TIERRA DEL FUEGO AL PRINCIPIO DEL MUNDO
Luz de verano
La Isla Grande de Tierra de Fuego es un destino mágico, donde se combinan las aventuras con los paseos históricos, la naturaleza y las comodidades de sus ciudades. Conocerla es también recorrer una de las tierras más míticas del continente, allí donde todo termina pero también todo empieza.
Por Graciela Cutuli
Cuántas veces hemos escuchado que Tierra del Fuego es el confín del mundo, el fin del continente americano, el extremo sur del mundo poblado? Sin embargo, durante una visita a esta isla remota, a sus montañas y estepas, sus comarcas desérticas y sus ciudades, sus bosques y costas azotadas por los vientos, es posible descubrir que en realidad, en el extremo sur es tal vez donde todo empieza. Este rincón del globo fue uno de los últimos en ser poblados, cuando ya los misterios del planeta habían sido develados uno a uno por los exploradores a fines del siglo XIX. Luego del tiempo de los aventureros, llegó el de los pioneros, que sin temer al clima inhóspito decidieron hacer de la isla su hogar y su riqueza. Para ellos Tierra del Fuego –el lugar donde para otros termina el mundo– fue y será el comienzo.
Si bien Ushuaia es la puerta de entrada a Tierra del Fuego para la mayoría de los turistas, es una pena que muchos no aprovechen este largo viaje para conocer también Río Grande y el norte de la isla, de paisajes muy diferentes y atractivos. Tierra del Fuego tiene como dos caras, con montañas y bosques en el sur, y una estepa llana al norte. Hasta la historia es algo diferente en ambas regiones: y por si faltaba una razón más, en estos días el sol parece no ponerse nunca, y las noches son muy cortas. Como para aprovechar mejor el tiempo y tener días más largos para pasarla bien.
El día más largo En Ushuaia, la luz del verano es incomparable. Las mañanas son largas y los atardeceres interminables. El anochecer es aún más mágico, cuando la luz de las últimas horas se combina con las luces de la ciudad. Durante la recorrida, antes o después de un almuerzo dedicado a degustar las especialidades patagónicas, no hay que perderse los museos. Allí se logra revivir la época de los pioneros, cuando la ciudad era apenas un pueblo de pocos moradores que hicieron avanzar la República Argentina hasta el extremo sur. En el Museo del Antiguo Presidio se reviven los tiempos de aquella severa cárcel, que fue paradójicamente uno de los motores del desarrollo de la ciudad.
El otro museo es el Museo del Fin del Mundo. En una antigua casa, se armaron valiosas colecciones de los primeros tiempos de la ciudad y de la fauna de la región. Se rinde un silencioso homenaje a los aborígenes de la región, los onas y yámanas, cuyo trágico fin por culpa de enfermedades, masacres y inadaptación a los cambios impuestos por los hombres blancos ilustra una de las páginas más negras de la historia argentina.
Hacia el continente blanco En las afueras de Ushuaia hay numerosas propuestas como para planear unas vacaciones de varios días. La excursión más conocida es la que se realiza, a bordo del tren de trocha angosta, el Ferrocarril Austral. Se trata de un convoy de época y una locomotora de vapor, que recorren unos 15 kilómetros aproximadamente, entre las estaciones del Fin del Mundo y del Parque. Siguiendo el valle del río Pipo, el recorrido permite ver los bosques y turbales que forman lo esencial del paisaje de esta región.
Afortunadamente, hoy toda la porción de terreno al norte de la Bahía Lapataia, bordeando la frontera con Chile, es un espacio protegido. Es uno de los Parques Nacionales más hermosos del país. Se llega por la ruta 3, que termina –o empieza– allí sus más de 3065 kilómetros desde o hasta la Capital Federal. Es por el momento el único parque nacional que tiene una costa marítima (hasta que se termine la creación de Monte León en Santa Cruz). Fue creado el 15 de octubre de 1960, sobre una superficie de 63.000 hectáreas, de las cuales se visitan solamente unas 2000, en su porción sur. Hay senderos de caminatas que permiten realizar pequeñas expediciones en esta naturaleza intacta. Se puede bordear la costa de la Bahía Ensenada o del lago Roca; se ven cascadas, castoreras sobre el curso de los arroyos, cauquenes en parejas en busca de alimentos, pájaros carpinteros y bandurrias. Los menos aventureros, sin embargo, preferirán una excursión en catamarán por el Canal de Beagle desde el muelle de Ushuaia. Se ve el Faro de Les Eclaireurs, islotes poblados de mamíferos marinos y aves, hacia el este, y hacia el oeste, la Isla Redonda en la entrada de las bahías Ensenada y Lapataia. A bordo del catamarán, la cara azotada por los frescos vientos, uno puede pensar que está a sólo 1000 kilómetros del continente blanco. Si ésa es la meta del viaje, queda por hacer combinar la visita a Ushuaia con la salida de uno de los barcos turísticos que salen en verano del puerto de la ciudad para realizar recorridos por las islas del Atlántico Sur hasta la Península Antártica.
