IRLANDA > EL DIA DEL ULISES
Cada 16 de junio miles de irlandeses y curiosos de todo el mundo salen a las calles de Dublín para rendir su particular homenaje a uno de los más complejos escritores de lengua inglesa, James Joyce, que situó justamente en ese día de 1922 la trama y desarrollo de su novela Ulises. En el “Bloomday”, un paseo dublinense.
› Por Maribel Herruzo y
Enrique Sancho
Fue un 16 de junio el día que el escritor dublinés tuvo su primera cita con la que sería su mujer, Nora Barnacle, y esa fue la fecha elegida para situar en el tiempo el periplo de un Ulises irlandés, una jornada repleta de paseos por la ciudad y encuentros que toman prestados, en más de una ocasión, las propias vivencias de Joyce (1882-1942). En el llamado “Bloomday” los seguidores de Leopold Bloom rememoran y siguen, página por página, sus experiencias vitales en una particular jornada: un baño en la playa de Forty Foot, una visita a la Torre Martello (hoy convertida en museo dedicado a Joyce a las afueras de la ciudad) o degustar una pinta de cerveza en alguno de los pubs visitados por Bloom. Muchos lo hacen, además, vestidos como los mismos personajes del libro, con elegantes trajes de los años ‘20 del siglo XX.
Ulises describe Dublín con tal detallismo que Joyce se vanagloriaba de que si la ciudad fuera destruida podría reconstruirse basándose en su novela. Y, efectivamente, no todos los lugares que nombra la novela siguen existiendo: algunos desaparecieron o cambiaron tanto que es casi imposible reconocerlos, como ocurre con la casa del protagonista del libro, en el número 7 de Eccles Street, de la que únicamente se conserva la puerta en el James Joyce Centre, en el 35 North Great George’s Street. Este lugar guarda, además, algunos de los objetos más personales de Joyce, sus obras e incluso una exposición con los detalles biográficos de 50 de los 300 personajes de Ulises, inspirados en dublineses reales.
AMOR NO CORRESPONDIDO James Joyce es, sin duda, el escritor dublinés más popular, dentro y fuera de su país. Y hoy podemos decir también que es el más querido y honrado, tal y como demuestra este curioso homenaje. Pero no siempre fue así, y su relación de amor y odio con Irlanda se ha glosado ampliamente en artículos, biografías y ensayos sobre su obra. La primera edición de Ulises apareció en París el día que Joyce cumplió 40 años (1922), pero Irlanda fue de los últimos países en reconocer la innovadora novela. De sus 59 años, 37 los transcurrió exiliado voluntariamente de su paradójicamente añorada Irlanda, rechazando todo lo que provenía de una intransigente moral católica y lo que él consideraba un asfixiante provincianismo de la cultura a través del nacionalismo. En la actualidad, este autor incomprendido, tenaz, megalómano, taciturno, visionario y genial, renegado del catolicismo tras ser educado por los jesuitas y criado en una familia con problemas económicos, es el orgullo de una nación que, en cierta manera, lo obligó a exiliarse para desarrollarse como escritor. En una carta, Joyce argumentaba haber escogido Dublín para escribir sobre la moral de su país porque esa ciudad le parecía “el centro de la parálisis”. Tampoco los irlandeses tenían en gran estima a Joyce, cuyas obras estuvieron proscriptas durante años en su país natal, y no fue si no años después que se produjo una inversión en los sentimientos de sus compatriotas.
