Domingo, 16 de agosto de 2009 | Hoy
CUBA > FORTALEZAS COLONIALES
En Cuba existen varias fortalezas que se construyeron en la época colonial para defender las costas de la isla de invasiones y ataques de piratas y corsarios. En La Habana, una visita al Castillo de los Santos Tres Reyes Magos del Morro, quizás el fuerte defensivo más emblemático de todos, donde el Che también dejó su huella.
Por Pablo Donadio
El Castillo de los Santos Tres Reyes Magos del Morro de la ciudad de La Habana es la primera fortificación que construyó la corona española en la isla de Cuba para defender sus dominios ante posibles invasiones y ataques de piratas y corsarios. Sus muros de piedra, emplazados sobre la hermosa bahía de la capital cubana, atesoran trascendentes episodios de la historia de Cuba desde la época de la colonia a los primeros tiempos de la revolución, cuando el Che Guevara instaló allí la sede de su comandancia. El Castillo es uno de los emblemas de La Habana y su imagen aparece hoy no sólo en folletos turísticos, sino en las estampillas del correo, en las insignias conmemorativas de la ciudad y hasta en las etiquetas de los tradicionales puros.
LA ANTIGUA ISLA Ya desde los primeros años del siglo XVI, la bahía de La Habana era uno de los principales puertos comerciales de los españoles. Y para protegerla el rey Felipe II ordenó construir una gran fortaleza, similar a los castillos europeos, que fuera inexpugnable frente a la amenaza de naciones enemigas de España y los ataques de piratas que asolaban el Caribe. Bastante bien conservado pese al paso de los siglos, el Castillo de los Santos Tres Reyes Magos del Morro es hoy una de las reliquias de esa antigua ciudad que cada mañana abre sus ventanas al sol que parece surgir del mar. Un reconocido constructor de la época colonial –ligado al castillo de San Pedro de la Roca (El Morro de Santiago de Cuba)– aseguró que quien fuese dueño del de los Santos Tres Reyes Magos “lo sería de La Habana”. Concluido en 1629, sus muros guardan algunos detalles pintorescos que no esconden el deterioro del tiempo, como el puente levadizo que ya no tiene cadenas, derruidas por el salitre. Frente a la fortaleza, la Batería de San Salvador de la Punta fue la otra construcción militar relevante de la arquitectura española, junto al Castillo de la Real Fuerza, ubicado al otro lado del canal de la bahía. Esa posición frente a frente en los dos márgenes de la boca del puerto de La Habana consolidó una férrea defensa: durante varios años, se tendían cadenas al anochecer entre aquel Morro y la Punta. Son justamente esas tres fortificaciones las que curiosamente aparecen como llaves en el escudo de la ciudad.
CAÑONAZOS SOBRE LA BAHIA La gran fortaleza en forma de polígono con puentes levadizos, terrazas, cuarteles, torres, aljibes y almacenes está defendida por gruesas murallas de piedra, como una verdadera ciudadela. Entre esos muros de hasta tres metros de ancho se pueden ver los famosos fosos: enormes huecos que apuntalaron el sistema defensivo tras la amarga experiencia de la ocupación inglesa de 1762, y que hoy albergan dos carpas donde se desarrolla parte de la actividad de entrenamiento de soldados. Para ingresar al fuerte hay que atravesar un túnel que pasa bajo la bahía. Tras pasar la puerta de las cadenas se llega al patio del castillo y de ahí se entra a una sala gigante de piedra donde funciona la administración del morro. El antiguo bastión defensivo contaba con muchas piezas de artillería, entre ellas Los Doce Apóstoles, cañones fundidos en Barcelona en el siglo XVIII, que siguen cuidando simbólicamente el fuerte y, aunque algo deteriorados, muestran su nombre grabado en el hierro. Allí, todos los días a las 21 hombres vestidos con trajes militares de la época realizan la llamada Ceremonia del Cañonazo, que en tiempos pasados anunciaba el cierre de las puertas de la ciudad. Dentro de la fortaleza, que hoy en día sigue manteniendo su carácter militar, hay una sala-museo en el que pueden apreciarse diferentes objetos, fotos, documentos y armas de la historia cubana. En ese lugar funcionó la comandancia general de Ernesto Guevara, cuando las tropas a su mando entraron en La Habana en enero de 1959.
UN FARO CAMBIANTE El incremento del tráfico marítimo en aguas cercanas a Cuba durante la época de la colonia generó la necesidad de instalar varios faros en muchas de las costas y penínsulas de la región para orientar a los navegantes y servir de vigía matinal ante posibles amenazas. El antecedente del actual faro que está en la misma península del castillo del Morro de La Habana, casi a un kilómetro de distancia, fue una torre de vigilancia construida especialmente para detectar navíos piratas. Cuando la ciudad fue atacada por los ingleses hacia 1762, el castillo libró una épica resistencia que duró 44 días, durante los cuales recibió miles de proyectiles de los más de 50 barcos enemigos que ocasionaron graves daños y destruyeron gran parte de la torre-faro y su atalaya. La bahía fue recuperada por los españoles un año más tarde, después de entregar La Florida a los ingleses, y el faro derruido fue reemplazado por otro alimentado a leña que duró en servicio hasta fines del siglo XVIII. Como la bahía no podía quedar a ciegas, la Junta de Gobierno del Real Consulado de La Habana decidió entonces construir otro faro iluminado con aceite, copia del de Cádiz, en España, que podía ser divisado desde el mar a unos 25 kilómetros. Pero lo duradero para el hombre es siempre efímero para la historia y, camino de la modernidad, una nueva linterna óptica llegaría en agosto de 1844, adquirida en Francia y con una alimentación más novedosa: aceite de colza. La moderna lámpara se instaló a 44 metros sobre el nivel del mar, coronando una nueva torre, 30 metros más alta que la anterior. Su poderoso sistema lumínico, que se encendió el 24 de julio del año siguiente (fecha en que se celebraba en España el cumpleaños de Su Majestad la reina madre), le permitiría superar los 33 kilómetros de visibilidad. Más acá en el tiempo, algunos cambios como el reemplazo del aceite por el gas acetileno mejoraron aún más la potencia del faro y le permitieron casi un siglo de continuidad. En 1945 el servicio fue otra vez interrumpido para dar paso a la electricidad, lo cual fue celebrado con un acto de inauguración al que asistieron autoridades nacionales. Si bien hoy se conserva aquel equipo de 1945, habría lugar para un cambio más: años más tarde se instaló una lámpara de mayor alcance cuya luz se proyecta hasta unos 46 kilómetros sobre el mar que baña la histórica y emblemática bahía de la ciudad de La Habana.
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