Dom 14.06.2009
turismo

ECOTURISMO > AMBIENTES ACUáTICOS BIEN PROTEGIDOS

La vida está en el agua

› Por Graciela Cutuli

¿Qué tienen en común las riberas frondosas del Pilcomayo y las lagunas casi urbanas de la Costanera Sur en Buenos Aires? ¿Qué comparten los acantilados y las zonas intermareales de la costa fueguina con los vistosos flamencos de la laguna mendocina de Llancanelo? ¿Cuál es la conexión entre el paisaje volcánico de la Laguna Blanca neuquina y el bullicioso mundo acuático de los esteros del Iberá? Todos estos sitios, situados en los cuatro extremos de la Argentina, forman parte de la Convención Ramsar que protege a los humedales del planeta: un acuerdo internacional que nació hace décadas para promover la conservación del ambiente de las aves acuáticas, pero que hoy extiende su protección a los humedales como pilares de la biodiversidad, estabilizadores del clima y reservas de recursos biológicos. Hace pocos días, a los 14 sitios argentinos que ya forman parte de la Convención Ramsar se sumó Entre Ríos, que presentó la documentación para proteger la Cuenca del Arroyo El Palmar. En total más de 1400 humedales de todo el globo, con una superficie que supera los 146 millones de hectáreas, forman parte de esta red que, más allá de los papeles, sorprende por su belleza y el llamado a la vida que brota de las aguas.

AGUAS DE ENTRE RIOS La Cuenca del Arroyo El Palmar, sobre el principal curso de agua que atraviesa el PN El Palmar, será el primer humedal protegido de Entre Ríos. La protección se extiende así a sus diversos ambientes: el palmar pastizal, donde prosperan las palmeras yatay, cuyas siluetas altas y espigadas caracterizan los paisajes del lugar; las selvas en galería de la ribera del Arroyo El Palmar y las costas del río Uruguay; los bosques semixerófilos de tala, molle y espinillos; los humedales y “tembladerales” (como se llama a las partes de circulación difícil) de Laguna Mala, donde se unen los Arroyos El Palmar y Barú; y los pastizales de las zonas altas. Este humedal, rico en vegetación acuática y en avifauna, tiene un papel vital en el equilibrio del frágil ecosistema del que forma parte: gracias a la interacción del agua, la tierra, las plantas y los animales, funciona como estabilizador de las costas, atenúa las crecidas, frena la erosión, permite la recarga y descarga de acuíferos y modera el clima. Sólo la preservación de sus condiciones originales, sin que esto impida la ganadería y la pesca artesanal, puede garantizar que este eslabón de la cadena natural siga cumpliendo su papel en la amplia cadena ambiental: gracias a la protección de la Convención Ramsar, será posible también mejorar los controles en materia de pesca, caza y fuego, además del desarrollo del ecoturismo y la realización de investigaciones para preservar especies en peligro como el “capuchino de collar”, un ave pequeña y vistosa de alas oscuras y collar blanco, en peligro crítico porque se la vende para enjaular. Además de este pájaro, que fue observado sobre todo en esta región de Entre Ríos, se pueden avistar cardenales, colibríes, patos, perdices, pájaros carpinteros, cotorras y urutaúes. La zona del Palmar también es hábitat de ñandúes, vizcachas, carpinchos y nutrias.

Durante la temporada invernal es tradicional combinar las propuestas de turismo –sea ecoturismo, caminatas por el Parque Nacional, avistaje de aves o recorrida por los pueblos históricos de la colonización europea en el Litoral– con el paso por las termas, que brindan aguas a altas temperaturas y ricas en minerales, en piscinas cubiertas o descubiertas.

HUMEDALES DEL NOROESTE El Norte del país concentra la mayor parte de los Sitios Ramsar: Laguna de los Pozuelos y Laguna de Vilama, en Jujuy; la Laguna Brava riojana; los Esteros del Iberá en Corrientes; el Parque Nacional Río Pilcomayo en Formosa; Jaaukanigás en Santa Fe y la Laguna de Mar Chiquita, en Córdoba. Sin importar las diferencias de altura, clima y paisaje, todos estos sitios sorprenden por su belleza y biodiversidad, incluso en condiciones extremas. Como las de la Puna, donde una altura de miles de metros sobre el nivel del mar parece crear, pese a la aparente adversidad, las condiciones ideales para la prosperidad de una fauna alejada de todo contacto con la contaminación o el turismo masivo.