RECORRIDO POR DUBLIN Sea como sea, hoy en día es casi imposible recorrer Dublín sin encontrar referencias a Joyce y a su obra: museos, galerías, estatuas, placas conmemorativas y, cómo no, una ruta Joyce muy bien montada y publicitada por la oficina de turismo dublinés. Es obvio que el 16 de junio es la única ruta que parece poder realizarse, pasando por lugares cargados de referencias literarias y por una cantidad nada desdeñable de pubs entre los cientos con los que cuenta una ciudad con merecida fama de bebedora empedernida. El mismo Joyce, al hablar de los establecimientos más visitados de su ciudad, alegó que ya que era imposible cruzar la ciudad sin pasar por un pub, lo mejor era conocerlos en profundidad. Ciertamente, Dublín no puede entenderse sin esa cultura cervecera, musical y tertuliana que se da en estos locales de sabor añejo y madera vieja como en ningún otro sitio, y de ello dan buena cuenta los personajes de Ulises, quienes visitan más de una docena de ellos. La oficina de turismo, sabedora de que además de Joyce, la cultura del pub es una buena manera de atraer visitantes, ofrece tours con guías muy especiales: actores o músicos que, al tiempo que cuentan la convulsa e interesante historia de la ciudad y sus habitantes nos invitan a sumergirnos en las verdaderas entrañas de la idiosincrasia dublinesa, o lo que es lo mismo, a ahogarnos en cerveza, Guinness, de ser posible. Como habitualmente se cuenta, los dublineses son apasionados del craic, la palabra irlandesa que –aunque raramente escucharás– designa la diversión, el humor y la hospitalidad. ¿Y dónde mejor para descubrir la esencia del craic que adentrarse en un pub, el auténtico meollo y centro de la vida social de Dublín?
DOS PARTES, DOS MUNDOS La ciudad está delimitada por dos grandes canales y partida en dos por el río Liffey, que la divide entre un elegante distrito sur y un más obrero y ecléctico distrito norte. En la parte septentrional, dominado por la arteria que es O’Conell Str., es donde quedan más recuerdos de Joyce y de la historia reciente, esa que se refiere a la independencia. El sur, más distinguido, se destaca por su arquitectura georgiana, su bohemio y masivamente visitado Temple Bar y las principales instituciones oficiales. En ambas partes de la ciudad, sin embargo, se observa el mismo amor por la literatura, no sólo por Joyce sino por un buen puñado de escritores que Irlanda y Dublín en particular han regalado al resto del mundo: los tres premios Nobel de literatura G. Bernard Shaw (1925), W.B. Yeats (1938) y Samuel Beckett (1969), además de Swift -–el agudo y visionario autor de Los viajes de Gulliver– y Oscar Wilde.
La que es una de las principales ciudades literarias de Europa tiene todo un museo dedicado a sus escritores –Dublin Writer Museum–, interesante por lo que se explica de sus biografías y obras, y de las corrientes literarias. Pero también porque el recorrido por sus salas es también un itinerario a través de la historia de Irlanda en general y de Dublín en particular, durante los últimos 300 años. Otra visita obligada es al Trinity Collage, la universidad capitalina, fundada en el siglo XVI, en la que estudiaron alumnos tan sobresalientes como los mencionados Wilde, Swift o Beckett. Entre sus elegantes estancias, se destaca la biblioteca, que alberga el Libro de Kells, un códice miniado medieval y una de las joyas celtas más conocidas.
Hay otras visitas imprescindibles en Dublín: la catedral de San Patricio, donde están enterrados el escritor y clérigo Swift y su amada Stella; el Castillo de Dublín, testigo de la historia de la ciudad y símbolo de la dominación inglesa; el inevitable Temple Bar, uno de los barrios más populares tanto para locales como para visitantes, con empedradas calles tapizadas de locales donde beber y escuchar música; el Half Penny Bridge, pequeño puente que enlaza Temple Bar con la parte norte de Dublín; los Quays o paseos al borde del río... Pero no debemos perdernos otras joyas de la ciudad más escondidas y menos publicitadas, como el barrio denominado Liberties, uno de los más antiguos, con un ambiente auténticamente bohemio y proletario al mismo tiempo, repleto de cafés, pubs, galerías, anticuarios y salas de música, y donde está la factoría de la cerveza irlandesa más famosa de todos los tiempo, Guinness, que este año celebra justamente el 250º aniversario de su fundación.
Informe: Julián Varsavsky
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