ALEMANIA > DOS ANIVERSARIOS EMBLEMáTICOS
Durante 2009 se conmemoran en Alemania los 20 años de la caída del Muro de Berlín, que marcó el fin de una época. Más atrás en el tiempo, se cumplen también los 90 años del movimiento Bauhaus, que revolucionó la arquitectura y el diseño del siglo XX.
› Por Graciela Cutuli
Dirán que veinte años no es nada, pero en Alemania igualmente éste es un año de conmemoraciones. Hace dos décadas, el 9 de noviembre de 1989, caía definitivamente el Muro de Berlín, que durante casi treinta años fue la encarnación más concreta de la Cortina de Hierro y la barrera visible entre dos mundos irreconciliables. El aniversario coincide con otro que, aunque completamente diferente, contribuye al clima de festejo generalizado que por estos días recorre todas las ciudades de Alemania, con epicentro en Berlín: los 90 años de la Bauhaus, la escuela de arquitectura que un buen día derribó las concepciones clásicas del diseño y abrió el camino a las ciudades modernas del siglo XX. Un buen preludio para los homenajes que, el año próximo, recordarán otros 20 años: los de la reunificación alemana.
OTRO LADRILLO EN LA PARED Veinte años atrás, pocos meses después de la caída del Berliner Mauer –corría julio de 1990–, nada parecía más natural que Roger Waters cantando “Another Brick in the Wall” frente a los restos del Muro. Pero detrás había una larga historia, comenzada en agosto de 1961, con los primeros cimientos: lo que siguió fue un largo itinerario de división, intentos de fuga, muertes, familias divididas, subterráneos de Berlín occidental que no se detenían en las paradas de Berlín oriental, disputas políticas y acciones más o menos espectaculares tendientes a llamar la atención sobre la antinatural división de la ciudad, con su sector oeste también enclavado en el corazón de Alemania Oriental. Hasta la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, cuando llegó “el cambio” –die Wende– que para algunos historiadores le puso fin al siglo XX.
La conmemoración de este año abarca a todas las generaciones de alemanes: los que vieron nacer el muro, los que vivieron a su sombra y los que nacieron sin haberlo vivido jamás. Para los visitantes, también es una ocasión única de asomarse a esa porción del pasado reciente: de una punta a la otra del país, no hay ciudad que no tenga su calendario de festivales, eventos especiales y exposiciones, naturalmente con Berlín a la cabeza, pero también Leipzig, donde nació la revolución pacífica de 1989. El muro ya no queda en pie, salvo en pequeños tramos, pero sus huellas se extienden sobre unos 160 kilómetros de la antigua frontera, incluyendo alrededor de un kilómetro –el tramo más largo– en la Mühlenstrasse. De aquí son algunas de las imágenes más conocidas, como la pintura de Brezhnev besando a Honecker y los graffitis aportados por infinidad de visitantes. Además de los fragmentos en la céntrica Alexanderplatz, en varias partes de la ciudad hay baldosas recordatorias de la ubicación del Muro, cuya historia se puede conocer más en detalle en el museo del Check Point Charlie, uno de los antiguos pasos fronterizos hoy devenido en atracción turística. Situado en la Friedrichstrasse, fue demolido en 1990, pero diez años después se inauguró una réplica de las casillas de control que impedían el paso y buscaban evitar las fugas hacia el lado occidental.
VEINTE AÑOS DESPUES Leipzig es una de las principales sedes de las conmemoraciones por la caída del Muro: aquí, la noche del 9 de octubre de 1989, decenas de miles de ciudadanos salieron a la calle en una manifestación pacífica espontánea por la paz y la libertad. Llevaban en las manos las velas que se convirtieron en símbolo de la manifestación, y que hoy se vuelven a encender cada año formando un enorme número 89. El evento abarca muestras fotográficas, documentales, instalaciones artísticas y conciertos. Hasta el último día del año, se podrá ver en el Museo de la Stasi –la policía secreta de Alemania Oriental– la muestra Leipzig en el camino de la revolución pacífica.
También Postdam, antiguo corazón de Prusia, tuvo su gran papel en la historia: aquí, en el palacio Cecilienhof –el último castillo de los Hohenzollern, hoy convertido en un hotel abierto al público–, se realizó en 1945 la conferencia de Churchill, Truman y Stalin que selló la división de Alemania. No menos emblemático resulta el Puente de Glienicke, que separaba el territorio oriental del enclave de Berlín occidental, y donde solían realizarse intercambios de espías. De aquí salen excursiones guiadas sobre “Huellas de la frontera entre la herencia cultural mundial”, que se realizarán hasta fines de noviembre de este año.
