BRASIL > ILHEUS, EN EL SUR DE BAHíA
Un viaje a Ilheus, la ciudad que alcanzó su apogeo en los años dorados de la producción del cacao y donde el escritor Jorge Amado situó varias de sus novelas, entre ellas la célebre Gabriela, clavo y canela. Un recorrido por sus calles siguiendo los pasos del gran autor bahiano. Y a unos 70 kilómetros, la belleza tropical de las playas de Itacaré.
› Por Julián Varsavsky
Ilheus vivió su época de oro a finales del siglo XIX, cuando los “coroneles del cacao” impulsaron el desarrollo de la ciudad. En esos años se construyeron lujosas villas y palacetes, teatros, una catedral neoclásica; se abrieron legendarios cabarets y casas de juego junto al puerto, y se diseñaron plazas con aires parisinos y estatuas de mármol. Todo entremezclado con una verde exuberancia tropical frente al mar.
Es también la ciudad donde se crió Jorge Amado y el escenario de Cacao y Gabriela, clavo y canela, dos famosas novelas del escritor brasileño. De aquel esplendor quedan los fastos avejentados de una majestuosa urbe en decadencia por la caída de la industria del cacao, a raíz de una plaga incontrolable llamada Escoba de Bruja. Esto mantuvo a Ilheus como detenida en el tiempo, con poca arquitectura moderna y un aire pueblerino, tal como uno se la imagina en las novelas de Amado.
En la casa donde el escritor vivió los primeros doce años de su vida (hasta 1937), funciona hoy el Museo Casa de la Cultura Jorge Amado. La familia del coronel Joao Amado comenzó la década del ‘20 en bancarrota, hasta que la fortuna le llegó de la mano de un billete de lotería y compraron esa hermosa casona de dos pisos decorada con madera de jacarandá y mármol de Carrara. Allí se exhiben primeras ediciones de las famosas novelas en idiomas exóticos, algunas de las camisas floreadas del escritor, un bubu –vestido africano de candomblé– y estatuas de orixas.
El bar Vesuvio es el otro lugar emblemático del Ilheus de Jorge Amado, al que asistía el escritor y donde ubicó a los protagonistas de Gabriela, clavo y canela. El bar fue abierto en 1919 por los napolitanos Nicolau Caprichio y Vicente Queverini, pero después pasó a manos de un portugués casado con una hermosa mulata de anchas caderas llamada Felipa, quien se supone habría sido en la vida real la dulce Gabriela. En una de las mesas al aire libre del Vesuvio se sienta el mismísimo Jorge Amado convertido en estatua y, en su misma mesa, se pueden comer, por ejemplo, unos deliciosos quibes de carne picada con una cerveza fría, el mismo menú que habrá saboreado muchas veces el gran escritor.
Uno de los lugares más curiosos de la ciudad es el antiguo cabaret Bataclán, que en tiempos de los coroneles del cacao vivió su momento de gloria frente a la feria portuaria, donde los hacendados iban con sus esposas de compras y se escapaban para entrar al cabaret por la puerta no tan secreta de la casa de un vecino del burdel. Cuentan que otra estrategia de los coroneles del cacao para ir al Bataclán era dejar a sus mujeres en misa y sobornar al cura de turno para que extendiese por demás la ceremonia mientras ellos se iban a “hacer negocios” al Vesuvio, donde había un túnel que desembocaba en el burdel.
El Bataclán también fue escenario de episodios de Gabriela, clavo y canela. Y no sólo eso, ya que muchas veces el escritor bahiano recordó con indisimulable nostalgia sus tiempos de adolescencia en el Bataclán: “Los estudiantes, cuando estábamos de vacaciones, íbamos al Bataclán para disputarles las chicas a los vendedores y viajantes de comercio. Siempre había peleas, los más débiles recibían verdaderas palizas, y ésa fue mi suerte porque yo era...”.