En la Puna jujeña, el Monumento Natural Laguna de los Pozuelos –a unos 270 kilómetros de la capital provincial y a 3600 metros de altura– protege unas 15 mil hectáreas, entre Rinconada, Lagunillas, Yoscaba, Cieneguillas y Pozuelos. La superficie es siempre cambiante, según se trate de períodos más secos o húmedos: pero siempre se destacan, recortados contra el paisaje montañoso y profundamente silencioso, las siluetas de los elegantes flamencos, tal vez las más vistosas de las decenas de especies de aves que se encuentran en el lugar.

Las Lagunas de Vilama, cerca del poblado de Lagunilla del Faraón y del límite argentino-chileno-boliviano, están aún más alto, a 4500 metros sobre el nivel del mar: aquí se forma una serie de espejos de agua de distinta profundidad y salinidad, alimentados por aguas de deshielo, donde se avistan flamencos de distintas especies, gallaretas y, en las vegas de los alrededores, vicuñas y suris, el animal que los indígenas de la región consideraban sagrado. El paisaje está dominado por una vegetación árida, donde ponen color las matas de coirón, y la silueta cónica y nevada del cerro Vilama, de 5678 metros de altura. En los alrededores, sólo la nada; apenas algún caserío de adobe, siempre con las ventanas herméticamente cerradas, interrumpe la inmensa soledad de este paisaje aparentemente desierto, pero donde al agua pone un toque de vida. La misma soledad que reina en la Laguna Brava riojana, también de condiciones extremas, y por eso mismo de increíble belleza: a más de 4 mil metros y a 450 kilómetros de la capital provincial, se muestra como un espejo azul inmóvil pese al viento helado. Rodeada de salitre, que a veces se confunde con una nieve tenue, y vigilada a lo lejos por los volcanes más altos de América, este humedal de altura es el hábitat ideal de los flamencos, las vicuñas y los cóndores que aquí parecen refugiarse de cualquier alteración que ocurra en el mundo, miles de metros más abajo.

CALOR, AGUA Y VEGETACION Siempre en el norte, pero hacia el este, los humedales Ramsar cambian, como cambian el clima y el paisaje. El Parque Nacional Río Pilcomayo, en Formosa, junto al límite con Paraguay, es representativo del Chaco húmedo, con sus esteros, sus selvas en galería, los cañaverales y las lagunas que brotan por doquier. Un terreno irregular ayuda a la formación de estas lagunas y otros sectores inundables, convirtiendo a la región en un auténtico reino de agua. El paisaje se muestra verde, siempre verde: palmeras caranday, pastizales, montecitos que prosperan en los puntos más altos, son el refugio de una fauna que fascina a cualquier naturalista: pájaros carpinteros, loros, murciélagos, ñandúes, chuñas de pastas rojas, cigüeñas, garzas, yabirúes. Además de los osos hormigueros y coatíes, son propios de la región el aguará guazú (en peligro de extinción y extremadamente difícil de avistar) y los yacarés overo y negro. Por las dudas, cualquier conocedor de la región se encargará de avisar que ninguno de estos lugares se puede visitar sin botas y las demás precauciones necesarias para los pajonales y bañados donde viven víboras venenosas. El Parque Nacional se recorre en parte a pie y en parte en vehículo, siguiendo distintos senderos interpretativos: el de la Laguna Blanca (donde es posible embarcarse en botes sin motor), el de los Tesoros Ocultos de la Naturaleza y el de los Secretos del Monte, que permite conocer las diferentes especies vegetales.

Las grandes estrellas de la región son, sin embargo, las “aguas brillantes” de los Esteros del Iberá, en torno de la laguna del mismo nombre. Es el segundo humedal más grande del mundo, formado por una infinidad de pantanos, bañados, lagunas y riachuelos, un reino de camalotes e irupés donde prospera la fauna acuática y algunas especies en vías de extinción, como el ciervo de los pantanos. Reino de agua y laberinto vegetal, ya que entre islas, bosquecillos y “embalsados” –las islas flotantes de vegetación– todo se vuelve a la vez igual y diferente, cambiante y eterno como la naturaleza misma. Colonia Pellegrini es uno de los mejores puntos de partida para recorrer los esteros, donde se ven frecuentemente lobitos de río y carpinchos, además de los yacarés negro y overo. Este también es un ecosistema favorable a las víboras, incluyendo las vistosas y altamente peligrosas yarará y coral. Junto a Colonia Pellegrini, el Centro de Interpretación brinda toda la información necesaria para aprovechar mejor la visita, que es altamente recomendable realizar con guías y conocedores de la zona, sea en caminatas a pie o en salidas embarcadas diurnas y nocturnas.

