ESPAÑA EL MADRID DE LAS LETRAS Y DE LOS AUSTRIAS
Desde la Plaza Santa Ana, un paseo por las calles donde vivieron Miguel de Cervantes, Lope de Vega y Tirso de Molina. Y un recorrido de la Puerta del Sol a la Plaza Mayor, corazón del señorial Madrid de los Austrias.
› Por Julián Varsavsky
Madrid es una ciudad moderna y conservadora. Tan moderna que tiene barrios como el de Chueca, centro de la movida gay. Y tan conservadora como el barrio “pijo” y recoleto “de los Austrias”, donde se respira un ambiente monárquico. Pero también está el Madrid de las Letras, un barrio que les rinde culto a los escritores del Siglo de Oro como Cervantes y Lope de Vega, cuyas casas se conservan. A continuación, un recorrido por dos de los rostros de la multifacética Madrid, el “de las Letras” y el “de los Austrias”.
EL MADRID DE LAS LETRAS Bajando por el españolísimo Paseo del Prado para doblar hasta la estación Atocha, se ingresa en el Madrid de las Letras, un barrio literario donde sobrevuelan los espíritus de Cervantes, Góngora, Lope de Vega y Quevedo. Aun hoy este sector de la ciudad tiene al menos parte de una arquitectura que remite al renacimiento español, y si a eso se le suma que casi todas sus calles son peatonales, la ausencia de autos crea un ambiente de viaje literario que uno se imagina no tan diferente del que verían Félix Lope de Vega y Miguel de Cervantes cuando salían de sus casas y se cruzaban intercambiando un amable pero poco sincero saludo. Desde la ventana de la casa de Don Miguel se ve la casa de Don Félix, y como sugiere la chismografía de la época, esos dos gigantes se odiaban y celaban profunda y silenciosamente.
Entre los siglos XVI y XVII frecuentaron en este barrio –alrededor de la calle Huertas– otros escritores famosos como Tirso de Molina y Calderón de la Barca. En aquel entonces la ciudad medieval comenzaba a convertirse en la capital de un gran imperio ultramarino, con Carlos I a la cabeza.
El paseo por el Madrid de las Letras puede comenzar en la Plaza Santa Ana, frente a las estatuas de Calderón de la Barca y el contemporáneo García Lorca. Podría decirse que, más o menos en esta plaza, comenzó hace varios siglos la vida teatral madrileña. Y fue gracias a una tal María Pacheco, quien cedió su corral de gallinas para una serie de pequeñas representaciones teatrales que comenzaban al mediodía y continuaban hasta bien entrada la noche. El Corral de la Pacheca fue aggiornando su nombre y aspecto para llamarse Corral del Príncipe, un lugar de esparcimiento que se hizo muy popular entre los madrileños, quienes asistían aquí a las obras de Calderón de la Barca y luego de Lope de Vega. Lo curioso es que, a lo largo de los siglos, la efervescencia artística se profundizó concentrándose en ese lugar, especialmente cuando en 1849 se levantó sobre el mismo corral el Teatro Español, hoy dentro de la Plaza Santa Ana. Muy cerca de allí, en la calle del Príncipe, todavía funciona el Teatro de la Comedia, inaugurado en 1875. Y como para que nadie ose decir que la zona es pura nostalgia y tradición, frente a la Plaza del Angel está el Café Central, por donde pasan regularmente muchas estrellas del jazz mundial.
La Plaza Santa Ana es el centro neurálgico del barrio, pero su eje es la calle Huertas, un lugar con gran animación nocturna que atrae a muchos estudiantes y turistas. Como es peatonal los caminantes pasan por encima –aunque con respeto– de algunos versos cincelados en el suelo seleccionados de la obra de Góngora, Quevedo y Bécquer, quienes vivieron o frecuentaron mucho la zona. En la Plaza Matutes está el edificio de la imprenta del periódico El Imparcial, donde trabajó Adolfo Bécquer. Y cruzando la calle León estaba el mentidero de los Comediantes, donde se reunían los actores a pasar sus horas de ocio.
El icono mayor del barrio es por supuesto Miguel de Cervantes, quien se encuentra enterrado en el Convento de las Trinitarias, el mismo de aquellas monjas que juntaran el dinero que pagaría la fianza para liberar al escritor preso en las mazmorras argelinas por cinco años. Una de las dos últimas casas que habitó Cervantes está en la calle Francos (hoy Cervantes), muy cerca de la de su enemigo Lope de Vega, con quien se veía muy seguido en diferentes eventos.
Lope de Vega era un dramaturgo de fortuna adorado por el público y las mujeres, mientras que Cervantes era un novelista de escaso éxito y falto de dinero. Y entre diversas cosas que tuvieron en común, además de la calle donde vivían, dicen los mentideros de la época que compartieron una amante y su devoción por el Convento de las Trinitarias, a donde habían ordenado a sus hijas.
Frente al Convento de las Trinitarias, en la esquina de la calle Lope de Vega, una placa indica la que fuera la casa de Quevedo, quien era un hombre cercano y querido por el pueblo llano y habitué de los ambientes marginales y los prostíbulos.
