprenden las raíces aéreas, las lianas, los helechos y musgos; la vegetación es tan selvática todo el año porque las gargantas entre los altos muros de roca permiten la conservación de la humedad. Después de subir y subir, a 2100 metros sobre el nivel del mar, finalmente llegamos a la pirámide donde nos recibe un grupo de animalitos rarísimos y simpáticos, una familia de tejones o algo así, semidomesticados por los turistas que día tras día les dan de comer.
La pirámide no es muy grande pero es bien proporcionada y está espectacularmente situada. Trepamos los escalones del templo, y desde este balcón podemos admirar todo el valle, las montañas y el pueblo a nuestros pies, bajo el suave aire de Tepoztlán.