Si el itinerario sigue en Tutow (Mecklenburg), se puede visitar el museo dedicado a la historia alemana oriental, y sobre todo descubrirla a bordo de un Trabant, el emblemático automóvil de la RDA; aunque si se quiere llevar la experiencia más a fondo, ¿por qué no dormir en un antiguo refugio antiaéreo, a cargo del Waldhotel Rennsteighöhe, cerca de Erfurt (Turingia)?
Volviendo a Berlín, la ciudad celebra el aniversario con numerosas muestras especiales en sus museos y centros de arte, un Foro de Historia, la Noche de los Museos –el 29 de agosto, a mediados del verano boreal– y la exposición Arte alemán en Guerra Fría 1945-1989. Confrontación y diálogo, abierta hasta principios del año próximo. El 9 de noviembre, el broche de oro serán los conciertos, el festival a cielo abierto en la Puerta de Brandenburgo y el derrumbe de un gigantesco dominó levantado con mil bloques de plástico de dos metros de altura, decorados por la propia gente de Berlín. El recorrido de las fichas del dominó, alineadas desde el Reichstag (Cámara alta) hasta la Postdamer Platz, pasando por la Puerta de Brandenburgo, tendrá dos kilómetros de largo: un muro simbólico que caerá a las 19.25 del próximo 9 de noviembre, exactamente veinte años después del Muro original.
BAUHAUS, EL OTRO CAMBIO Mucho más atrás en el tiempo, pacífica pero firmemente, Alemania iniciaba un cambio que influye hasta hoy en la vida cotidiana de millones de personas en todo el mundo. Es un cambio que hace a la imagen, a la arquitectura, al diseño, tan gradual como definitivo, que después de la Primera Guerra Mundial cerró para siempre las puertas del siglo XIX y sentó las bases del diseño industrial y el diseño gráfico vigentes hasta hoy. Esta revolución se llamó Bauhaus (“casa de la construcción”, literalmente) y fue fundada por Walter Gropius en Weimar en 1919, como una escuela de diseño, arte y arquitectura que tuvo entre sus profesores a Paul Klee y Vassily Kandinsky. Claro que lo que parecía inofensivo no lo fue tanto, y terminó causando polémicas furiosas y disputas hasta ideológicas. Curiosamente, Weimar no podía considerarse por entonces como el paradigma de la modernidad: para los alemanes, la ciudad está asociada sobre todo al nombre y la obra de sus máximos poetas clásicos, Goethe y Schiller. Tal vez por eso no sorprende que el museo dedicado a la Bauhaus –creado en 1985, y una de las pocas referencias que le dedica la ciudad al movimiento– no funcione en un edificio racionalista, ni funcional, sino en un discreto edificio de dos pisos del siglo XVIII. En el interior se conservan trabajos de Gropius y sus colaboradores y discípulos, además de piezas producidas en el taller de la escuela. El museo alberga hasta el 5 de julio una muestra sobre El nacimiento de Bauhaus, que echa luz sobre los primeros años del movimiento hasta su traslado a un edificio propio en Dessau, a orillas del Elba.
La sede de Bauhaus y otras casas de la ciudad construidas según los ideales de la escuela forman parte del Patrimonio Mundial de la Unesco, y serán las estrellas de las celebraciones locales de este año. La tercera ciudad en el centro de la conmemoración es Berlín, última sede de la Bauhaus, cuyos experimentos de modernidad concluyeron con el cierre a manos de los nazis –que también expulsaron al último director, Mies van der Rohe– en 1933. La herencia del movimiento, sin embargo, ya no se podía expulsar: y aunque curiosamente Berlín tuvo a la escuela durante un corto período, recibió una de las mayores influencias de su revolucionaria concepción del diseño, la arquitectura y las artes aplicadas. Este año, en ocasión del 90º aniversario, se la recordará con la exposición Modelo de Bauhaus, dedicada a los iconos del diseño surgidos de la escuela y organizada junto con el Archivo-Museo de Bauhaus en Berlín, la Fundación Bauhaus de Dessau y la Fundación Clásicos de Weimar. Y cuando cierre en Berlín, la muestra pisará el mundo desde el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Una buena manera de estar presente hasta que, el año próximo, Alemania vuelva a ser noticia con Ruhr, Capital Europea de la Cultura 2010, una nueva representación de la Pasión de Oberammergau, y los 200 años de la Fiesta de la Cerveza en Munich.
Durante 2009, Alemania también conmemora los 250 años de la muerte del compositor Georg Friedrich Händel, nacido en Halle en 1685 y fallecido en abril de 1759 en Londres. Intérprete y compositor precoz, autor de numerosos conciertos para órgano, óperas y oratorios, su coro más célebre es el “Aleluya” del “Mesías”, compuesto en 1741. Durante todo el año se lo recordará con reediciones de discos, conciertos, exposiciones y dos nuevas biografías. Mientras en su casa natal de Halle se exhiben manuscritos pertenecientes a la British Library, en Londres también se lo homenajea con una exposición en su casa-museo.
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