Pero esta excursión no es para todos los bolsillos, sobre todo si se cotiza en dólares.
Tierra del Fuego al norte Aunque no se pueda llegar a la Antártida, hay mucho más para ver y conocer tierra adentro o por la misma costa del Beagle. La estancia Haberton fue fundada en 1886 por uno de los misioneros ingleses que evangelizaron a los indígenas yámanas de las costas del Beagle. En la estancia, hay muchos recuerdos de estas épocas, y también un museo dedicado a las aves y los mamíferos marinos del Atlántico Sur. Es el Museo Acatushún, en el casco mismo de la estancia. Enfrente de esta porción de costa está el poblado chileno de Puerto Williams, en la isla Navarino, sobre la margen sur del canal. Desde la isla Gable se pueden ver sus casas bajas, que albergan sobre todo un destacamento militar.
Para llegar hasta Haberton se pasa por el pie del Monte Olivia y por la Hostería Tierra Mayor, desde donde en invierno salen pistas de esquí de fondo. En estas montañas se desató una fiebre del oro a fines del siglo XIX: este episodio recuerda el paso por Tierra de Fuego del aventurero Julio Popper, un rumano que se declaró soberano y acuñaba sus propias monedas.
Los Andes se cruzan por el Paso Garibaldi, donde es posible encontrarse con caídas de nieve incluso en verano. En toda esta región hay algunos refugios y criaderos de perros de trineos. El más famoso de todos es del Gato Curutchet, que organizó y desarrolló la actividad en la Argentina. En invierno se pueden recorrer los bosques a bordo de un trineo; en verano sepueden compartir las actividades del refugio, en un ambiente de pioneros. La primera parada sobre la ruta 3 hacia el norte es para descubrir el lago Escondido: como su nombre lo indica, aparece de repente al borde del camino. En el bosque, cerca de la orilla, se construyó una pequeña hostería, en cuyos vidrios hay stickers que dejan los turistas de todas partes del mundo. Más al norte, el gran Lago Fagnano es como un pequeño mar interior, con sus 100 kilómetros de longitud. En su punta este se levantó el pueblito de Tolhuin, una aldea de casas bajas de madera pintadas de rojo, que se está abriendo poco a poco al turismo. Sus calles recuerdan los nombres de indios selk’nams, cuyos últimos representantes sobrevivieron en esta región hasta mediados del siglo XX.
En el norte de la isla, la ciudad de Río Grande es la principal atracción para los visitantes, junto con la gigantesca estancia María Behety. En Río Grande, el principal contingente de turistas lo forman los pescadores, que vienen a probar suerte en una de las mejores regiones del globo para la pesca de truchas. La Misión Salesiana es el principal monumento. Se trata de un conjunto de construcciones levantadas en 1893, de las cuales se visita la capilla y un museo que recuerda entre otras cosas las relaciones de los misioneros con los onas y selk’nams de la región. En las afueras de Río Grande no hay que perder la visita a la estancia María Behety, un imponente conjunto de galpones y construcciones que creció gracias al oro blanco, la lana de oveja, en la primera parte del siglo XX. Uno de sus galpones está considerado como el galpón de esquila más grande del mundo.
Más al norte, la ruta 3 sigue en dirección al caserío de San Sebastián, el último poblado argentino de la isla. Si se sigue por ruta, hay que entrar en territorio chileno para cruzar el Canal de Magallanes. Sobre su orilla, mirando hacia atrás, se puede pensar que aquí termina la isla de Tierra del Fuego: pero justo del otro lado, está por empezar todo un continente.