Dom 21.06.2009
turismo

LA RIOJA > UN ITINERARIO DíA POR DíA

De los llanos a los Andes

Una travesía de una semana por los paisajes riojanos: la Quebrada del Cóndor, la Cuesta de Miranda, la mina de oro abandonada de La Mejicana y los nuevos circuitos del Parque Nacional Talampaya. Y desde la capital de la provincia, un recorrido por la serie de pueblitos al pie de las sierras de Velasco.

› Por Julián Varsavsky

La Rioja es una provincia que muchas veces los viajeros no recorren a fondo, conformándose apenas con visitar el Parque Nacional Talampaya desde San Juan. Pero La Rioja merece un viaje por su territorio de poco más de una semana para conocer sus paisajes resecos, pero muy coloridos que esconden rincones virginales y de asombrosa belleza como la Quebrada del Cóndor, la mina de oro La Mejicana, la Cuesta de Miranda, pueblitos semifantasmas pegados a la cordillera de los Andes como Alto Jagüe, y los circuitos alternativos del Parque Nacional Talampaya. A continuación, un itinerario día por día de una travesía por la tierra riojana.

EL VUELO DEL CONDOR Por lo general se ingresa a La Rioja desde el sur por la Ruta Nacional 38 vía Córdoba. Por eso la primera estación de esta gira es la Quebrada del Cóndor. El trayecto hasta allí atraviesa un extraño paisaje de suaves lomadas abarrotado de rocas gigantes de granito, donde cada tanto aparecen pastores arreando majadas de cabritos y solitarios hombres a caballo.

Al llegar al paraje Santa Cruz de la Sierra se descubre entre unas arboledas el puesto Posta Los Cóndores, que sirve de alojamiento y base para llegar a caballo a la zona de los avistajes. Su dueño, José de la Vega, cuyos tatarabuelos, bisabuelos, abuelos y padres vivieron en la centenaria Posta, recibe a los visitantes con un cabrito asado en horno de adobe que se deshace en la boca como manteca.

A la mañana siguiente los caballos están listos desde temprano para salir en busca de los cóndores. En el camino, las vertientes de agua se multiplican alimentando un imponente verdor y los manantiales forman quebradas con grandes piletones naturales donde pasan truchas como rayos. Los esforzados caballos suben despacio chocando sus cascos contra las rocas y a veces se resisten a avanzar. Pero llega un momento en que no hay más terreno llano sino rocas enormes pegadas una a la otra y se debe seguir a pie hasta el imponente balcón natural donde se ven los cóndores, al borde de una gran meseta. Abajo se extiende la vasta llanura de los llanos riojanos hasta el infinito.

El encuentro con los cóndores está sujeto a los azares y se pueden ver veinte al unísono, uno o ninguno. Aunque la posibilidad es muy alta, ya que a metros de allí estas majestuosas aves tienen sus apostaderos entre las escarpadas oquedades, desde donde parten una tras otra al amanecer y regresan con la caída del sol. A veces pasan a vuelo rasante, a unos diez metros sobre la cabeza de las personas.

Lo ideal es quedarse al menos una o dos noches en la Quebrada del Cóndor y hacer salidas de pesca o visitar un sitio con pinturas rupestres. Pero por sobre todo la idea es simplemente descansar, disfrutando de la tranquilidad absoluta en un ambiente virginal y solitario como habrá pocos en el resto del país.

HACIA EL NORTE La gira riojana continúa hacia el centro-norte de la provincia rumbo a la localidad de Chilecito por las rutas nacionales 38 y 74. Allí se puede dormir una o dos noches para visitar primero los restos de un cablecarril abandonado que ascendía a más de 4000 metros de altura en la montaña transportando minerales extraídos de una mina. Hoy en día sus nueve paradas se han convertido en un atractivo turístico y se las puede recorrer con una travesía en 4x4.

La excursión más interesante que se hace desde Chilecito pasa por la ciudad de Famatina rumbo a la mina de oro y plata abandonada La Mejicana. El paseo se puede hacer con vehículo propio doble tracción (con un guía) o contratando la excursión en alguna empresa de la zona. El camino avanza por sinuosas cuestas cordilleranas y al llegar a la Cuesta Blanca se abre un panorama de colores intensos con montañas que dejan ver sus minerales al desnudo gracias a la nula vegetación que hay en la altura. Las laderas parecen recubiertas por un terciopelo rojo, blanco, negro, lila y gris que brillan bajo cielos azulísimos. Pero la aventura continúa y el vehículo sube hasta superar los 4000 metros de altura en La Cueva de Pérez. El recorrido termina en la fantasmal estación nueve del cablecarril, llena de transportes de carga abandonados, rieles destruidos, carteles desperdigados por el suelo, las ruinas de las casillas de los trabajadores y un gran socavón con los despojos del sistema de andamiaje.