CORDILLERA Y PATAGONIA En el extremo opuesto a las Lagunas de Guanacache –un sitio Ramsar de bañados y lagunas encadenadas compartido entre el nordeste de Mendoza y el sudeste de San Juan– está la Laguna de Llancanelo, uno de los principales atractivos turísticos de la región de Malargüe. La laguna, de más fácil acceso que las de Jujuy o La Rioja por estar a menor altura, se encuentra a 1300 metros sobre el nivel del mar. Se destaca por las dimensiones –unos 50 kilómetros de largo por sólo 12 o 15 de ancho– y su escasa profundidad, de apenas medio metro en promedio. Debido a los suelos salitrosos de la región, sus aguas son saladas, pero es uno de los poquísimos reservorios naturales de agua de toda esta región, de por sí muy árida. Así que, además de avistar las colonias de flamencos que “pescan” en sus aguas, se ven con mucha frecuencia manadas de ñandúes y guanacos al borde del camino que lleva desde la Ruta 3 al punto de avistaje organizado para el turismo. En total 24 especies de aves anidan en sus inmediaciones, pero en verano se pueden divisar más de 70 especies distintas de pájaros a orillas de la laguna, todo un paraíso para los ornitólogos.

Más al sur, Neuquén tiene el único humedal Ramsar de la Patagonia continental. Desde 1940, la Laguna Blanca está protegida dentro de un Parque Nacional, como refugio de las colonias de cisne de cuello negro que nidifican en sus orillas. Este humedal de montaña se encuentra a unos 30 kilómetros de la ciudad de Zapala, en el oeste de la provincia. A más de 1200 metros de altura, con una superficie de unas 1700 hectáreas, la laguna es el hábitat de los cisnes, pero también de flamencos, playeros, macaes plateados y muchas otras especies. Se estima que un centenar de especies de aves viven o pasan parte del año en la zona de la Laguna Blanca. En las montañas que la rodean hay también colonias de aguiluchos y halcones, y no es raro divisar la majestuosa silueta de los cóndores proyectando su extensa sombra sobre el suelo.

EN EL EXTREMO SUR El más austral de los sitios Ramsar de la Argentina –y del mundo– se encuentra en Tierra del Fuego, y alberga buena parte de la franja costera atlántica de la isla al norte y al sur de Río Grande. Cubre en total una superficie de 28.600 hectáreas a lo largo de esta costa. Además de ser un sitio Ramsar desde 1995, es una Reserva Provincial Natural que protege una franja de tierras bajas costeras y acantilados. En su parte norte rodea toda la Bahía de San Sebastián, un valle glacial cubierto por el mar. En esta costa, las mareas son muy grandes y el área intermareal es muy ancha, una característica geográfica que atrae a importantes colonias de aves migratorias. De hecho, la Bahía de San Sebastián es una de las principales áreas del país por su diversidad de especies de aves costeras y es un sitio calificado como “Area de Aves Endémicas” por el organismo Birdlife International.

Los demas sitios Ramsar argentinos

Bahía de Samborombón. Es la “pancita” que distingue a la provincia de Buenos Aires, sobre la costa del Río de la Plata. Aquí desembocan varios ríos, arroyos y canales artificiales. Las costas son de relieve bajo, como prolongación de la llanura pampeana, y en el extremo sur se encuentran los bancos del Cabo, del Tuyú y San Agustín, y varias reservas, desde Punta Indio hasta Campos del Tuyú y Punta Rasa.

Bañados del Río Dulce y Laguna de Mar Chiquita. Es el lago más grande de la Argentina y, como su nombre de “mar” lo indica, el quinto lago salino del globo. Es, además, uno de los mayores humedales del mundo junto con los Bañados del Río Dulce. De poca profundidad –entre medio metro y diez metros como máximo–, las aguas de esta laguna son el corazón de un ecosistema que alimenta a cientos de especies de aves, además de mamíferos, reptiles y anfibios.

Jaaukanigás. “Gente de agua” es el significado en lengua aborigen de este humedal situado en el nordeste santafesino. Aquí se preserva el ecosistema y la diversidad biológica de los Bajos Submeridionales, una zona inundable del río Paraná, a pesar de la actividad agroindustrial propia de la zona y sus consecuencias para el ambiente.

Humedales Chaco. Se trata de la llanura aluvional de los ríos Paraguay y Paraná, en la provincia de Chaco, que abarca unas 50 mil hectáreas. Se la considera como una de las áreas de mayor diversidad biológica del país, con más de 400 especies de fauna, algunas de ellas en peligro de extinción (entre ellas la extraña “lepidosirena”, el lobito de río y el ciervo de los pantanos).

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