Ya sobre el final del barrio está el Paseo del Prado y la Plaza de las Cortes, donde hay una estatua de Cervantes y muy cerca de allí está el Ateneo de Madrid, un célebre centro de reuniones para charlas, foros y eventos culturales inaugurado en 1884. En los alrededores están los museos del Prado, Thyssen-Bornemisza y Reina Sofía.
EL MADRID DE LOS AUSTRIAS La zona más pintoresca de la ciudad histórica es el Madrid de los Austrias, construido cuando Madrid fue declarada por la dinastía de los Habsburgo –entre el 1561 y el 1700– capital de España y también de un imperio que se extendía hasta los Países Bajos y gran parte de América.
El recorrido se puede comenzar andando los pocos metros que separan la Puerta del Sol de la Plaza Mayor. Esta última equivale al corazón mismo del Madrid de los Austrias y tiene una forma rectangular encerrada por señoriales edificios de tres pisos y soportales con arcadas donde abundan tiendas de sombreros, bisutería, tabernas y restaurantes.
A la Plaza Mayor se accede por varios arcos, el más famoso de ellos llamado de los Cuchilleros. Y en su centro se erige una estatua ecuestre de Felipe III colocada allí en 1848. Pero los orígenes de esta plaza se remontan mucho más atrás, cuando se la inauguró oficialmente en 1620 con las celebraciones por la beatificación de San Isidro. Tres años después ya se la usaba como plaza de toros y para espectáculos públicos más terribles, como los autos de fe propugnados por la Inquisición. En 1680, por ejemplo, a lo largo de todo un día que contó con la presencia de los reyes, fueron quemadas vivas 21 personas acusadas de diferentes sacrilegios.
Desde la Puerta del Sol, cruzando la calle Arenal, se llega a la Plaza de Isabel II –donde está la Opera de Madrid– y luego a la Plaza de Oriente, desde cuyos bancos se puede contemplar la imponencia del Palacio Real de la monarquía española.
El Madrid de los Austrias también tiene un área verde de 20 hectáreas en los jardines llamados Campo del Moro, justo detrás del Palacio Real, en una depresión del terreno. Pero no es muy visitado porque la única entrada está lejos del palacio, en la estación de metro Príncipe Pío. Su nombre proviene de que en esos bajos se asentaron las tropas almorávides en el 1100 frente a las murallas de la ciudad, que en aquel tiempo estaban justo donde está ahora el Palacio Real.
Subiendo por la calle Puñoenrostro, dejando atrás la iglesia de San Miguel, se llega a uno de los edificios religiosos más singulares del Madrid de los Austrias: el Convento de Corpus Christi o de Las Carboneras. Su interior no es especialmente atractivo, pero vale la pena entrar para comprar algunos de los mejores dulces caseros que se hacen en todo Madrid, obra de las monjas de clausura de ese lugar. Si la puerta del convento está cerrada, hay un portero eléctrico donde el santo y seña es “Ave María Purísima”. Y del otro lado, una voz como de ultratumba responde “sin pecado concebida”, e inmediatamente se abre la pequeña puerta de madera que obliga a agacharse para ingresar. Entonces se atraviesa un patiecito al final del cual está el torno, que es un sistema de madera que podría compararse con una ventana con un compartimiento que gira y permite que pasen los dulces de un lado al otro de la pared, sin que se pueda ver la cara de las monjas de clausura. Y al mismo tiempo que se coloca la plata en el torno, del otro lado una mano invisible pone la bolsita con los dulces. Entonces el torno gira y está listo el intercambio. La experiencia tiene su cuota de tenebrosidad, pero vale la pena para probar los deliciosos naranjines acaramelados, la pasta de almendra y los mantecados de yema de las monjas Carboneras.
El convento del Corpus Christi o de las Carboneras tiene una historia increíble. Fue fundado el 20 de septiembre de 1605 por la condesa Beatriz Ramírez de Mendoza, con el permiso del cardenal de Toledo. Y la razón por la cual pasó a conocérselo como Convento de las Carboneras se remonta al 11 de junio de 1667, cuando unos niños jugaban en la calle con un lienzo pintado que uno de ellos había sacado del sótano de la carbonería de su padre. Por milagro o casualidad, pasó por el lugar un padre franciscano llamado fray José de Canalejas y observó el lienzo sucio de carbón donde se perfilaba el rostro de la Virgen María. Y cuando se enteró de la procedencia lo recogió y lo hizo llevar en procesión al convento más próximo, que era el de Corpus Christi. A partir de allí, la virgen del convento pasó a ser conocida como La Carbonera, al igual que las monjas del convento se convirtieron en Las Carboneras.
La calle del Sacramento es una de las que mejor mantiene el carácter señorial del Madrid de los Autrias, con numerosos palacios como el O’Reilly, levantado en el siglo XVIII. Otra es la Casa de Iván de Vargas, un caserón medieval que se dice habría sido la vivienda de San Isidro Labrador, quien era siervo de una poderosa familia aristocrática. Y un último lugar curioso es la iglesia de San Ginés, que tiene un cocodrilo embalsamado bajo el altar, una rareza casi siempre tapada porque atrae a demasiados curiosos cuya presencia molesta a los fieles que van a rezar.
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