Hoy en día, luego de años de abandono, el Bataclán es un centro cultural y el edificio fue declarado patrimonio histórico. Allí se muestra cómo era el cabaret en sus tiempos de esplendor y se exhiben antiguos perfumes, maquilles y vestidos de plumas. Además hay un restaurante, una galería de arte y una sala de teatro que presenta una obra donde se recrea la cotidianidad del cabaret.
Ilheus ya no es tan bulliciosa como se la oye en las novelas de Jorge Amado, pero eso la hace aun más interesante, con un dejo nostálgico de ardiente belleza. Y todavía hay numerosas Gabrielas, “perfume de clavo, color canela”, de sonrisa inquietante y andar de pavo real, que van por la calle cosechando millones de piropos infecundos.
LAS PLAYAS DE ITACARE Unos 70 kilómetros al sur de Ilheus –donde está el aeropuerto de entrada a la zona– hay un serie de playas paradisíacas que se visitan tomando como base el pueblo de Itacaré. Como ha ocurrido con la mayoría de las playas nordestinas que se pusieron de moda en las últimas décadas, las de Itacaré fueron descubiertas en primer lugar por los surfistas. El pueblo estaba bastante aislado porque se llegaba por un camino de tierra en mal estado, y por eso sus playas mantuvieron su virginidad, lo cual atrajo también a los hippies. Luego surgió la primera posada para los surfistas, después otra. El secreto se desperdigó y así, a lo largo de los últimos diez años, fueron brotando los alojamientos que incluyen ahora un lujoso eco-resort llamado Itacaré Village, semiescondido entre la vegetación.
En total hay veinte playas, algunas de ellas con restaurantes y muy concurridas en verano, y otras más apartadas de aguas prístinas y arenas blancas a las que se llega con una caminata de media hora. Lo llamativo de estas playas es que, a diferencia de las del nordeste, no están precedidas por desiertos de dunas sino por una densa selva atlántica tropical que crece sin dejar claros sobre las ondulaciones de pequeños cerros. En medio de esa selva caracolean pequeños arroyos formando cascadas que, a veces, caen directamente sobre la arena de una playa.
La playa más popular de Itacaré es Praia da Concha. Tiene la mayor infraestructura de la zona, con barracas que ofrecen bebidas y platos bahianos. Sus aguas son muy calmas, como una piscina natural, y cada atardecer los bañistas suelen ir hasta una saliente rocosa con un faro para ver la puesta de sol.
Itacarezinho, a 15 minutos del centro, es otra playa muy visitada que se extiende a lo largo de 3,5 kilómetros con bares, restaurantes y un lujoso eco-resort. Una línea de palmeras ensombrece la costa y una cascada de agua dulce que brota de la Mata Atlántica cae sobre la arena.
Para quienes prefieran playas más tranquilas, está la Praia do Resende, ubicada en un área de protección visual donde se prohíbe toda construcción y se llega a pie por un sendero llamado Caminho das Praias, que sale de la calle principal de Itacaré. Está en una pequeña ensenada con altas palmeras y arena muy blanca, y por lo general hay muy poca gente. Una playa todavía más aislada es Jeribuacú, que permanece desierta casi todo el año: sólo se accede en barco o con una caminata de media hora entre la vegetación. Por último, la playa Tiririca es por excelencia la de los surfistas, sede del Campeonato Bahiano de Surf.
Cómo llegar: Hay vuelos a Ilheus desde Buenos Aires con escala en San Pablo o Río de Janeiro. Y hasta Itacaré son 70 kilómetros por tierra.
Cuánto cuesta: Un paquete de 7 noches con desayuno en el Itacaré Village (www.itacarevillage.com.br), con pasaje de avión y traslados: U$S 1464. En la Pousada Solarium (www.pousadasolarium.com), U$S 774 y en la Pousada Abaré (www.pousadaabare.com.br), U$S 814.
Más información: Comité Visite Brasil, Embajada de Brasil en Buenos Aires, Cerrito 1350, entrepiso. Tel.: 4515-2403. E-mail: [email protected] www.brasil.org.ar www.itacare.com www.ilheus.com.br.
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