HOLANDA > VOLENDAM, UN ANTIGUO PUEBLO PESQUERO
Volendam es un pequeño y antiguo poblado de pescadores a orillas del lago Yssel y a sólo 22 kilómetros de Amsterdam. Un puerto que fue marítimo en la época medieval y que se convirtió en lacustre cuando los diques lo alejaron del mar. Crónica de un recorrido por callejuelas donde no circulan autos, entre canales y puentes levadizos.
› Por Astor Ballada
Las pescaderías de Holanda suelen llamarse Volendam, aunque hace ya mucho tiempo que ese nombre perdió su significado emblemático original. Hasta el siglo XIV, Volendam era el afamado puerto pesquero de la vecina ciudad de Edam, desde donde se proveía pescado para todo el país. Pero en 1357, con la construcción del puerto de Edam, el hasta entonces “exclusivo” pueblo marinero quedó un poco a la deriva. Sin embargo, los pescadores y campesinos siguieron haciendo lo suyo con más humildad y esfuerzo. Casi sin querer y silenciosamente, continuaron perpetuando en Volendam el sesgo típico de la Holanda medieval. Así fueron pasando los siglos hasta que en las últimas décadas comenzó a florecer la industria turística que aprovechó el circunstancial y prodigioso “detenimiento en el tiempo”, para competir palmo a palmo con la ancestral actividad pesquera. Pesca que se había reducido aún más durante la tercera década del siglo XX, cuando la costa de Volendam dejó de ser marítima como consecuencia de la colocación de grandes diques en la desembocadura holandesa del Mar del Norte. Y como por arte de magia, de salada, el agua pasó a ser dulce. Ahora, las costas de Volendam están bañadas por el lago Yssel.
VENECIA NORDICA Al llegar a Volendam, el visitante pronto descubre que, como si fuera una Venecia nórdica, la fisonomía de este pueblo portuario está determinada por las calles angostas, los canales y los puentes levadizos. El puerto se siente en todos lados, y al llegar a él, la vista queda atada a la sucesión de embarcaciones de pesca y veleros de paseo; todos, a la usanza lacustre holandesa: con quillas y mástiles retráctiles para sortear tanto la escasa profundidad que hay en muchos lugares del lago como los puentes que serpentean los pequeños canales.
Por las calles linderas como Dijk o Conijnstraat no faltan los locales con souvenirs (sombreros y suecos, principalmente; por cierto, más baratos que en Amsterdam); en tanto, en las pescaderías deslumbran las anguilas y los siempre azulados arenques. Pero es difícil que uno, como paseante, vaya a cocinarlos, así que habrá que aprovechar los restaurantes y bares. Un consejo: elegir en el menú alguna de las múltiples presentaciones de anguila ahumada.
Por supuesto, hay holandeses. Estos pronto confirman el dato que acostumbran dar las estadísticas: la bicicleta es el principal medio de locomoción. Pero lo que más llama la atención de los más de 20 mil habitantes de Volendam es la naturalidad con que alternan ropaje; los hay vestidos a la usanza urbana occidental y actual, pero también hay quienes (los menos) eligen las prendas tradicionales, de inspiración medieval, que se hacen decididamente visibles durante los días festivos. Las celebraciones de verano son un fiel ejemplo de ello. Principalmente cuando, entre coloridas polleras y abundantes puntillas, abundan los sombreros y las capelinas que suelen cubrir los rostros de las mujeres más jóvenes, aunque, por suerte, no siempre impiden entender por qué el escudo local les rinde homenaje.
Más allá del puerto no hay puntos específicos para visitar, pero Volendam se presta al flaneur (o en criollo, caminar al tun tun), que para muchos es la mejor manera de dar con la esencia de los lugares. Entonces, se descubrirá que el pueblo conforma un particular laberinto (Doolhof, en holandés) de calles y canales, y también que el verde es el color de la mayoría de las casas, cuyos techos a dos aguas se recortan en el cielo en ángulos inusitadamente agudos. Algunas de ellas están elevadas sobre el suelo, como un recuerdo de que alguna vez, antes de construirse los diques de la ingeniería hidráulica holandesa del siglo XX, Volendam se inundaba. Y la mayoría, por no decir todas, son de madera. Un lugareño nos explicó (en inglés, que es la tercera mejor manera de comunicarse, luego del holandés y el alemán): “Ninguna casa podría hacerse de piedra, se hundiría, ya que el terreno es muy blando”.
MARKEN, UNA EX ISLA Si se está en Volendam, difícil será evitar la tentación de visitar su isla satélite, Marken. Aunque, a decir verdad, no es una isla, ya que desde 1957, los 25 kilómetros de distancia que hay entre ambos están unidos por un dique-autopista, convirtiendo desde entonces a Marken en una suerte de península de Volendam.
La sensación de estar en un poblado de pescadores como Volendam se intensifica en la ex isla. El puerto –más pequeño– y las embarcaciones características están; las casas también, y siguen el mismo patrón que en Volendam; pero lo que cambia son las calles, que no existen. O, por lo menos, este cronista no las vio. Entonces, caminar por Marken es atravesar los jardines de las casas, esquivando los juguetes de los chicos o viendo cómo una mujer cuelga la ropa.
Y si en Volendam se podía ver a personas ataviadas con la vestimenta tradicional, aquí el porcentaje aumenta, pero con menos pretensiones. Preguntando, nos enteramos de que la utilización de zuecos de madera (klopen) tiene su origen en la ancestral dificultad de conseguir cuero. Los lugareños también nos hacen saber que Marken está por debajo del nivel del mar, y que los diques que vimos en la orilla lo protegen de las inundaciones. La sensación “anfibia” se acrecienta y termina de sorprendernos cuando, caminando entre los canales, descubrimos el cementerio local. Rodeadas por agua, las lápidas con nombres, numeradas o “anónimamente” olvidadas, parecen ser el vínculo último de estos habitantes con el tesoro acuático que desde hace siglos les da razón de ser.
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