RUMBO A TALAMPAYA Desde Chilecito el siguiente destino es la ciudad de Villa Unión, ideal para visitar el Parque Nacional Talampaya y otros destinos de la zona. Se llega por la Ruta 40 pasando por la Cuesta de Miranda, un espectacular camino de cornisa flanqueado por profundos valles y desfiladeros, que avanza junto a colosales paredones al rojo vivo a lo largo de 10 kilómetros erizados de cardones.

Una vez instalados en Villa Unión las alternativas son muchas así que habrá que elegir (conviene quedarse un mínimo de tres noches). El día siguiente se puede dedicar a visitar el Parque Nacional Talampaya, y si la idea es recorrer a fondo los diferentes circuitos hay que ir temprano en la mañana y quedarse hasta el atardecer. Aunque la opción más relajada sería recorrer el parque sin exigencias durante dos días. Por un lado están los tres circuitos tradicionales que insumen unas siete horas en total más el tiempo para almorzar, ocupando un día completo. Y al día siguiente se puede regresar al parque para hacer el circuito llamado Ciudad Perdida, bastante diferente a los demás (lleva unas tres horas y media en vehículo y otras tres caminando).

El trayecto hacia Ciudad Perdida comienza por el lecho seco del río Gualo, donde se deja el vehículo y comienza una caminata sorteando elevadas dunas y pampas pobladas por guanacos. Al llegar a un mirador natural en una elevación del terreno, el desértico panorama se abre en un impresionante “cráter” de tres kilómetros de extensión con fantásticas formaciones que se asemejan a las ruinas de una ciudad fantasma destruida por una lluvia de meteoritos. Ciudad Perdida es una gran depresión en el terreno rodeada por farallones de 250 metros de altura. Vista desde arriba, parece un intrincado dédalo de grietas, galerías sin salida y sinuosos cursos de agua resecos que se bifurcan al arbitrio de las lluvias y el viento. Esta formación surgió hace 120 millones de años y por su centro corre un arroyito milenario que algunos visitantes relacionan con la Ciudad de los Inmortales en el famoso cuento de Borges: “Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la opuesta margen resplandecía (bajo el último sol o el primero) la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento era una meseta de piedra”.

Por un flanco se desciende al interior de la Ciudad Perdida para recorrer sus interminables laberintos diseñados por las corrientes de agua de lluvia, que cada verano renuevan estos misteriosos recintos de arenisca. Entre los tesoros escondidos, hay una pequeña pirámide casi perfecta y un pozo de 100 metros de ancho por 30 de profundidad.

Las otras alternativas en Talampaya son visitar un circuito nuevo llamado Cañón Arco Iris, que da otra perspectiva del parque (se tardan tres horas y media), una excursión en bicicletas que se alquilan en la intendencia del parque, y también una caminata por la Quebrada Eduardo recorriendo los farallones por arriba, una alternativa que lleva un día entero. Y además está la opción de hacer una visita al parque con luna llena, que se hace cinco veces al mes.

La ciudad de Villa Unión también sirve de base para conocer el Parque Provincial Ischigualasto (Valle de la Luna) en la vecina provincia de San Juan, una excursión que insume medio día.

Desde Villa Unión se puede visitar la cordillera riojana, especialmente el paisaje de la Laguna Brava, que está entre los más espectaculares de la provincia. Aunque en los meses de invierno nunca se tiene la seguridad de poder llegar hasta la laguna, el tramo inicial de esta excursión se puede hacer todo el año para visitar el curioso pueblito de Alto Jagüe, una rareza difícil de explicar a simple vista: durante décadas –en los días de lluvia– la reseca y única calle de Alto Jagüe se convertía en el lecho de un río que fue cavando dos barrancas. Como resultado, hoy ha quedado a los costados de la calle una pared de tierra muy dura que oscila entre los dos y tres metros de altura. Y arriba están las casas –todas de adobe– a las que se llega por los irregulares peldaños de la pequeña barranca. En la puerta de algunas casas cuelgan ramitos de ruda macho para ahuyentar al demonio. Y a veces las ráfagas de un repentino viento zonda levantan una nube de polvo que hace desaparecer al pueblo por unos instantes (hay quienes les dicen a los forasteros incrédulos que no siempre reaparece en el mismo lugar).

POR LA COSTA RIOJANA Desde la capital de La Rioja, una ciudad que parece un pueblo grande, casi sin edificios altos y sin mayores atractivos salvo el museo arqueológico Inca Huasi, se puede hacer un curioso recorrido por los pueblitos de la llamada Costa riojana –Anillaco es el más famoso de ellos–, que por supuesto no están en ninguna costa sino a la vera de la Ruta Nacional 45, rodeados de pinos, nogales y álamos entre los que se pueden ver decenas de casitas enclavadas al pie de las sierras de la cadena del Velasco. La mayoría de los pueblos tiene alrededor de 800 habitantes y hay casos como Santa Vera Cruz que no supera los 130 pobladores estables. La mayoría de ellos vive del cultivo de nogales y olivo y la cría de cabras.

Las Peñas es el primer poblado de este itinerario –a 55 kilómetros de la capital–, con sus casas desperdigadas entre enormes peñones de granito. Después de atravesar el pueblo de Aguas Blancas se llega a Pinchas para visitar la casa de Doña Frescura, una conocida campesina que teje de manera artesanal los mejores tapices de la región.

El viaje continúa hacia Anillaco, el pueblo más desarrollado de la zona, donde hay algunas mansiones llamativas como la famosa Rosadita y la casa de Carlos Alderete, ubicada casi enfrente. Sin embargo, Anillaco es hoy en día un pueblo en decadencia, con La Rosadita en venta, la famosa pista de aterrizaje llena de yuyos y bosta de caballo, las bodegas Menem con el cartel cambiado por otro que dice San Huberto, y la hostería Los Amigos cerrada ya que nadie viene a quedarse a Anillaco como en sus tiempos de “gloria”. A diferencia de los otros pueblos, todas las calles de Anillaco están asfaltadas, casi lo único que quedó de su “época de oro” junto con un centro de investigación científica.

A cinco kilómetros de Anillaco está el pueblo Los Molinos, que en su plaza principal conserva los restos de dos molinos harineros del siglo XVIII instalados por los españoles. Al recorrer los pintorescos callejones de tierra del pueblo se disfruta de la sombra generosa de los almendros, ciruelos, nogales y membrillos, que en el verano prodigan abundante fruta para la producción de dulces artesanales.

El último poblado de la Costa riojana es Santa Vera Cruz, donde se respira un ambiente silencioso con aroma a verde, en medio de nogales y álamos entre los que corren arroyos. Las casas están muy espaciadas una de la otra, con extensos jardines adelante y atrás. Y la exuberancia de las flores es el elemento común de este pueblo: campanitas blancas, lilas y violetas; crisantemos rosados y fucsias, y cantidades de hortensias y dalias. Santa Vera Cruz está en medio de un gran valle y sus callecitas de tierra se despliega sin mayores simetrías, subiendo y bajando al antojo de las ondulaciones del terreno. Y el lugar más llamativo del pueblo es el “castillo” de Dionisio Aizcorbe, un ermitaño octogenario oriundo de la provincia de Santa Fe que murió hace pocos años y se construyó con sus propias manos una extravagante casa que hoy se visita, con profusión de esculturas en el jardín y en las paredes externas. Esta particular morada se levanta al pie de los cerros y se ingresa por un portón que tiene en el arco superior unas aspas de molino pintadas de amarillo, naranja y ocre, y una dedicatoria: “Homenaje a Vincent van Gogh”.

EL CHIFLON

El Parque Provincial El Chiflón está a una hora del Parque Nacional Talampaya, sobre la Ruta Nacional 150. Se puede visitar en una excursión de día completo desde Villa Unión. Se trata de otro gran afloramiento sedimentario del período Triásico, donde llaman la atención una extrañas formaciones de arenisca cinceladas por el viento con colores y formas distintas a las del Valle de la Luna y Talampaya. Su nombre proviene del llamativo ulular del viento dentro del parque, que les da un toque misterioso a las formaciones. Existen tres circuitos relativamente cortos dentro de El Chiflón que se pueden hacer en una sola jornada, siempre con un guía autorizado. En el camino aparecen restos de troncos petrificados de 250 millones de años y también morteros cavados en la piedra por aborígenes prehispánicos y dos petroglifos. El Chiflón está a 72 kilómetros al oeste de Patquía por la Ruta Nacional 150.

Dónde alojarse: - En Chilecito: Torres del Cerro Apart. Santa Rosa 880 Tel.: 03825-424662 15-669638.

- En Villa Unión: Hotel Pircas Negras (www.pircasnegras.com.ar).

- Quebrada del Cóndor: www.postaloscondores.com.ar/turismo.

Excursiones: - Mina La Mexicana: empresa Corona del Inca (www.coronadelinca.com.ar).

- Talampaya con luna llena: empresas 13 Lunas (www.talampaya13lunas.com.ar) y Runacay (www.runacay.com).

Más información: Casa de La Rioja. Callao 745, Tel.: 4813-3417 www.turismolarioja.gov.ar - www.talampaya.gov.ar

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